QVORVM 2 - Sumario y Créditos


SUMARIO

EL PERSONAJE
Encuentro con Andreas Scholl. [leer]

AQUÍ Y AHORA
El espectáculo de la cultura y la cultura del espectáculo, por Guillermo Balbona. [leer]
Autores en diálogo. Una cala en la blogosfera cántabra, por Javier Menéndez Llamazares. [leer]
Poetas cántabros en RevistAtlántica de poesía, por Jesús Fernández Palacios. [leer]
Motivos para una Orquesta, por Gustavo Moral. [leer]

HORA CRÍTICA
Literatura
Reseñas de libros, por José Manuel Cabrales, Carlos Villar, Jesús Lázaro, Fernando Abascal, Jesús Herrán, Francisco Llanillo, Mario Crespo, Alberto Santamaría, Jesús Alberto Pérez-Castaños, Lourdes Royano, Marisa Samaniego y Regino Mateo. [leer novela, leer poesía, leer estudios]

Música
Reseña de discos, por Gustavo Moral, Darío Fernández y Ana Rodríguez de La Robla. [leer GM, DF, ARR]
Sonora Santander, por Regino Mateo. [leer]
Una temporada con mucho cuento, por Darío Fernández. [leer]
Queridos políticos magos, por José María Gutiérrez. [leer]

Arte
Arte para un aniversario, por Lidia Gil. [leer]
ArteSantander 2007: una feria de arte cada vez más incuestionable, por Fernando Zamanillo. [leer]

Cine
La excepción subtitulada, por Guillermo Balbona. [leer]
El arte y la mesa en el cine, por José Pinar. [leer]

Teatro
Escena y contemporaneidad, por Paco Valcarce. [leer]
La herida abierta, por Alberto Iglesias. [leer]

Danza
La Sylphide, plato fuerte de la programación del FIS, por María Luisa Martín-Horga. [leer]

FIAT LUX
Creación. Inéditos:
Terceto, por Gonzalo Calcedo. [leer]
En casa de Camilo José Cela. La noche de las ventosidades y de la ruleta rusa, por Manuel Arce. [leer]
Quod vides scribe in libro, por Emilio Pascual. [leer]

CIUDAD DE LEJOS
El primer mar, por Luis Mateo Díez. [leer]


Dirección y coordinación: Ana Rodríguez de La Robla

Autores y colaboradores: Alberto Iglesias, Alberto Santamaría, Ana Rodríguez de La Robla, Andreas Scholl, Carlos Villar, Darío Fernández, Emilio Pascual, Fernando Abascal, Fernando Zamanillo, Francisco Llanillo, Gonzalo Calcedo, Guillermo Balbona, Gustavo Moral, Javier Menéndez Llamazares, José Pinar, José Manuel Cabrales, José María Gutiérrez, Jesús Fernández Palacios, Jesús Herrán, Jesús Lázaro, Jesús Alberto Pérez-Castaños, Lidia Gil, Lourdes Royano, Luis Mateo Díez, Manuel Arce, María Luisa Martín Horga, Marisa Samaniego, Mario Crespo, Paco Valcarce, Regino Mateo

Agradecemos específicamente a Rocío Martín (Harmonia Mundi) su mediación en la consecución de la entrevista con Andreas Scholl. La fotografía de Andreas Scholl es propiedad de Eric Larrayadieu.

Fotografía revista: Javier Lamela (portada y secciones)

Edita: Ayuntamiento de Santander

Contacto:
REVISTA.QVORVM@terra.es

Textos e imágenes propiedad de sus autores. Reservados todos los derechos de reproducción sin mediar la citación correspondiente.

Los colaboradores de QVORVM hacen suyo el adagio romano cuique suum, de manera que se manifiestan enteramente responsables de sus propias opiniones, excluyéndose así que esta revista se haga cargo por ellos de las ideas vertidas en sus textos.

EL PERSONAJE


ENTREVISTA CON ANDREAS SCHOLL

“La música debe ser un alimento para la vida, pero la vida no debe ser pasto de la música”
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por ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA

Le gustan Chet Baker, Antonio Carlos Jobim y Frank Sinatra, además de John Dowland, Georg Friedrich Haendel o Johann Sebastian Bach. Su voz es en este momento una de las más preciadas dentro de esa peculiar marca de distinción que constituye ser un contratenor, y probablemente sus grabaciones del Stabat Mater de Pergolesi, de la Pasión según San Mateo de Bach y de muchas de las arias de Haendel se cuenten entre las más hermosas y refinadas de las varias habidas y por haber.
Nacido en Alemania en 1967, Andreas Scholl era un joven que cantaba casi por mera afición hasta que se encontró por casualidad en un concierto con René Jacobs. Después de esto –y de mucho estudio y esfuerzo– sobrevinieron las grabaciones con Herreweghe, Christie o el propio Jacobs. Recién llegado a la cuarentena, se ilusiona del mismo modo dando voz a Senesino que interpretando sus propias canciones pop.
El 18 de agosto Scholl impartirá un recital en Santander, en el Palacio de Festivales de Cantabria. La Revista de Cultura QVORVM ha tenido oportunidad de hablar semanas antes con un Andreas Scholl realmente accesible, abierto y franco, que no vaciló en reclamar espacios para la vida y para la música. Su bien conocido aspecto juvenil no es una máscara.


Andreas Scholl estará pronto en nuestra ciudad, en el Festival Internacional de Santander, donde interpretará algunas de las arias más bellas Haendel y también algunas otras de compositores como Porpora o Lotti. Es la primera vez que usted viene, no a España, por supuesto, pero sí a Santander y al Festival. ¿Cuáles son sus expectativas?
Bien, creo que en principio la concepción del concierto en sí, tal como está planteado, condiciona un tanto el género y las expectativas del propio público. El hecho de que la gente acuda a una sala de conciertos específica en verano, y además en el seno de la programación de un festival –de un festival de verano, por más señas–, conlleva una serie de situaciones añadidas: se supone que se trata solamente de música, pero en realidad intervienen el tiempo, el calor, la sensación de vacación, la intención de compartir ampliamente una serie de experiencias emotivas y artísticas. Me gusta intervenir en este tipo de festivales porque el público está feliz, relajado, sin (pre)ocupaciones, y ello favorece que se disfrute en mayor medida de la música y que esta se integre más fácilmente en el sentir del auditorio.

Si puede hablarse de una característica específica en su trabajo es que usted, a diferencia de otros muchos artistas, nunca imparte el mismo recital en lugares diversos. ¿Cuáles son los criterios que sigue para confeccionar el programa propio de cada sala de conciertos?
En general, cada recital permite un tiempo suficiente para ser preparado. A diferencia de una ópera, que requiere de una inversión de tiempo realmente extraordinaria, un recital, por lo que tiene de íntimo, puede concebirse al modo de un pequeño regalo. El hecho de intentar hacer en cada recital algo distinto implica también mi propia pretensión de intentar aportar algo nuevo cada vez.

No es un secreto que usted compone sus propias canciones ya desde su primera juventud, e incluso que posee un estudio de grabación profesional en su propia casa. ¿Cabe la posibilidad de que en no mucho tiempo active usted su propio sello musical?
En octubre de este año tengo previsto regresar a Kiedrich, la ciudad donde crecí, después de casi veinte años de permanencia –primero como estudiante y luego como docente– en la Schola Cantorum Basiliensis; no obstante, mantendré algunas semanas anuales de docencia allí. Esto implica la posibilidad de dedicarme a un proyecto largamente acariciado relativo a un estudio de grabación en Kiedrich. Tiempo al tiempo.

Para los seguidores habituales del trabajo de Andreas Scholl en el ámbito de la música clásica, puede constituir toda una sorpresa la aparición de su último álbum, Scholl goes pop, aunque la relación entre usted y la banda de funck-rock “Orlando und die Unerlösten” no es nueva. En cualquier caso, usted siempre ha estado explorando diversas vertientes de la música: barroco, antiguas canciones populares o tradicionales, composiciones para laúd… Incluso en Scholl goes pop cada tema suena de forma realmente distinta. Creo que esto supone una novedad en un mundo cada vez más fragmentado, donde cada cual sólo parece capaz de abordar un único reto, donde el conocimiento está etiquetado y compartimentado. ¿Qué opina al respecto?
Bueno, mi relación con Orlando, que también es contratenor, comenzó hace realmente muchos años. Y en honor de la verdad he de decir que el fue el iniciador de este proyecto y que, además, fue absolutamente entusiasta con mis propuestas, aun cuando lo que yo pretendía no era precisamente dar cabida únicamente a mis propias canciones; esto es algo en lo que yo he insistido mucho, porque además no se trata en absoluto de presentarme como un gran compositor comparable a Vivaldi o Haendel –sería absurdo–, sino simplemente de dar a conocer mis composiciones, mi propio estilo, como una forma más de expresar mis inquietudes musicales. De modo que Orlando –que por cierto, es uno de mis mejores amigos– se hizo eco inmediatamente de todas estas ideas y aportó al mismo tiempo las suyas propias, y de ahí ha resultado una colaboración que lleva ya varios años circulando en forma de conciertos en directo y de grabaciones en DVD y CD. En realidad, tanto Orlando como yo mantenemos una enorme curiosidad por los más variados estilos musicales: el barroco, por supuesto, pero también la bossa-nova –que me toca muchísimo la sensibilidad–, el jazz… La curiosidad es lo que realmente aporta frescura a las ideas.

En idéntico sentido, ¿qué piensa de la mutua influencia entre la música y las demás artes? ¿Frecuenta la pintura o la literatura? ¿Hay, por ejemplo, algún libro que le haya inspirado en su particular experiencia musical? ¿Y la poesía (no olvidemos la vieja relación filosófica entre música y poesía)?
Es evidente que el arte tiene por fuerza un propósito, que no es otro que el de educar y acrecentar nuestro espíritu. La posibilidad de crear, de dar a luz cualquier obra de arte, de componer música, aparentemente proporciona una suerte de “poder” extraordinario, pero ese poder en realidad sólo lo es si es capaz de conmover a los demás. Para mí el arte tiene, como es lógico, un fuerte componente intelectual, pero ese componente intelectual debe revertir directamente en el corazón, transformándolo y estimulándolo. Tiene que haber algo que justifique que alguien coja un taxi para ir a un concierto, y tenga miedo de llegar tarde, y compre corriendo su entrada en la taquilla y se siente por fin, exhausto, a escuchar. En cada uno de mis recitales yo cojo un taxi para acudir a la sala de conciertos, bromeo con el conductor y me preparo para intentar provocar lágrimas, amor o una sonrisa, en todas y cada una de mis apariciones. Es fascinante ver cómo la gente entra a la sala de un modo y se va de otro bien distinto. Esto es, también, lo que me impulsa a intentar mostrar nuevas ideas cada vez. Mi padre murió hace siete semanas y pensé rendirle un homenaje a él y a mi madre, y cuando sentí la música sentí también mi alma abrirse y comencé a llorar. La música es y debe ser una llave directa a lo más profundo del alma, y pienso que cualquiera de las manifestaciones de la cultura participan de este mismo sentimiento.

¿Cómo aprecia usted la contribución por parte del cine a la aproximación de la música al público? Estoy pensando en películas como Farinelli, Tous les matins du monde, Le roi danse, Amadeus...
He de confesar que Farinelli en particular no fue una película que me gustara. Desde luego, la vi con mucho interés, entre otras cosas porque a mí, además de la música, me encanta el cine. Y de hecho hubo momentos interesantes en la película, pero acto seguido aquello decaía y se convertía en materia susceptible de la peor revista. De todos modos, es cierto que algunas de estas películas tienen la facultad de “transportar” al espectador y sumergirlo en el sentimiento de un universo musical. En realidad, pienso que estas cintas no debieran verse con la expresa intención de escuchar música, sino de dejarse de algún modo impregnar por ella: tú ves una película porque te gusta ir al cine, y en esa acción puede ocurrir que te dejes atrapar por su banda sonora.

En el mercado actual de la música clásica, ser un contratenor es ser una superestrella, lo que constituye una especie de sueño dorado, con sus ventajas y esclavitudes. Y me viene a la cabeza aquello que decía el poeta Novalis: “El mundo se vuelve sueño, el sueño se vuelve mundo”. ¿Qué puede hacer usted para mantenerse en el mundo real, a salvo de las absorbentes exigencias que implica su vida profesional?
No sabe hasta qué punto me hace feliz esta pregunta, cómo se la agradezco. Siendo –supuestamente– una estrella de la música se piensa que eres casi sobrenatural, y el público te aborda expresándote sus sentimientos acerca de tu labor, y te sientes satisfecho de haber intentado comunicar algo y haberlo logrado y por supuesto debes ser cortés con quienes te lo manifiestan porque es lo justo, pero en ocasiones resulta muy cansado, porque parece que no tuvieras otra vida que esa. La música debe ser un alimento para la vida, pero la vida no debe ser pasto de la música. En ocasiones, puede ocurrir que ser capaz de transmitir los sentimientos que destila el arte conlleva inmediatamente la consideración de ser un genio: un genio que de forma automática se convierte en un monstruo, en alguien sin vida propia. Es el precio que hay que pagar, un altísimo coste personal: un coste que se traduce en una espantosa falta de humanidad. Pero la vida auténtica está en la familia, en tu novia, en tus hijos, en tus amigos. Esa es la auténtica y más bella realidad. Algunos piensan: “soy tan grande que debo estar siempre presente, siempre dispuesto”. Qué equivocación. Yo estuve anoche en la boda de una amiga, y fue tan hermoso. Pero hay ocasiones en que apenas tengo tiempo para dedicar a la alegría o la melancolía o cualquier otro tipo de emoción, y eso es muy duro.

Y finalmente, y excúseme por lo amplio de la cuestión, ¿cómo evaluaría brevemente el entorno de la música clásica en la actualidad? Me refiero a las oportunidades para los músicos, a las condiciones de grabación, a la recepción por parte de la audiencia, a la concepción y contenidos de las temporadas y programaciones musicales…
Siempre me he sentido atraído por los modos de difusión de la llamada “música alternativa”, interpretada por esos tipos con melena y barbas, con su peculiar vestimenta, que no precisan de un sistema organizado de festivales o conciertos para gozar de la música. La música sucede en todas partes. La gente acude al cine de una manera mucho más libre a como acude a una sala de conciertos: llega, se sienta, ve, disfruta. Ningún concierto de música clásica hoy se concibe del mismo modo en que está concebida una sala cinematográfica. Recuerdo una serie de conciertos en varios Hard Rock Cafe: música rock, techno… con un público de veinte años. No existía un compromiso con la música como el que parece implicar Henry Purcell, pero aquellos jóvenes disfrutaban en verdad de lo que estaban escuchando. Pienso entonces que se trata de cambiar el modo de presentación de las cosas. Insisto en que la música está y puede estar en todas partes, y por tanto no existen formas fijas de acceder a ella, sino que debe existir un propósito más elevado: tener en cualquier caso la oportunidad de escuchar. Recuerdo ahora también una serie de festivales de música clásica en Copenhague, de precios económicos, al aire libre, donde la música clásica podía disfrutarse a lo largo de la tarde entera. Por otra parte, tampoco creo que deba marcarse una diferencia entre el Ombra mai fù o cualquier otro tipo de música. Sólo quiero subrayar la posibilidad de tomar en consideración otras propuestas para facilitar la difusión: la convencional sala de conciertos no debería constituir la única o preferente vía de transmisión de la actividad musical.

AQUÍ Y AHORA


EL ESPECTÁCULO DE LA CULTURA Y LA CULTURA DEL ESPECTÁCULO

¿Cuál es la auténtica naturaleza de la cultura en la sociedad contemporánea? Frente a un concepto tradicional del hecho cultural, decir “cultura” hoy supone aproximarse peligrosamente al espectáculo. Cantabria y Santander no son excepción, y padecen además sus dolencias específicas.
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por GUILLERMO BALBONA

Los expertos dicen que durante el proceso de enamoramiento, el cerebro produce una cantidad notable de feniletamina, lo que a su vez genera la secreción de dopamina, norepinefrina y oxitocina, un itinerario bioquímico que los especialistas cada vez detallan con mayor precisión entusiasta y estilete de descubrimiento arrogante. Leí esta misma formulación aunque con menos componentes hace dos o tres años, pero la densidad de los neurotransmisores creció en esta última lectura, así que me juré no volver a enamorarme, o si la ocasión se presentaba propicia para arrebatadores sentimientos, decidí optar por dejar mi cerebro virgen, dispuesto sólo para territorios byronianos y románticas sensaciones de vértigo desde algún acantilado imposible.
Se preguntarán qué vínculo tiene esta receta o formulario con el ámbito que nos preocupa aquí. Muy sencillo. El choque, el contraste, la diferencia entre el prurito de la ciencia y el vacío o la falta de respuesta humanista que envuelve una espinosa relación que se antoja objeto de bifurcación permanente. Algunos parecen empeñados en etiquetar la realidad con esa química que permita el mayor de los engaños, el photoshop de la globalización, esa falacia de meter el mundo en una probeta para jactarse de que ha quedado aprehendido y, por tanto, dominado. Nada más aparentemente incierto ni vulgar. Frente a ello hay quien seguirá creyendo en la gran Babel del azar, el enigma último que se cuela por las rendijas de la realidad para mostrarnos la grandeza del interrogante, la incertidumbre o esa última pregunta que nos devuelve a la incomodidad del primer temblor.
Algunos, digo, parecen empeñados en vulgarizar la cultura y, por ende, en trasladar la frivolización, la superficialidad y ese low tech, el tono bajo de una sociedad que no simula su decidido viaje hacia al fondo de lo insulso. Ese recrearse con constancia cabezona en la falta de privacidad, en demonizar la diferencia, en creer que las desigualdades son inadmisibles y en hacer de la ligereza un estilo de vida.
Ya se ha dicho. Pasar de consumidores a creadores de cultura es el principal reto de nuestro tiempo. El proyecto plural requiere de una mirada interpretativa abierta y cooperante que aporte ideas a lo intercultural y cosmopolita, atendiendo a la complejidad que envuelve al ciudadano moderno. Se ha escrito sobre la necesidad de una nueva forma de “repensar e imaginar la actividad investigadora, la globalización y los estudios, desde la necesidad de construir una nueva ciudadanía social cosmopolita”.
En correspondencia con este contexto, y en paralelo, la carencia de una crítica sólida, constructiva sólo contribuye a crear un estado de somnolencia permanente, debido a la existencia generalizada, al perfil extendido de un ciudadano adormecido, narcotizado, arrastrado y anestesiado por un ruido aparatosamente molesto y carente de sentido. De aquí el triunfo de un territorio difuso donde espectáculo y cultura coquetean e intercambian gustosos los fluidos de un tercer terreno baldío donde se asienta una vivencia cultural instalada en la pose, en la etiqueta, la fama, el consumismo, en eludir la llama de la experiencia mediante unas buenas dosis del éxtasis de la falacia y el lúdico deporte de las apariencias.
El paisaje, que se deja seducir por los cantos de sirena superficialmente coloristas y engarzados en fuegos de artificio, está habitado por sectas y castas, un neoconservadurismo arropado por vergonzantes simulacros de lo tradicional y ortodoxo, donde no cabe la diferencia; por no mencionar esa coartada sin fragmentación cromática, exenta de ese gran angular que permite entrar en otros estadios de la cultura. En numerosas ocasiones, tras eso que llamamos “acto cultural”, sólo queda el rescoldo del convencionalismo, la nulidad estética, el conformismo, la amnesia, el amiguismo o la pretenciosidad… todo ello bien presentado y amparado en dosis justas de bendición e hipérbole mediáticas y en la doméstica complicidad de un espectador/receptor domado, que elude con demasiada frecuencia cualquier ejercicio de incomodidad, ese esfuerzo del rechazo que vaya más allá del aplauso o el mero silencio.
Un estado de las cosas que por supuesto se refleja, se viene reflejando en la proliferación de un periodismo cultural desconcertado, cuando no poseído y atado -distraído sería la versión suave; de un periodismo –digo– apocado ante el poder audiovisual, condicionado por la falta de profundidad, y entumecido por la banalización de la actualidad; este es ­el verdadero manifiesto del periodismo del presente, y, por supuesto en el caso español, sometido a cierta indiferencia, hasta el punto de que cabría hablar a estas alturas de oficio incomprendido.
Tampoco ha ayudado la moda de integrar y fundir en extraña cohabitación –yo hablaría de completa obscenidad– las secciones de sociedad y cultura en algunos medios. Ese prurito y falso sentido de lo moderno de crear, por ejemplo, una tierra de nadie donde la última exposición del Thyssen o los cada menos creativos diseñadores de cualquier tipo de pasarela, en sí misma famélica­ -a ver cuándo alguien se decide de una vez por todas a tomar medidas a la cultura oficial- conviven en el papel sin ningún pudor con el último más-difícil-todavía de una ciencia nada humanista que al menos tiene sus biblias oficiales para institucionalizar los hallazgos y que logra sacar los colores de la atomización y el estancamiento de una cultura parca en la crítica, cuando no rotundamente insípida.
En el caso de Cantabria y antes de entrar en terrenos más pantanosos, vaya por delante que la radiografía cultural permite recorrer una evolución agradecida, como no podía ser menos, pero claramente insuficiente. Hemos dejado atrás el fantasma de la Atenas del Norte –una triquiñuela nada inocente que se ha paseado por habitáculos culturales como un fantasma de ruidosas cadenas practicando la ouija de la nostalgia provinciana sin que ningún Iker Jiménez se decidiera a analizar la naturaleza del ectoplasma. Tal es así que esa zona cero ensordecedora ha permitido a más de uno vivir del cuento y a algunos políticos siempre oportunistas alimentar sus escandalosas y rimbombantes naderías populistas.
Afortunadamente hemos pasado a una cierta etapa de modestia de salón con compartimentos culturales, eso sí, demasiado estancados, donde afloran por doquier reinos de taifas y tronos culturales, pero siempre dejando filtrar en paralelo a una sociedad con una innegable amplitud de miras, tendente a un estado cultural algo más abierto e interesante, menos pequeño y esclerótico y más atractivo y moderno. En cualquier caso, a la hora de plantear una visión de la realidad cultural desde la negatividad asumo mi propia traslación de aquello a lo que se refiere Claudio Magris en Utopía y desencanto cuando alude al hecho literario: “Sólo una literatura capaz de enfrentarse sin complacencias ni miramientos con el inmenso potencial de lo negativo inherente a la vida y a la historia puede expresar la ardua bondad. Son las amistades peligrosas y no las novelas sentimentales, las que narran la intensidad, el extravío y la ternura del amor”.
De igual modo, ya de regreso de Magris, en este nuevo paisaje cultural antes citado se echa de menos un componente de compromiso, de entusiasmo, de rizo necesario para evitar la autocomplacencia y el conformismo; un estado crítico desde la negatividad para ser más constructivos y edificar y canalizar el caudal creativo al que me referiré ahora. Si esto fuese uno de esos concursos tan de moda donde uno tiene que definir el mundo en unos minutos -por supuesto después de la publicidad- diría que la cultura en Cantabria está marcada por las siguientes connotaciones y factores:

1.Una gran diversidad de creadores, siempre ubicados por encima del sistema. El talento es inmenso y la individualidad intrínseca a la idiosincrasia de la región contribuye a subrayar este peso histórico más que en otras comunidades de mayores proporciones y población. El ejemplo más significativo de esta profusa y vital, caudalosa actividad creativa reside en el arte, en la pintura, donde la aportación y la presencia nacional de los creadores plásticos revela una intensidad y valor inusuales; y todo ello, pese al empeño de un colectivo de mercaderes empeñados en batallitas provincianas, en convertir en campo de minas cualquier parcelita de poder en torno al artista y su obra, con ánimo de lograr una subvención adosada más que echarse a la cara.

2.La excesiva institucionalización cultural, lo que se traduce en una paternalismo sonrojante, en ausencia de autocrítica permanente, en una careta de diversidad que no es tal, por no hablar de celos, competitividad superficial, monotonía y claro conservadurismo.

3.A consecuencia de lo anterior, una uniformidad cultural donde campan a sus anchas la atonía, la parcela de poder, la ausencia de riesgo y la inexistencia de cualquier resquicio para la sorpresa.

4.El centralismo… sí también aquí. En el corazón de la periferia, una práctica convertida en mala costumbre. Dadas las peculiaridades geográficas y la propia distribución del asentamiento de población junto con la gratuita disponibilidad de los servicios culturales, existe una infinita, lógica pero estancada, propensión a centralizar lo cultural en Santander olvidándose de la región. Las últimas señales de cambios son esperanzadoras pero no basta con infraestructuras e instalaciones sin un espíritu verdadero de dotación cultural detrás de ellas.

5.Consumismo cultural pero exento muchas veces del propio latido del creador de cultura. Es decir, se prima más el escaparate que la experiencia directa Por ello, en estos años han sido escasas las muestras de cultura en la calle, de intervencionismo ciudadano y creativo de los espacios públicos, ajenos a rancias mediaciones institucionales, que terminarían por desactivar el intrusismo y la aportación interesada, siempre mediante intereses partidistas y motivos injustificables.
Y como complemento de este apartado, en clara correspondencia tonal, nos encontramos con un espectador conservador, conformista, poco exigente, cómplice de muchas programaciones reiterativas y cansinas, un receptor plano al que no parecen importarle esos síntomas preocupantes que se prolongan en el tiempo. Y además: contenidos y convocatorias culturales que se solapan con excesiva frecuencia; competencias absurdas entre instituciones por mucho que a algunos se les llene la boca con sinergias que esconden otras carencias; nula capacidad para arriesgar; y una completa asepsia ante gestores culturales que han hecho de su cargos un asentamiento inamovible y, lo que es peor, indiscutible, protegido para hacer de cualquier crítica una gratuita pose de enemigo y traidor.

6.Como último elemento siempre general, pero no menos importante, no debe olvidarse ese rictus de permanente querencia por mirarse el ombligo, esa costumbre de convertir lo cántabro, “la cantabricidad”, en etiqueta indispensable de valoraciones y decisiones políticas muchas veces absurdas o de actuaciones que niegan la evidencia del mestizaje, lo fronterizo y la diferencia. Es esa lava permanente y viscosa que impregna y acaba por mediatizar muchas creaciones, iniciativas y proyectos que ven lastrados por ese juicio su independencia o que nunca llegan a encontrarse verdaderamente valoradas por sus contenidos. Es lo que el poeta Alberto Santamaría definía recientemente como ese folclórico y asfixiante “cantabrómetro”: “¿Es necesaria una dosis de cantabricidad para que un proyecto se mantenga? Parece haber una imperiosa necesidad regional, no sé desde que estancias, de romper con aquello que conlleva una visión más amplia de miras, de romper con aquello que nos ponga en algún lugar en el mundo”, apuntaba Santamaría. Y continuaba: “Cantabria es, o mejor, lleva siendo desde hace tiempo un lugar asediado por sí mismo, necesitado de la congestión, de la trinchera cultural, según parece, con el objetivo de alcanzar algo digno para sí mismo, para su propio consumo local. El lugar, el entorno, acaba siendo lo determinante y determinado de la actividad artística. (…) Uno no es poeta o músico cántabro, sino simplemente un creador que vive en Cantabria por esta o aquella razón, que crea desde Cantabria con el afán de que su obra compita y de algún modo se examine (y engarce) con la obra de otros a un nivel más global. No se debe ni se puede profesionalizar el ser artista local, ni mucho menos exigir patriarcados para artistas que no se lo merecen”, concluía.

En todo caso, estos síntomas y factores aquí desgranados con la síntesis y ligereza que demanda la ocasión no son pijoapartes ajenos a la cultura globalizada española a la que me refería al principio, esa que ha dado permanente prioridad a los envases en lugar de a los contenidos; que maximiza lo espectacular en detrimento del hallazgo sutil; esa, en fin, de la que por todo ello cabría hablar, como decía el videoartista Antoni Muntadas, de cultura como parque temático.
De igual modo, sería bueno denunciar esas otras notas de frivolidad que radican en la conversión del ciudadano en mero espectador del termómetro cultural. La asistencia, el número de espectadores, la cultura de la cifra es un fenómeno que no deja aflorar la reflexión, que impide valorar la personalidad y aportación de determinados montajes o espectáculos, porque al final sólo cuenta la obsesiva cuadratura del círculo de las cuentas, de la rentabilidad, de una oferta y demanda cultural fundamentada en la vacuidad del éxito, eso tan vago que desde instituciones, programaciones, temporadas y otros padrinos culturales se esmeran en subrayar como traslación del share televisivo y la “cuota de llenazos”, como si la bandera cultural no fuese más que esa constante medición de la duración del orgasmo de la taquilla y el aforo, en lugar de tomar el pulso a la sensibilidad y a eso, no tan invisible e inasible como creemos a veces, que es el gusto, la querencia y la demanda cultural del ciudadano.
Esta obsesión con contabilizar la calidad de una propuesta y en calibrar su proyección en función de una política de cifras es lo que he llamado en ocasiones el “Síndrome Porticada”, una absoluta simulación de la supuesta vitalidad cultural subvencionada. Una situación que se prolonga en el localismo permanente, en la asfixia, en la miopía interpretativa, en la carencia de interrelaciones, en la tímida, cuando no árida ausencia de elementos y terrenos abonados a propiciar y potenciar los vasos comunicantes con otras comunidades.
Ante este panorama, finalmente, y en lo que respecta al papel del denominado periodismo cultural, no cabe sino reivindicar el sentido crítico, el rigor, la verificación, la independencia, el análisis, la profundidad, la herramienta universal del sentido común con amplitud de miras que aporte elementos constructivos y evite el empobrecimiento de una cultura complaciente y fundamentada en exceso en la uniformidad.

AUTORES EN DIÁLOGO: UNA CALA EN LA BLOGOSFERA CÁNTABRA

Es evidente la proliferación cada vez más intensa en el seno de Internet de ese fenómeno conocido como blog. Colindante con la literatura, el diario, el periodismo y el efecto escaparate, el blog supone un nuevo género de comunicación. Aquí se desvelan sus reglas.

por JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES
http://comosernadie.blogspot.com


Blogs, webs, bitácoras
Según las estimaciones más recientes (mayo de 2007, a cargo de la empresa Technorati Inc., que regenta un directorio en línea de páginas personales), el número de bitácoras o blogs en internet supera los setenta millones, dato indicativo e inequívoco del interés general suscitado por este nuevo fenómeno, a caballo entre lo tecnológico y lo comunicativo. Y, tal como asegura el directorio Technorati, «some of them have to be good».
Pero, ¿qué es un blog? El término que define a estas bitácoras o “registros en red” —web-logs, originalmente— apareció en 1997, aunque no se popularizaron hasta 2001. A falta de literatura gris, es comúnmente aceptado que un blog —término acuñado por el gurú Peter Merholz con el juego de palabras “we blog”— es un espacio o página personal, de acceso público a través de internet, en la que el autor o autores ofrecen una serie de artículos o entradas, ordenadas por orden cronológico, que se actualizan periódicamente. En castellano se le ha llamado también “bitácora”, en referencia a los diarios mantenidos por los navegadores, en consonancia con el léxico marinero (Internet no se transita, sino que se “navega”, lo que ha producido formas como “internauta” o, la aún más difundida, “pirata”) que suele aplicarse a todo lo relacionado con Internet.
En cuanto a su tipología, existen infinidad de variantes, aunque aquí nos centraremos, a partir de un criterio temático, en lo que pudiéramos llamar “blogs de autor”: se trata, pues, de las bitácoras literarias.
Si superamos la reticencia inicial a considerar la literatura fuera de sus recintos habituales —la Galaxia Gutenberg que delimitara McLuhan— podremos plantear un debate sobre la esencia de las nuevas tecnologías y las letras clásicas: ¿son los blogs un nuevo soporte o un nuevo género?
Veamos primero algunas características intrínsecas de los blogs. Destaca, en primer lugar, la inmediatez: entre el autor y el lector no hay intermediarios. No es preciso un editor ni un medio de comunicación: el autor es su propio avalista y garante. De aquí deriva una segunda cualidad: la independencia. El bloguero no está sujeto a ninguna línea editorial, fuera de su propia voluntad. Y, en la misma línea, podemos apuntar la intencionalidad del lector, que no es un lector cautivo, ya que no existe el paraguas de un medio de comunicación como marca de prestigio. Desde la perspectiva tecnológica, nos encontramos con un entorno multimedia, un cóctel en el que conviven el lenguaje escrito, los elementos audiovisuales y las posibilidades del hipertexto. También destaca su interactividad, pues el lector tiene un papel activo, mediante los comentarios, lo que también redunda en su retroalimentación, pues las propuestas del usuario pueden producir nuevos artículos. Este diálogo entre autor y lector, que puede realizarse prácticamente en tiempo real, produce además el fenómeno más destacado de este género, en el que realmente radica su éxito como forma de comunicación social: la reversibilidad, que consiste en el intercambio de los roles clásicos de emisor y destinatario, pues el escritor es lector de los comentarios de su obra, y el lector es autor —y crítico— de cada entrada. A su vez, los blogueros tienden también a visitar a otros escritores de bitácoras, y actuar en ellas como lectores activos, con lo que se inicia una cadena o red social que podríamos considerar alternativa al mercado tradicional de la literatura.
Una vez establecido el marco general, pasemos a las muestras concretas de los blogs que se producen en el espacio cultural de nuestra ciudad. Debido a su alto número, hemos preferido optar por un muestreo, una “cala” con ejemplos prototípicos, que nos permita una visión panorámica, y dejar para mejor ocasión los análisis cuantitativos y exhaustivos.

Del papel a la pantalla
La innovación que suponen los blogs no ha sido adoptada por igual por todos sus usuarios. Un tipo muy concreto es el de los autores tradicionales —aquellos con obra en soporte papel—, cuya adaptación al medio virtual es aún un proceso abierto. Así, nos encontramos con bitácoras de autores consagrados como Joaquín Leguina, en la que se replican textos que ya han aparecido en medios de comunicación convencionales. Otros ejemplos de “blog especular” serían Los panes y los peces o El pozo y el péndulo, que recogen colaboraciones en periódicos de la escritora Ana Rodríguez de La Robla, y que justifican su razón de ser en la ampliación del ámbito de difusión (de diarios regionales pasan a la escala mundial) y en la superación del carácter efímero de la prensa.

Realidad y retroalimentación
La libre expresión es una realidad que se potencia a través de las bitácoras. Y determinados blogs, mantenidos por escritores, se orientan hacia la actualidad y se convierten en creadores de opinión. Una buena muestra sería Un Santander posible, mantenido por el poeta Regino Mateo.
Además, el apoyo activo de los lectores —y, a la vez, comentaristas— genera un debate que posibilita que la propia realidad social retroalimente a la bitácora, pues los propios artículos, en su desarrollo y análisis, provocan nuevos debates, en los que el autor recoge o rebate argumentos expuestos por los usuarios, en una espiral creativa que acaba por dotar al espacio virtual de una suerte de vida propia, más allá de las entradas del titular del blog, que ejerce tanto de autor como de anfitrión y maestro de ceremonias de una nueva ágora pública. El caso más claro —y además ejemplo paradigmático de bitácora retroalimentada para toda la lengua castellana— es el espacio El Escorpión, que regenta el novelista santanderino Alejandro Gándara.

Mundos propios
Si a los blogs anteriores los podríamos calificar de híbridos —pues participan en buena medida de soportes y género ajenos al entorno virtual—, existen otras propuestas que podríamos etiquetar genéricamente como “blogs literarios”, basándonos sobre todo en su inmanencia: son un fin en sí mismos. Y es el artículo —el post en la jerga del medio— su género literario. Como es lógico, admite muchos niveles y registros, múltiples lecturas y destinatarios, y distintos grados de aprovechamiento de las posibilidades del medio —de la integración, en suma, de palabra, imagen, sonido y movimiento—, pero, aún incipiente, da muestras de gran vigor —tanto en el número de autores como en el de lectores—, y de una gran versatilidad —puesto que tienen cabida múltiples temáticas y modos de expresión.
Hay espacios de corte íntimo, que a modo de dietario personal glosan las vivencias y ocurrencias del autor, como el vanguardista espacio de Miss Underground, o el juvenil La esquina olvidada de la biblioteca, cuyo autor utiliza el pseudónimo de Ulin. Destaca también Escritos en la cresta de una ola, con reflexiones de hondo calado. Centrado en la ciencia ficción contamos con Reflexiones de un aburreovejas. De corte poético y surrealista, Noé Ortega ofrece El frágil tejido de la realidad y Vicente Gutiérrez, Los poetas soldamos mejor. Un espacio divulgativo, dedicado a presentar a personajes singulares e insólitos es la página del lexicógrafo Francisco Llanillo, Dos son multitud. Y una muestra de espacio multidisciplinar sería La espiral de Joseph K., mantenido por Clamavi, y que recorre indistintamente la música, el diseño, la fotografía o la poesía.
En otra órbita, sin tanto transvase de lo personal hacia lo literario, resulta muy interesante Hablemos de victorias, de Ana Rodríguez de La Robla, quien —bajo la advocación rilkeana— glosa los fantasmas de la escritura, el espíritu de occidente o la cultura clásica.
Impactantes por su estética y sus conceptos de partida resultan Jorge miente, un cuidadísimo espacio de verbo desnudo y diseño muy depurado, y El animalario, proyecto bicéfalo dedicado al nanorelato y regentado por Animal Uno y Schwejk.
Espectacular, tanto en el plano creativo como por lo prolífica, es la producción de Jorgewic, que mantiene simultáneamente una decena de bitácoras, todas de contenido literario, metaliterario, e incluso ultraliterario.

Invitación al viaje
Esperamos que este breve muestrario sirva a la vez de aperitivo y de invitación, pues la mejor forma de conocer estas muestras de creatividad es acceder directamente a ellas y perderse en la maravillosa marea de esta red que nos trae cada día un aluvión de nuevos textos, como si de botellas de naúfrago se tratara, pero cuidadosamente asidas con un cordel. Prueben: no lo lamentarán.
Vean, si no, un ilustrativo diálogo, tomado del blog Jorge miente. Escribe el autor una entrada brevísima, titulada “Mi Moleskine y yo”:
«Me han regalado un Moleskine. Blog, ya no te necesito.»
Y un lector —que firma “Joyce”— comenta:
«Pero no te hace falta… ¡ya tienes un blog! ¿O sí? No…»

POETAS CÁNTABROS EN REVISTATLÁNTICA DE POESÍA

Una selección de cuatro poetas cántabros acaba de publicar en la prestigiosa RevistAtlántica de poesía una selección de inéditos. Su editor reflexiona sobre la naturaleza de la aportación de estos autores.

por JESÚS FERNÁNDEZ PALACIOS

RevistAtlántica de poesía, que edita la Diputación Provincial de Cádiz y en cuyas tareas de dirección asisto desde el principio al poeta José Ramón Ripoll, inició su singladura editorial en abril de 1991, con unos resultados que, gusten más o menos, nos han ocasionado muchas horas de trabajo, algunos quebrantos y, desde luego, grandes satisfacciones. En este prolongado rumbo, hemos arribado al número 31 (verano de 2007) sumando la cifra de más de seis mil páginas, de las cuales más de un tercio están dedicadas a “Documentos” que guardan relación directa con la poesía y que se concretan en ensayos, artículos, críticas, entrevistas, epistolarios, manuscritos, fotografías, dibujos, etc. Unos quinientos poetas aproximadamente han publicado sus textos en nuestra revista, de los cuales más de cien son españoles (en castellano, catalán gallego e, incluso, bable), cerca de doscientos son hispanoamericanos (desde México a Chile, con una importante presencia de argentinos, peruanos, cubanos y colombianos), y otros tantos pertenecientes a diversas lenguas con predominio de italianos, franceses, anglosajones, sin faltar una representación de todos los países europeos desde Portugal hasta Rusia, así como de los países árabes Marruecos, Argelia, Túnez, Turquía, Egipto y Siria..., fundamentalmente mediterráneos puesto que a nuestra vocación atlántica y americana siempre hemos querido vincular nuestros seculares lazos con esa riquísima cultura. Esa cantidad y diversidad de poetas y poéticas, de países, culturas y lenguas nos ha proporcionado una amplísima panorámica del gran mosaico universal de la poesía, que en algunos casos hemos podido complementar con el conocimiento personal de algunos de esos autores en los lugares donde hemos presentado la revista. Además de recorrer buena parte de nuestra geografía, RevistAtlántica de poesía ha viajado también a Lisboa, París, Bogotá, La Habana, Bremen, San Juan de Puerto Rico, Miami, New York, Sao Paulo, Rabat, Casablanca, Fez, Tetuán, Tánger, Milán, Roma, Atenas y México, donde afortunadamente ha sido bien acogida.
RevistAtlántica de poesía sigue su rumbo y se complace en ofrecer en este nuevo número una pequeña muestra de poesía cántabra, representativa de cuatro poetas nacidos en las décadas del 60 y 70 respectivamente, cuatro sensibilidades afines y a la vez diferentes en poéticas sólidas y avaladas por sus correspondientes bibliografías que, en algunos casos, han sido distinguidas con significativos premios, así como por la crítica más solvente. No es la primera vez que nuestra revista publica poesía de esas tierras del norte, ni será la última. Esta de ahora, insisto, es sólo una pequeña muestra de cuatro poetas y dieciocho poemas en apenas veinte páginas. No están todos los que deberían, ni tampoco se ha pretendido, pero sí están poetas que lo son y de eso debemos estar convencidos dentro y sobre todo fuera de RevistAtlántica, una publicación hospitalaria y en nada sectaria respecto a las distintas tendencias y estilos que se disputan un lugar bajo el sol de la poesía española contemporánea, tal vez el lugar que les corresponde por sus valores complementarios.
De Regino Mateo (Santander, 1965), el mayor en edad de los cuatro poetas seleccionados, incluimos cuatro poemas largos y profundos en número de versos y en hondura de pensamiento poético y existencial. En dichos textos (“Comedores de loto”, “Juegos funerarios”, “Minotauro” y “Ornitomancia”) se ejemplifica fielmente lo que el propio autor señala sobre su poética: “La confusión entre lo vivo existencial y lo vivo cultural, la construcción de un universo recreado a partir de las texturas de la memoria, la convivencia caótica de tiempos, personas, personajes y lugares que nunca formaron parte del mismo cuento”. Regino Mateo, como músico y poeta que es, dos vocaciones compartidas y ejercidas con destreza, tiene a la música y a la poesía como ejes de su poética. “La música” -como indica Alberto Santamaría- “está muy presente en su trabajo. La musicalidad como motivo y como engranaje elemental del poema se entrecruzan en el diseño de los versos, en su originaria construcción”. Son constantes de su obra, de sus seis libros de poemas, la conciliación de la tradición más profunda (ritmo y métrica, símbolos clásicos) con elementos informales de la realidad que nos rodea.
El segundo poeta es Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968), autor de varios libros entre los que destacan Puntos de fuga (Premio Loewe) y Libro de los elementos (Premio Generación del 27), así como celebrado traductor de John Keats y Emily Dickinson. Los cinco poemas breves que publicamos en esta muestra (“Despojos”, “Raíz y huida”, “Nudo”, “Lo hondo” y “Tabla rasa”) confirman en muy buena medida lo que afirma Juan Manuel Romero sobre su poesía: que “sigue siendo un juego de intuiciones y de imágenes expandidas”, hacia la hondura y desde la sencillez, como revelación de que en lo más simple (aire, fuego, agua y tierra) late la raíz de todas las cosas; ahí la belleza, ahí el misterio.
De Ana Rodríguez de la Robla (Santander, 1971) hemos incluido también cinco poemas (“Arúspices”, “Déjà vu”, “Luz”. “Poema en el espejo” y “Gaviotas”), que responden asimismo a esa cartografía que Jaime Siles trazó sobre su poética: “Poesía exacta, pero agónica; moderna, pero helénica; clásica, pero vanguardista; gnóstica, pero erótica.... y, sobre todo, vida cristalizada cuyos reflejos vuelven a reactivarse en los poemas. Poesía de pensamiento, pero con la filosofía no explícita sino incorporada, es lo que esta incesante investigación en las distintas posibilidades de las formas transparenta: una poética de la insatisfacción que exige una desesperada búsqueda de modos de serse en su decirse”. En fin, como corresponde a una mujer lúcida, sensible y crítica: una poesía enigmática y bella, más cercana a la pérdida que a la celebración, según se evidencia en sus cuatro libros de poemas, uno de los cuales, titulado Acción de Gracias, tuve el placer de editarle en 2006.
El cuarto poeta, Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es también autor de varios libros de poemas y alguno de ensayo, bien considerados por la crítica y por sendos jurados que le concedieron un par de premios significativos (el de Poesía Joven de Radio 3 y el Premio Vicente Núñez). Cuatro poemas (“Limina”, “La corrección”, “Diario” y “La grieta”) muestran a un poeta capacitado en la estrategia de asumir, según Domingo Hernández Sánchez, “los gestos irónicos de una postmodernidad que ahora podemos observarla con la distancia que requiere, como si de un paisaje pintoresco se tratase”.
Tuve la tentación de titular este artículo “Favorables Santander Poemas”, precisamente en recuerdo de una revista memorable aunque de muy efímera vida. Recordemos que cuando en julio de 1926 apareció en Francia el primer número de la revista Favorables París Poema, sus fundadores incluyeron la siguiente tarjeta de visita: “Juan Larrea y César Vallejo solicitan de Ud., en caso de discrepancia con nuestra actitud, su más resuelta hostilidad”. Pues bien, salvando las distancias, nunca ha sido esa nuestra posición en RevistAtlántica de poesía, pues en ningún momento hemos buscado la confrontación ni esperado la hostilidad de los discrepantes, sino que más bien hemos pretendido sondear vías de entendimiento y comunicación entre las distintas lenguas y culturas y, por supuesto, entre las distintas generaciones y tendencias poéticas. Una pretensión que confiamos se haya concretado también en esta muestra de poesía cántabra que ahora hemos publicado.

MOTIVOS PARA UNA ORQUESTA

Santander y Cantabria carecen de una orquesta de músicos profesionales. Pero existen motivos para postular su existencia.
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por GUSTAVO MORAL
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Desde hace años, tantos como los que recuerdo teniendo la oportunidad de expresarme por escrito y en público, he reivindicado de una u otra forma la evidente necesidad de tener una orquesta profesional en nuestra comunidad. Una sueño cada vez más quimérico al comprobar que pasan los años, pasan los gobiernos de signos diversos, pasan los responsables de cultura por sus plazas y no hay atisbo ni intención, por ningún lado, de hacer nada al respecto. ¿Motivos? Desconozco los que se puedan emplear para no trabajar por esta causa, aunque sí –son muchos- los que justificarían su existencia.
Una orquesta… para los músicos de nuestra región, los que se han tenido que ir fuera y para los que lo harán en los próximos años. Una orquesta que les ofrezca la posibilidad, la meta, de un lugar donde tocar, al que aspirar. Ser músicos cántabros en una orquesta cántabra. Tal vez muchos no entiendan que, a día de hoy, sería difícil crear una formación estable y seria únicamente con intérpretes de nuestro entorno. Pero la sola existencia de este proyecto impulsaría a muchos a no tirar la toalla, a perseguir su meta… y vaya usted a saber si también a contemplar la posibilidad de crear una titulación superior en lo que a música se refiere en nuestra ciudad.
Una orquesta… para el público en general, que desconoce el repertorio sinfónico de la Historia de la Música. “Hacer oído” y crear afición es una tarea de constancia y abono, de aprender, junto a una formación estable, la forma en la que cambia la música, en la que trabaja un director titular; y cómo se nota cuando frente a los músicos hay un maestro invitado. A elegir las piezas favoritas y las que no lo son, desde la perspectiva del directo.
Una orquesta… para el público del futuro. Los más pequeños aprenden a querer la música soñando con Pedro y el Lobo, enamorándose de las melodías de Sherezade, riéndose con el Aprendiz de Brujo o descendiendo los rápidos del Moldava, acudiendo a los conciertos de Mozart o Beethoven y viendo el vuelo del Pájaro de Fuego.
Una orquesta… para las temporadas musicales de todo el año. Los fosos de las óperas y las zarzuelas, tanto en el Palacio como en el Festival Internacional de Santander han de contratar agrupaciones ajenas a Cantabria al no contar con un “equipo local” en este aspecto. Recitales líricos, ballets, conciertos extraordinarios que bien podrían realizarse como en Nochevieja, Año Nuevo, en celebraciones especiales…
Una orquesta… para los compositores locales y los ajenos. La Historia de la Música corre el riesgo de convertirse en arqueología si no se facilitan los medios naturales para fomentar las inquietudes creativas de nuestros artistas.
Incluso una orquesta… para los políticos, que podrían rentabilizar su apuesta con presencia mediática. Es más, convencido estoy en que aún no tenemos ningún proyecto sinfónico profesional porque los que han de tomar este tipo de decisiones desconocen estas posibilidades “electorales” de la añorada sinfónica.
Una orquesta… para la Música con mayúscula. Del mismo modo que existen bibliotecas porque creemos en el valor de la lectura como acto de formación, educación y crecimiento, hay que entender que la música necesita sus espacios de encuentro y formación. En su vertiente solística, de cámara y orquestal. Todos sabemos que se trata de una apuesta elevada en lo económico pero imprescindible para vivir en la época que nos corresponde. Tenemos Internet en nuestras casas, televisión digital en el salón, coches con aire acondicionado, un aeropuerto vivo, teatros y escenarios preparados, conservatorios a pleno rendimiento, centros comerciales… casi de todo. Pero no una orquesta. Considérenme el pesado de la “orquesta”, pero considérenlo tan solo unos segundos. ¿Se imaginan que el próximo viernes, sin ser verano, pudieran ir a un concierto de la Orquesta Sinfónica de Cantabria; o de la de Santander? ¿Y que a la semana siguiente hubiera otro programa distinto? Y que así, sin excesos ni alharacas sucediera con normalidad a lo largo del año.
Una orquesta por el bien general, por la normalidad de la cultura, por la posibilidad de elegirla, de escucharla, de no seguir sintiendo envidia de otras ciudades ni vergüenza en determinados foros. Para que, además de verano, haya invierno, otoño y primavera en la música sinfónica. Motivos hay muchos, pero lo que se dice sobrar, no sobra ni uno.

HORA CRÍTICA


RESEÑAS SOBRE NOVELA Y CUENTO

José María GUELBENZU: El cadáver arrepentido. Alfaguara, Madrid, 2007.
El nombre de José María Guelbenzu (Madrid, 1944) me ha merecido una admiración reverencial desde mis años de bachillerato, cuyos libros de texto (¿hace un cuarto de siglo?) ya le incluían en la nómina de clásicos contemporáneos. Desde su debut con el experimentalismo de El mercurio (1967), pasando por la aclamada novela de final de siglo, Un peso en el mundo (1999), la obra de Guelbenzu ha destacado por su complejidad formal, simbolismo y preocupación ética y estética en clave existencial. También se le considera un maestro en la descripción de las relaciones humanas, como demuestra en El río de la luna (1981) o en La mirada (1987).
Con todo, en este cruel mundo editorial dominado por el best-seller seudohistórico, exoticista o vaticanófobo, es posible que todo un conocedor de sus mecanismos como es Guelbenzu se haya sentido injustamente arrinconado en las estanterías de las librerías por, digamos, la última paparrucha templaria. Y, con la cautela propia de semejantes especulaciones, me atrevo a conjeturar que esta nueva fase de novela de misterio emprendida con No acosen al asesino (2001) y continuada por La muerte viene de lejos (2004) y la que nos ocupa, barrunta un posible intento de llegar a un público más amplio. Por supuesto que confluirán muchos otros factores, entre ellos la admiración por el género –sobre todo en su tradición inglesa–, pero lo cierto es que lo que parecía ser una cana al aire detectivesco hace seis años se ha convertido en toda una saga con visos de perdurar y de ir a más, incluso hasta la pantalla. Tal sensación me transmite, por ejemplo, mi consulta de la reciente página web de Guelbenzu (www.jmguelbenzu.com), polarizada en torno a las tres obras protagonizadas por Mariana de Marco, la jueza-sabuesa con destino en Cantabria, como si fuera lo mejor que ha escrito nuestro admirado autor. Incluso su nueva vocación ha conllevado un cambio de nombre, como en la tradición bíblica, si bien en su caso, a diferencia de autoras como Ruth Rendell/Barbara Vine, se limita a quedarse en J.M.Guelbenzu.
“¿Qué harías si en tu boda aparece un cadáver pidiendo perdón?” es la pregunta-gancho –tiempos verbales aparte– que domina contraportadas, marcapáginas y propaganda varia. Eso es lo que sucede en la boda de Amelia, amiga de nuestra jueza, que asiste como invitada. Se ha descubierto recientemente el cadáver de Rufino Ruz, que fue administrador y segundo marido de la abuela materna de la novia, desaparecido en los años 50 en la finca familiar toledana donde se va a celebrar el banquete. Sobre el difunto, que resulta ser abuelo del novio, pesaba la sospecha de haberse apropiado de parte del tesoro de la abuela de Amelia. Si a tan extrañas coincidencias se añade la muerte misteriosa de la madre de la novia poco antes de la boda, sin tiempo para revelar a sus cuatro hijos una oscura verdad, ya tenemos pasto para el hambre de aventuras de la inquieta jueza cántabra (de adopción) que oportunamente pasaba por allí.
En el haber de esta novela incluimos su inteligente diseño, estructurado mediante flashbacks muy ágiles que retroceden varias décadas o unos días, y escenas cortas de contrapunto cinematográfico. También detectamos un grato aroma de la tradicional novela de misterio inglesa, en lo que tiene de intriga psicológica y moderado humor. Ciertas dosis de metaliteratura están también presentes, pues Mariana de Marco, buena lectora, con frecuencia preconcibe los hechos de la realidad en función de parámetros literarios. Acaso mi principal objeción, como apuntaba arriba, sea una quisquillosa sospecha de que esta novela se haya concebido como producto comercial dirigida a un público que, en nuestro desolador panorama editorial, llegue a ser mayoritario. Tal recelo me provocan el carácter repetitivo de algunos pasajes, la simplicidad de algunos diálogos, cierta ortodoxia sociológica contemporánea y, más que otra cosa, la construcción artificial del personaje de Mariana. El narrador no se cansa de asegurarnos que la moza es inteligente, valerosa, estupenda y resultona, pero de alguna forma el personaje no acaba de convencer en su actuar, no resulta vivo. Pesa quizá sobre ella (qué cosas se me ocurren) la responsabilidad de convertirla en un icono, en una Marple, o quizá un Carvalho o una Petra Delicado.
De todos modos, El cadáver arrepentido cumple con creces sus cometidos genéricos y constituye una grata lectura vacacional. No es, sin duda, el mejor Guelbenzu, pero quizá esta novela contribuya a que el gran público (con perdón) se acerque más a su obra.

por CARLOS VILLAR

Jesús RUIZ MANTILLA: Yo, Farinelli, el capón. Aguilar, Madrid, 2007.
Resulta imparable el éxito de la novela histórica en España; un éxito que la crítica atribuye en líneas generales a su capacidad para dar forma a un pasado emocional en el que no interesa tanto reconstruir lo que ocurrió, cuanto representarlo desde una perspectiva extrañadora y comprometida. Así, el público en general busca en estos textos la reconstrucción del ambiente histórico con la mayor exactitud posible, personajes atractivos, valores intemporales (amor, lealtad, amistad, honor) que acerquen el personaje al lector, en un intento de popularizar el mundo antiguo aportando vivacidad y colorido a los libros de historia
Para escribirlos se necesitan enciclopedias o monografías para extraer la anécdota básica, mediana capacidad de fabulación, conocimiento de los tópicos del género, adobado todo ello con estilo sencillo y lineal. Son los ingredientes utilizados por el periodista santanderino afincado en Madrid, Jesús Ruiz Mantilla, en Yo, Farinelli, el capón. De este modo, el autor ha recorrido la ingente bibliografía disponible sobre el famosísimo cantante -protagonista también de una reciente película- para escribir un relato construido en primera persona, donde el castrato, desde su retiro en Bolonia a los 75 años, evoca su trayectoria vital desde el nacimiento en el reino de Nápoles, pasando por sus triunfos en Europa y su etapa de dos décadas en la corte española.
La estructura resulta un tanto mecánica: cada capítulo por lo general se inicia con la llegada de Farinelli a un lugar conocido –Nápoles, Roma, Venecia, Viena o Londres- descrito de forma elemental; allí tiene lugar algún acontecimiento relevante previamente documentado históricamente, sobre el que el personaje teje reflexiones retrospectivas casi siempre esperables: la magia de Venecia, la majestuosidad de los emperadores austriacos, cómo el público se enardece con su música, el grisáceo clima de Londres, cómo la grandeza de su arte compensa la mutilación genital sufrida a los 9 años... además -eso sí- de una muy precisa mención de sus actuaciones más significativas. Sin embargo, lo que el lector echa de menos es la profundización en aspectos o situaciones que hubieran aportado al personaje mayores dosis de individualidad, como su vivencia de la castración, tanto en el aspecto físico como en su relación con el amor, al que debió renunciar en aras de la música.
Nada que ver pues con las Memorias de Adriano, de Marguerithe Yourcenar o La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, novelas históricas cuyo éxito popular vino acompañado además del entusiasmo de la crítica. Aquí el mensaje principal -una vida entregada a la creación de la belleza; el arte de Farinelli capaz de incidir en la historia, al favorecer que Felipe V volviera a sus deberes en la Corte- se ve envuelto además en una prosa en la que no faltan reiteraciones ni fárragos. Lo más destacable resulta sin duda el buen conocimiento por parte del autor de la historia musical de la época.

por JOSÉ MANUEL CABRALES ARTEAGA

Pablo TORRECILLA: El libro de las hojas muertas. Ediciones Valnera, Villanueva de Villaescusa, 2007.
El mismo 1967 vieron la luz Pablo Torrecilla y Cien años de soledad. Cuarenta años después, del impacto de la novela sobre el joven brota El libro de las hojas muertas, que presenta una doble y sorprendente visión, texto autobiográfico del madrileño e ilustración de la novela del colombiano.
El primero describe la infancia, adolescencia y familia de un joven español en lucha con sus demonios interiores (mundo, demonio, carne) hasta la madurez. Una larga secuela de aprendizaje donde se transforma la ilusión en realidad y forma la experiencia. El vigor de la prosa de García Márquez se refleja en el estilo de Torrecilla, en el modo literario. Porque su escritura no desmerece, ni mucho menos, de su arte plástica. Su faceta de ilustrador, que dialoga con la autobiografía, ilumina la obra de García Márquez y tiene mucho del lápiz crítico de Daumier, ácido y sarcástico. Posee, en consecuencia, El libro de las hojas muertas dos vertientes que son como la umbría y la solana de un collado: vistas por encima, parecen campos distintos, que poca relación tienen de color y vida, pero ambas son parte del mismo altozano y su sustrato es idéntico.
El lado literario, donde Torrecilla campa por su periplo vital, tiene un fondo marquezino, parte de la necesidad de restringir el mundo, un espacio tan nuevo que algunas cosas aún no tienen nombre y deben señalarse con el dedo para definirlas. Narrada en primera persona, su prosa es peregrinación del español, como la saga de los Buendía, captación de los activos (tales nuevos Arcadios) y los contemplativos (aquellos Aurelianos). Refleja un atinado relato de las sensaciones e ilusiones de un joven que se abre al prometedor –e incómodo– mundo. La casa que habita, el caserón de la abuela, deviene un mundo mago, capullo donde encerrarse a crear con una autarquía que semeja a la ostentada por los Buendía. La abuela de Torrecilla encuentra su epítome en Úrsula Iguarán, la menuda y activa mujer que constituye la almendra de la saga de Macondo. A partir de ese punto relata sus salidas, en especial la que ejecuta a Estados Unidos. El exterior constituye la hojarasca: el personaje se pierde, le engañan, entra en conflicto con el entorno. Un mundo de vértigo que se palpabiliza en Samuel, ese extraño –pero no raro– falso editor que le promete una ganancia sin cuento que, como en un mal cuento, nunca llega. Un personaje sórdido que asimismo es epítome ad contrarium de la anciana, y cuya actitud de ansia crematística remite al Jacob ideado por el colombiano. De la misma forma, la literaria Remedios, la Bella, topa su copia viva en una dependienta que Torrecilla ve por una única vez: representa la inocencia, encontrada, perdida y nunca recobrada porque es imposible hacerla revivir.
Si la prosa presenta al artista, el dibujo y la pintura recrean el mundo de Macondo en personajes y ambientes. Los primeros están realizados con amor y dedicación. Dos destacan sobre todo, el gigantesco José Arcadio y la bella Remedios. Aquel semeja una fuerza de la naturaleza, con su hirsuta pelambrera, la nariz aquilina y el gesto decidido. Alrededor –o a la sombra– de su imagen viven los demás hombres como contraste, incluso el mágico Melquíades. Remedios, por el contrario, con su etérea belleza metaforiza lo inalcanzable. Heredera directa de la Venus botticelliana, su pudicia y descaro la convierten en paradigma de mujer. Las demás contrapuntean a esta excelsa hembra.
Empero, lo más logrado plásticamente del madrileño es su capacidad para ubicar a los personajes dentro de un paisaje o de un grupo. Se dotan de un halo mágico, sea en el primitivismo de exhalan las figuras, sea en la exuberancia lujuriosa de las plantas, o en los matices que otorga a los suelos, incluso en los grises de los lápices. De ello da buena cuenta la portada del libro, con el coronel Aureliano frente al pelotón de fusilamiento. La prestancia y densidad de los personajes en el tétrico paisaje proporciona un ritmo estético que se encuentra en otros óleos, tales los dedicados al esqueleto del galeón español en medio de la pampa.
Si el tremendo episodio del tren de los muertos –uno de los relatos mágicos imperecederos de la literatura española- capta la fusión estremecedora de cuerpos y vagón, no menos perspicacia poseen las telas del acrílico de la niña Rebeca o los fondos ígneos del triángulo amoroso de Amaranta, Rebeca y Pietro Crespi, plasmando así las sensaciones que transmite el verbo riquísimo de García Márquez. Óleo acabado o rápido esbozo, la mano de Pablo Torrecilla sabe tratar y trasmitir ese mundo donde se funden el hombre y la naturaleza con el rumor de las praderas antiguas.

por JESÚS LÁZARO

Beato DE LIÉBANA: Comentarios al Apocalipsis. José Ramón SÁNCHEZ: Visiones del siglo XXI. Ediciones Valnera y Consejería de Cultura, Turismo y Deporte del Gobierno de Cantabria, Villanueva de Villaescusa, 2006.
El pintor José Ramón Sánchez emprendió en 2004 la tarea de recrear en imágenes el universo inquietante que transmitió Beato de Liébana en sus Comentarios al Apocalipsis de San Juan. Durante dos años se imbuyó en la lectura del texto, consultó códices antiguos, pidió la opinión de amigos teólogos y trabajó en la composición de veintidós óleos de gran formato pensados para ilustrar, desde la mentalidad del siglo xxi, la obra del genial lebaniego.
José Ramón, con mano forjada ya en la ilustración de las más importantes obras de la literatura universal, acometió el trabajo representando, en principio, las escenas más comunes de todos los beatos —los cuatro jinetes del Apocalipsis, la bestia, la serpiente de siete cabezas…—, para alcanzar, a medida que avanzaba en la obra, la total libertad de su arte. Fue entonces cuando, sin romper del todo con sus lazos figurativos, decidió continuar el trabajo de manera diferente, convirtiendo el escenario del lienzo en una especie de fantasmagoría en la que las formas apenas se sugieren, las figuras se disuelven y las luces alcanzan matices apasionantes. Curiosamente, ese cambio se produjo en la mitad de la obra, cuando las fuerzas del Bien y del Mal estaban a punto de enfrentarse en la batalla decisiva. En ese momento el pintor retrató toda la crudeza de la lucha con espléndidos efectos cromáticos, en palabras del profesor Lázaro Serrano, “como si las apariencias del mundo ordinario se subsumieran y diluyesen por necesidad en ese ámbito poderoso, invencible, de la niebla donde contienden el Bien y el Mal”.
El libro cuenta con un contenido de gran interés, que arropa las quinientas ilustraciones que nacen de los veintidós óleos de José Ramón Sánchez: la edición íntegra de los Comentarios, según la canónica traducción de Campo Hernández y González Echegaray; un texto de Emilio Pascual de gran belleza literaria —El monje en su Apocalipsis—, que recrea las últimas horas de Beato; la traducción rimada del “Himno a Santiago”, realizada expresamente para la edición por Pollux Hernúñez; una reflexión de Guillermo Balbona —De cómo una luz que ilustra el mundo se nos antoja bella propaganda— sobre la actualidad de las imágenes de los beatos; un estudio riguroso de Joaquín González Echegaray —El Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana— acerca de la importancia del libro en la tradición religiosa occidental y la repercusión de sus ilustraciones en el desarrollo posterior de la pintura y la escultura; y, por último, a modo de cuaderno de trabajo, las reflexiones artísticas del propio José Ramón —Visiones— a la hora de enfrentarse a la ilustración de los textos.
En cuanto a su continente, el libro se ha realizado sin escatimar esfuerzos técnicos. Destaca especialmente el delicado proceso de termoestampación pliego a pliego, que permite que todas y cada una de las páginas vayan adornadas con una estampación en oro o en plata, que ribetea las ilustraciones del artista, en unos casos, y el texto de la obra, en otros, a modo de marco. Encuadernado en piel reciclada, cada ejemplar lleva cinta punto de lectura y está numerado y firmado por José Ramón Sánchez.
La obra, que no es venal, puede encontrarse en bibliotecas y puede asimismo descargarse gratuitamente desde la página web de Ediciones Valnera (http://www.ediciones-valnera.com/).

por JESÚS HERRÁN

Gonzalo CALCEDO: Saqueos del corazón. Algaida, Sevilla, 2007 (IV Premio de Relato Iberoamericano “Cortes de Cádiz”, 2007).
La escasa atención que parte del mundo editorial español presta al cuento y al relato corto refleja un evidente despotismo económico, que no ilustrado, del mercado a la hora de imponer determinados moldes y gustos. No menos cierto es el desinterés de los lectores ante un género al que algunos le siguen colgando el sambenito de “menor” en ese ficticio e inoperante escalafón de la literatura. Por lo visto, en este caso el tamaño sí que importa y mientras la novela se erige en la reina de los fastos y fiestas literario-publicitarias, el cuento y sus autores siguen sufriendo, aunque bien es verdad que cada vez menos, un cierto acorralamiento editorial, como si el escritor de relatos fuera una especie de paria o aprendiz de novelista que tuviese que demostrar primeramente su calidad y valor en las distancias cortas. Quizá sea por esto, por este falso prestigio -disculpen la redundancia- de la novela como género de ficción mayor, el gran Augusto Monterroso escribió con mucha guasa guatemalteca que una novela es una buena preparación para escribir un cuento.
No menos grave, por otra parte, nos parece el estrabismo de cierta crítica, demasiado desatenta a lo que es uno de los fenómenos más destacados en nuestra literatura durante la última década: la consolidación de géneros, si es que hoy se puede hablar de géneros, como el cuento y el relato corto, el microrrelato, los diarios, los libros de viajes o las memorias. Por fortuna, algo está cambiando y ya no es infrecuente en los catálogos de las editoriales o en los suplementos literarios de los periódicos la cada vez más abundante presencia de libros y de antologías de relatos, a veces, eso sí, pergeñadas a partir de muy peregrinos temas. Hemos de citar aquí la excelente labor que en este sentido llevan a cabo editoriales como Menoscuarto o Páginas de Espuma.
A pesar de ser Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) un escritor poco amigo de lo que se llama “vida literaria”, no ha pasado inadvertido para la crítica más exigente. Habita y trabaja al sur de la bahía santanderina y es un fiel militante del relato breve. Desde su inicial Esperando al enemigo (1996) hasta este Saqueos del corazón (2007), ha publicado casi una decena de libros de relatos: Otras geografías (1998), Liturgia de los ahogados (1998), La madurez de las nubes (1999), Apuntes del natural (2002), La carga de la brigada ligera (2004), El peso en gramos de los colibríes (2005) y Mirando pájaros y otras emociones (2005). Así mismo, es autor de La pesca con mosca, su hasta ahora única novela (2003).
La escritura de Calcedo nos recuerda, a veces demasiado, el trazo de autores como Cheever, Richard Ford, Carver, Tobías Wolf o Lorrie Moore, pero no se nos ocultan otras influencias más diluidas como las de Stevenson, Melville, London, Greene, Hemingway o Salinger y, por encima de ellos y como grandes y permanentes faros de la literatura, las de Kafka y Conrad, lo que evidencia una determinada filiación narrativa, escorada claramente hacia parte de lo mejor de la narrativa norteamericana y no de la latinoamericana, hasta hace algunos años la de mayor influencia entre los autores españoles de cuentos.
En Saqueos del corazón, libro con el que el autor ha obtenido el IV Premio Iberoamericano de Relato “Cortes de Cádiz”, Calcedo nos presenta once relatos o nouvelles en las que los protagonistas comparten culpas y arrepentimientos, soledades y frustraciones, amores y desarraigos y en los que adivinamos rasgos y ecos de otros personajes característicos del universo narrativo del autor : Verónica, la abogada que va a visitar a su madre a la residencia de ancianos; el galerista Dorian y la niña pintora; Hanna, Isadora y sus amantes; el pasado y Helga; Lucas y su tullida sentimentalidad; el matrimonio desvaído de Tobías; un adolescente salingeriano en fuga; Irene Cox, esperando sentada en la cama -muy Hopper- la llegada de su amante; la soledad de Julius y una asombrosa niña, no menos sola, en la consulta del dentista; los extraños vecinos de un hombre abandonado por su mujer...
También los entornos en que se mueven esos personajes son muy semejantes a los que el autor nos dibujara en otros libros suyos: solitarias urbanizaciones, lugares de paso, habitaciones de hoteles, paradas de autobuses, estaciones de trenes, supermercados, consultas médicas... y todo ello con una extraordinaria sobriedad técnica y un excelente dominio de los recursos expresivos. Calcedo describe con enorme lucidez la fragilidad de la vida, el despojamiento y penuria de nuestras experiencias, la incomunicación y las soledades domésticas, sin que asome por ello la tragedia o el desbordamiento emocional. Esa aparente frialdad del autor, que en ningún momento descarta la elegante cabriola poética, es producto del alto nivel de exigencia que el autor se impone a la hora de escribir. En suma, una escritura en tensión y condensada donde lo argumental excluye lo meramente anecdótico para centrarse en la historia y fragmentarse en la sugerencia y en la elipsis; una escritura, pues, enganchada a la realidad, a esa épica desolada de lo cotidiano, iluminadora del vacío y de la orfandad sentimental en que vivimos.
Vuelve Gonzalo Calcedo, pues, a superarse a sí mismo y confirma con su última obra que estamos ante uno de los grandes autores de relatos de la literatura española actual.

por FERNANDO ABASCAL

RESEÑAS SOBRE POESÍA

Carlos ALCORTA: Sutura. Hiperión y Fundación Gerardo Diego, Madrid, 2007.
La última obra del poeta de Torrelavega Carlos Alcorta es un único poema, un largo poema en trece cantos, en que trata de cauterizar una herida entre el pasado y el presente, el niño y adolescente que fue con el hombre ya maduro.
La idea de la mirada se convierte en tema recurrente en el poemario, porque “quien aprende a mirar a prende a ser”, con esa mirada ingenua para descubrir lo oculto, lo secreto; una mirada que a veces se refleja en un espejo y provoca espejismos.
Al poeta le preocupa el tiempo, la temporalidad, “ese tiempo que queda por vivir” y que también implica memoria y olvido “porque aquello que olvidas te pertenece” y gracias al olvido seguimos viviendo.
El José Hierro del Libro de las Alucinaciones está presente en los paréntesis explicativos que el creador necesita para seguir avanzando en el poema.
Sutura, poemario narrativo, discursivo, es una reflexión sobre la existencia del que fue y es. No hay respuestas, sino preguntas retóricas que a todos nos conciernen en tanto el autor entiende que cuenta con un lector cómplice. Por otra parte, en el poemario se detecta una salvación por la palabra: “Sé que mi vida” –dijo ya Carlos Alcorta en una poética– “hubiera sido diferente de haber hallado refugio en la escritura, pues gracias a ella observo el mundo y a í mismo de otro modo, más preciso y hasta más benévolo”.
El poemario se cierra con una explosión de júbilo, una apuesta por la vida, una celebración de la existencia: “Este es tu tiempo./ Estás aquí. Son tuyas las palabras/ que entonan un canto de gratitud/ por la simple razón de estar presente./ Esta es tu victoria, tu recompensa./ Guarda por siempre bajo siete llaves/ la refulgente bala de plata que atraviesa,/ cuando el fervor se acalla, los muros del olvido”.
La Fundación Gerardo Diego ha editado, a su vez, un tríptico, el número 4 de su colección “Tertulia de Equis y Zeda”, con el título Ante mi poesía, que contiene tres poemas inéditos de Alcorta y así mismo el poema “Otoño”, perteneciente a un libro bastante anterior del mismo autor, Cuestiones personales.

por MARISA SAMANIEGO

Julio CEBALLOS: Cuaderno de Shangai. Versión en chino de Yuming Tu. La Sirena del Pisueña, Santa María de Cayón, 2007.
Un lector que acostumbre a leer la portada de un libro como primer signo textual encontrará en la de este primer poemario del cántabro Julio Ceballos indicios de gratas promesas. La contracubierta –refuerzo innovador para la sobria elegancia de La Sirena del Pisueña– nos muestra una panorámica de la torre Perla de Oriente de la ciudad de Shanghai, con el logotipo de la pasiega sirenita superpuesto, como si surcara las aguas del río Huangu. No sé si será deliberado, pero el detalle es toda una premonición de la dualidad temática que encontraremos en el libro: destierro urbano en Shanghai y evocación de la “tierruca”. Ya decía Juan de Salisbury que la “tierra extranjera” era una de esas realidades que “con la lectura, abren a muchos las cosas oscuras” (Policratus, VII). Pero la Cantabria de Ceballos, los paisajes de su hogar campurriano, los amigos que dejó atrás, los seres queridos, vertebran parte no pequeña de los contenidos de Cuaderno de Shanghai. Acaso la distancia no sea el olvido, acaso los fantasmas (“luchas con fantasmas/ a salvo de los fantasmas/ del mundo de los vivos”) se hagan más presentes a miles de kilómetros del hogar, como le pasó con su Dublín a Joyce –uno de los referentes del poeta, si atendemos a la sopa de letras de agradecimientos finales.
Pero aún otra sorpresa nos aguarda en la primera fase de lectura de portada: el texto se ofrece en versión bilingüe, china y española. No conozco muchos casos similares en el mercado editorial hispano, y ciertamente ninguno a este lado del Ebro. Aunque no me hallo en condiciones de juzgar la calidad de la traducción, obra del filólogo Yuming Tu, la emblemática biblioteca poética del Ayuntamiento de Santa María de Cayón añade así uno más a sus méritos, en lo que aporta de acercamiento al intercambio cultural con el gigante que despierta.
Adentrándonos ya en el intrincado tejido lírico de Julio Ceballos, advierto de que no es fácil condensar su poesía en pocas líneas. Son poemas personalísimos, de difícil clasificación genérica, que el autor no se molesta en parcelar bajo secciones, aunque sí se enmarcan, sin embargo, dentro de un diseño sugerente y cuidado: abren y (casi) cierran el libro distintos versos del mismo poema de José Hierro, “Falsos semidioses”, que entonan la sintonía dominante del destierro. El primer poema, “Signos”, vuelve a remitirnos a Hierro (late en todo momento, y no solo en el título, una deuda consciente con Cuadernos de Nueva York) y concluye afirmando que “las casualidades no existen”, afirmación que también cierra definitivamente el poemario.
“Desde una ciudad envuelta en nieblas/ en ruido de contaminación/ y en la vida de veinte millones de almas/ te escribo estas líneas”, nos confiesa confidencialmente el poeta en su segundo poema, “Seguro de vida”. Pero tampoco conviene tomar muy al pie de la letra la especificidad de su experiencia, pues “yo siempre escribo el mismo poema, hablo de la misma gente, todas las ciudades/ son la misma desde hace tiempo” (“Bonus track”). Algunos parecen poemas biográficos, con clave privada, o quizá seudobiográficos, acaso inspirados o soñados en una butaca de cine campurriano y recreados en la soledad de un rascacielos chino. Ciertamente hay abundante inspiración cinematográfica (Blade Runner, XPAT, In the Mood for Love,…), y pululan por estos versos personajes enigmáticos, de los que solo conocemos un rasgo o un nombre impronunciable (“Mian Tiao”), ambientados en un entorno vaporoso pero indiscutiblemente lírico. Ceballos hace gala en la mayoría de sus poemas de un incuestionable instinto para el ritmo – sea largo o corto (“Wo Auch Immer Sie Sein Mag”)– y una maestría para la combinación léxica sugerente. El verso hermético da paso en ocasiones a otro más explícito, incluso sapiencial, como la serie de “no haikus” titulada “Jueju”, y en ocasiones el poeta no se resiste a quitarse la máscara de fingidor, como en el emotivo poema dedicado a su padre.
Poesía, pues, enjundiosa y de un elevado poder evocador, que nos trae a la conciencia el recuerdo de nuestra condición efímera y contingente. Todos somos desterrados en alguna medida, pues se nos niega el acceso a los parajes que habitan en el recuerdo. En efecto, “lo único que le falta a este paisaje cuando se pone el sol/ es la nostalgia anticipada de su pérdida”.

por CARLOS VILLAR

Rafael FOMBELLIDA: Canción oscura. Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de Cantabria y Editorial Pre-Textos, Valencia, 2007 (Premio de Poesía “Gerardo Diego”, 2006).
Rafael Fombellida, un poeta consolidado en el panorama creativo de Cantabria, nos presenta un libro en tres partes, con un nuevo enfoque para explicar la realidad. El mundo poético de Fombellida se mueve impulsado por fuerzas internas. Hay en sus versos algo dinámico que no puede apresar la razón, sino la intuición. El subconsciente, el recuerdo y las imágenes vividas constituyen la materia de trabajo del poeta. Los poemas de este autor descubren al lector aspectos y resortes de la psicología humana y aportan al crítico nociones sugestivas acerca de los mecanismos de su creación literaria.
La palabra de Fombellida es rigurosa, seleccionada con cuidado, casi diríamos que en su afán de precisión, violenta el verso para conseguir explicar y luego rehacer y diseñar el vivir humano concreto. El escritor ha intentado dar salida a los estratos más profundos de su ser y expresar o combatir momentos vividos. Recuerdo las palabras de Fredo Arias de la Canal: “Los escritores desarrollan su actividad literaria por una necesidad interior de resolver un conflicto inconsciente a través del medio sublime de la escritura”.
Los versos que componen Canción oscura no se limitan a reflejar la realidad, sino que quieren explicarla e incluso contribuir a transformarla. Su estructura en tres partes, más las dedicatorias y notas ya es conocida para sus lectores –se asemeja a Deudas de Juego-. Pero ahora encontramos una distorsión de la realidad, no se trata simplemente de reproducirla, sino de poner al descubierto sus mecanismos profundos –ocultos en lo más hondo de la conciencia- y denunciarlos. Todo ello equivale a liberar el poder creador del hombre, tarea en la que incumbe a la poesía un papel privilegiado, como instrumento idóneo -según André Breton- para iluminar la vida auténtica. Pero se deberá crear al dictado de un pensamiento libre de toda vigilancia ejercida por la razón. En alguno de estos poemas, “El obediente”, “Higos por la merced”, se acude a la ensambladura fortuita de palabras. El lector no comprende racionalmente, pero puede recibir fuertes impactos que modifican su estado de ánimo y suscitan diferentes emociones. En casos eminentes, el lenguaje adquiere coherencia, pero sin duda lo que escribe Fombellida pertenece al Surrealismo, que inauguró un nuevo modo de leer que se extiende por todo el mundo. Gracias a este movimiento artístico, el lenguaje de la literatura se ha enriquecido insospechadamente. Hoy sigue presente no sólo en la literatura, sino en el cine, en ciertos vídeo-clips y en las más variadas manifestaciones culturales.
Fombellida es un espectador agudo de la vida, las artes y la cultura. Literariamente, destaca por su estilo elegante, en el que las metáforas y los símiles son manejados para hacer plástica la idea. Sus temas se centran en la vida humana y sus meditaciones giran sobre el hombre y su entorno. El poeta realiza un arte puro. Si la tradición decimonónica valoraba el arte por lo que tuviera de humano o de real, ahora se nos invita a valorar las puras calidades formales. De ahí que se tienda a la deshumanización, hacia un relegar las emociones humanas en pro de la pura emoción estética.
Un poema donde predomina el color y sus significados -estudiados por la poesía psicoanalítica- es “Schwarz ist die nacht” El arte ha de ser plena claridad. El placer estético tiene que ser un placer inteligente. El poeta empieza donde el hombre acaba; su quehacer es la pura creación verbal: la poesía es, en este libro, el álgebra superior de las metáforas. Otras formas de estructuración en el poema conciernen al tiempo. A veces, hay un desorden que se debe al intento de reproducir los caprichosos mecanismos de la memoria, que no siempre ordenan sus evocaciones. Otras veces, puede percibirse la influencia del montaje cinematográfico, con su técnica del flash-back. Las razones pueden ser más complejas.
Algunos versos recogen un pensamiento total o parcialmente incontrolado, en el que se hilvanan percepciones, recuerdos, asociaciones libres de ideas, pulsiones subconscientes. Y a ello corresponde un lenguaje hecho de elipsis, de sintaxis desestructurada o de juegos verbales. Se trata, pues, de un poderoso recurso para explorar la conciencia e incluso la subconsciencia.
Hay un progresivo enriquecimiento metafórico y la utilización de todos aquellos recursos que potencian la expresión y la tensión artística. Por otro lado, se exploran todas las posibilidades de la frase, desde la muy corta -a veces, inarticulada- hasta la más larga y compleja, y no se retrocede ante violentas rupturas sintácticas, en busca de nuevos efectos: “Mas de momento te impresiona el fluido/ vértigo en fuga que, inviolado, cede/ su cuota de alimento al mundo avaro/agregándose a fuerzas superiores/ que enlazan un candente despertar/ con el largo, infinito adormecerse.”
Esta poesía muestra una extraordinaria complejidad que reserva al lector sorpresas y dificultades. Y es importante insistir en que supone un nuevo concepto de lector y exige nuevas formas de lectura. El lector ya no puede limitarse a ser un receptor pasivo, tiene la obligación de colaborar activamente y de forma creadora para recomponer e interpretar lo que, a menudo, se le da como un rompecabezas o una sucesión de enigmas. Al principio, tal trastorno de los hábitos de lectura puede resultar complicado; pero no cabe duda: el esfuerzo requerido es fuente de nuevos placeres, lo que Manuel Alvar llamó la fruición estética.
Como dice Sigmund Freud, “la hazaña literaria, como tal, procede de las mismas fuerzas psíquicas que son responsables de todos esos logros durante el día. Probablemente estamos demasiado inclinados a exagerar el carácter consciente, hasta de la producción intelectual y artística”.
Rafael Fombellida siempre da lo mejor de si mismo, lleva su poesía un paso más allá de sus anteriores libros. Y no lo olvidemos: el riesgo mayor es no correr riesgos.

por LOURDES ROYANO

Alejandro GAGO: Antología (1949-2006). Icaria, Barcelona, 2007.
Toda antología presupone una labor de análisis, un trabajo de selección y organización de materiales, el resultado de haber aplicado un cedazo más o menos espeso a la obra de un autor, y por ello entraña una crítica en sí misma. En el libro que nos ocupa, se han filtrado y recopilado cerca de sesenta años de la creación poética de un autor que ya forma parte de la historia de la poesía en Cantabria. Alejandro Gago (Santander, 1927) escapa de las sombras a las que parecía relegado gracias a esta iniciativa conjunta entre la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Santander y Juan Antonio González Fuentes. Gago, más conocido por ser el fundador en 1951 de la revista poética y la colección de libros El gato verde, es además de poeta, autor de cuentos, artículos periodísticos e incluso de una obra teatral. Pero es su poesía, que ya ha sido recogida en diferentes antologías nacionales y regionales, la que ahora nos interesa.
La presente Antología (1949-2006), publicada en la editorial Icaria de Barcelona, nos propone una lectura inversa: de los trabajos más recientes del poeta (una plaquette del 2006, Ligeramente ácido) hacia su génesis (Por la misma senda, 1949). Esa huida hacia el pasado que nos propone González Fuentes, es además un reflejo de lo que nos vamos a encontrar en el libro. El tiempo es un recurso constante en la obra de Gago (Prisionero del tiempo, 1951), pero no es el único que habita estos poemas. Ya desde el comienzo del libro -después del prólogo del antologista, un laudatorio texto de Julio Maruri y un poema de Gerardo Diego dedicado al autor- nos encontramos con temas que pronosticamos habituales en el resto de la obra: la vejez, el recuerdo, el paso del tiempo, la cercanía de la muerte, la brevedad de la vida, todo ello mediante metáforas e ideas siempre sencillas y en ocasiones tópicas: los pájaros que anuncian la muerte, los años que se marchitan, la ausencia de una verdad o de un sentido de las cosas... Es esta una de las características de la poesía de Alejandro Gago que más llama la atención: la constancia temática y reincidente a lo largo de los años. Otro de los recursos que merece la pena señalar (en Sombra creciente, 2005) es la propuesta más o menos atinada de establecer un diálogo poético mediante la herramienta de la intertextualidad: “no es verdad que el camino/ lo hagamos al andar./ El caminar es sólo/ un ir hacia la muerte/ por un camino hecho/ antes de caminar; ni las vidas son los ríos/ ni la muerte es el mar”. Este diálogo vuelve a aparecer en Los pasos detenidos (1960): “Voy descubriendo caminos en la tarde”. Los poemas extraídos de Sombra creciente -que remiten a una infausta experiencia personal con el Alzheimer- contienen así mismo la invocación a un dios que nunca responde (“¿por qué somos elegidos para el dolor?”), idea que se reitera en los demás libros. El tono pesimista y desesperanzado de Pasajero de un sueño (2003) (“¿Ha merecido la pena?”) se desarrolla en la concepción calderoniana de la vida como un sueño (“¿Estoy despierto?/ ¿O lo estoy soñando? / Un sueño dentro de otro sueño / para soñar que estoy despierto”), siempre dentro de un locus amoenus. El sueño como antítesis de la realidad aparece del mismo modo en la plaquette Versos a Lucía (Nanas) (1999), con cierto aire de cancionero tradicional. Continuando con el viaje a la semilla nos encontramos con poemas extraídos de Agua de la mar (1999), poesía de corte marinero y Elegía a Angelines (1992) -con una estructura a base de citas de Lorca, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Machado, y el mismo Gago-, plaquette que retoma la idea del silencio de Dios y de la muerte. Las circunstancias personales del autor vuelven a quedar reflejadas en Llanto por un hecho cotidiano (1978) -que recrea las sensaciones y sentimientos ante la pérdida de su hijo-, donde emplea los mismos recursos y temas de los que venimos hablando (“la muerte es sueño dentro de otro sueño”).
Por no extendernos más de lo conveniente, baste decir que en el resto del libro no hay mayores sorpresas: el hombre, diminuto en la inmensidad del Universo, continúa inquiriendo una respuesta a un dios lejano que no responde; el tiempo fluye sin remedio (“las olas se llevan el tiempo de mi esperanza”); los pájaros aparecen indefectiblemente en cada una de las páginas del libro (“los años son los pájaros que nadie llama”); los tópicos son constantes: el ubi sunt, el carpe diem (“el rayo sólo pasa una vez”), el sueño, la eternidad, el destino; todo ello para terminar -comenzar, en realidad- con su primer libro, que contiene toda la esencia de lo que Gago iría desarrollando a lo largo de estos casi sesenta años: Por la misma senda (1949), centrado en las sensaciones del autor ante el fusilamiento de su padre durante la Guerra Civil.

por FRANCISCO LLANILLO

Philip LEVINE: Una verdad sencilla y otros poemas. La Mirada Creadora, Santander, 2007.
La poesía norteamericana viene recibiendo en los últimos años, sobre todo por parte de los poetas españoles más jóvenes, una recepción abierta, extensa, que provoca que haya un ensanchamiento de las tradiciones. De esta forma, la poesía española comienza a intoxicarse, derramarse, dejándose caer sobre “otras tradiciones”. Ejemplos hay muchos y si nos referimos a la poesía norteamericana el gran nombre hoy no es otro que John Ashbery. Sin embargo, sería un error quedarnos en un nombre. Ello implicaría volver los pasos hacia una tradición monolítica. Hay otros nombres muy presentes hoy: de Wallace Stevens a Louis Glück, por ejemplo, pasando por William Carlos Williams, Allen Ginsberg, A. R. Ammons, Diane Di Prima, Mark Strand o Philip Levine. Precisamente de Levine se acaba de editar en la editorial “La Mirada Creadora” la primera colección importante y amplia de sus poemas bajo el título Una verdad sencilla y otros poemas. Ya anteriormente, la colección cántabra “Ultramar” había editado en 2006 algunos de estos poemas bajo el título Cuatro poemas. Aquello fue el germen de este proyecto. De la mano de la editorial cántabra y del buen hacer del traductor Eduardo López Truco aparece, pues, esta edición de un poeta poco conocido en España pero portador de una poética honda, trabajada y sugerente. Ha publicado Levine dieciséis títulos de poesía, el más reciente Breath, en 2004. Entre los reconocimientos figura el Premio Nacional de poesía en 1979 por Ashes y en 1992 por What work is, obteniendo en 1995 el Premio Pulitzer por The simple truth.
Si algo sorprende del libro que ahora se edita, Una verdad sencilla, es la proximidad en el sentido espacial del término. La mayoría de los poemas hacen referencia explícita a hechos relativos a la historia de España del siglo XX. Sea como fuere, como bien indica el traductor, “resulta llamativo que este tema se haya convertido para él en una manera útil de abordar su visión del mundo y comprender su experiencia en él”. Así, desde un lenguaje coloquial y un tono elegíaco en ciertos momentos, que lo aproximan a algunos poetas de la generación del 50, van discurriendo los poemas del libro. Poemas de un raro realismo que se mueve entre Raymond Carver y Federico García Lorca, que a veces lo lanza hacia un cierto tono machadiano. Curiosamente Carver y Levine comparten ese amor literario hacia la figura de Machado. Así, hallamos en el libro poemas como “Por un duro”, donde la experiencia de una España de posguerra lo lanza a una reflexión más amplia y elevada: “Por un duro tenías una noche al resguardo./ (Un duro era una moneda de cinco pesetas/ con el perfil de Franco, la narizota respingona/ como si él solo hubiera recibido/ el aliento de Dios. En el 65/ sólo él recibía el aliento de Dios.)”. Presencia de la historia de España que está igualmente patente en el poema “Sobre el asesinato del teniente José del Castillo por el falangista Bravo Martínez, 12 de julio de 1936” o en “Francisco, te traeré claveles rojos”, donde escribe: “He venido una vez más aquí a ver,/ en el gran cementerio/ de Barcelona, tras su fortaleza,/ las tumbas de mis caídos./ Dos domingueros ya mayores/ nos guían al bajar la colina./ “Durruti”, dice el hombre, “estuve de su parte”. La mujer le hace callar”. O más allá de la historia cruda y triste de España, habla también de posibles encuentros literarios, por ejemplo en “Sobre el encuentro de García Lorca y Hart Crane”: “Los dos/ genios poéticos vivos/ se encuentran, y ¿qué pasa? Una visión/ se aparece ante un hombre corriente que mira/ un río asqueroso”. Sin embargo no sólo “lo español” ocupa el libro. Recorren el libro otra serie de poemas donde desde la finura de un sólido lenguaje poético, desde un realismo plural de ciertas resonancias a Robert Lowell que erige tensas reflexiones. Lo anecdótico finalmente queda trascendido. Un ejemplo importante y paradigmático es el poema titulado “El poema de la tiza”, donde el encuentro casual con un sujeto aparentemente perturbado que le habla a una tiza acaba por tornarse quizá como paradigma de todo proceso creativo. El sujeto que le habla a la tiza es quizá el alter ego de todo poeta. “De camino a la parte baja en Broadway/ me topé está mañana a un tipo alto/ hablándole a un trozo/ de tiza que tenía en su mano derecha”. El poema se desarrolla a un ritmo narrativo ágil y sugerente describiendo hábilmente al extraño personaje. En el proceso descriptivo comienzan a mezclarse imágenes de suma exquisitez: “El feldespato, el calcio, conchas de ostra,/ sabía qué criaturas dieron/ el espinazo para ser el polvo/ del tiempo aprisionado/ en perfectas barritas,/ conocía la tristeza de las aulas/ en diciembre, cuando la luz cae/ temprano y las palabras de la pizarra escapan/ de su gramática y sentido” (p. 71). Y será precisamente este escaparse de su sentido lo que se le ofrezca al poeta como espacio para la escritura, para el poema. “Entonces acabó el poema,/ como pasa con todos, y dejó caer/ su mano izquierda abruptamente/ y me ofreció su tiza. Incliné la cabeza,/ sabiendo lo importante que era un regalo como este./ Escribí gracias en el aire,/ donde siempre podrán oírse/ bajo el rígido llanto de las conchas del mar”. Esta quizá sea la verdad sencilla que late tras los poemas.
Un libro, pues, de una gran sugerencia de temas y escrituras, de un poeta de enorme calidad en sus imágenes y procesos, que deseo y espero comience a ser conocido más ampliamente por el público poético español. No cabe duda: este es un gran principio, una verdad sencilla.

por ALBERTO SANTAMARÍA

ALIENDOS. Haikus para un mundo sostenible. Coordinación de Guillermo López, Irene Sainz y Mario Corral. Consejería de Medio Ambiente de Cantabria y CIMA, Santander, 2007.
Nos vamos acostumbrando a comprobar cómo determinados organismos institucionales vienen acompañando sus políticas específicas con patrocinios de iniciativas culturales que de otra manera no encontrarían apoyo para su puesta en escena. En este caso es el Centro de Investigación del Medio Ambiente de Cantabria quien ha auspiciado la edición de un compendio de haikus de diversos poetas que desarrollan sus trabajos en nuestra Comunidad Autónoma. El resultado de este libro es más que interesante, habida cuenta del esfuerzo que han desarrollado los autores para circunscribirse a la formulación ortodoxa de esta composición literaria de origen japonés (estrofa de tres versos con cinco, siete y cinco sílabas, más la alusión a un contexto estacional y contraste referencial).
Sostengo el quizá vano convencimiento de que después de leer una sucesión de haikus, a uno le entran ganas de salir corriendo o estrangular a alguien. Resulta terriblemente cargante esa fórmula llena de sensibilidad que acaba sacando un conejo rosa de la chistera o mejunje del poema, a modo de imagen alusiva de índole filosófica. Seguramente es un mal que me afecta y tendré que medicarme con un tratamiento menos estereotipado (leer cualquier cosa de William Carlos Williams, un poquito de René Char o quizás hasta al mismísimo Li Tai Po, incluso para los más impresionables, una buena película de Russ Meyer), pero no soy el único a quien se le atraganta tanta versificación zen.
Sin embargo, no es el caso de esta antología, donde la elección de los autores está meditada y muy bien escogida. A pesar de ello, algunos haikus, adolecen de exceso de buenas intenciones o de humor y parecen un retruécano versificado que abusa de agudeza visual. Otros son sencillamente maravillosos, con ese punto ácido de sorpresa y delirio tan propio de los monjes poetas. Los hay que incorporan imágenes, recortes y composiciones icónicas que aportan dimensiones plásticas de resultados muy sugerentes.
Lo cuidado de la edición imprime al libro un carácter de objeto precioso, y su lectura se disfruta, sobre todo cuando, desde alguno de los poemas, uno encuentra respuestas perfumadas solamente atisbadas durante la infancia, la única patria común, el auténtico territorio de la libertad.
Otrosí. La presentación de este libro, en una tarde-noche desapacible, en la sede del CIMA en Torrelavega, constituyó una singular experiencia pedagógica: el inspirado conferenciante aleccionó al público asistente, entre divertido y boquiabierto.

por JESÚS ALBERTO PÉREZ-CASTAÑOS

Premios José Hierro de Poesía y Relato para jóvenes. Ayuntamiento de Santander, Santander, 2007.
Para quienes amamos la lectura y creemos que la literatura en general y la poesía en particular se encuentran entre los principales activos culturales de Cantabria, siempre es una buena noticia la concesión de los Premios José Hierro. Unos premios en los que muchos de quienes hoy escribimos encontramos nuestra primera oportunidad, unos premios que cada año nos recuerdan que existen valores entre nuestros jóvenes, que queda mucho por decir, y que un relevo generacional importante en cantidad y calidad va velando sus armas. Cuatro nombres (los cuatro masculinos, por cierto, contradiciendo aquellas primeras impresiones que en los ochenta, en plena fiebre de las diosas blancas, parecían reservar para manos femeninas la escritura y que parecían augurar unos Hierro con nombre de mujer) de escritores jóvenes que dominan el lenguaje, saben perfectamente qué quieren comunicar y cómo hacerlo, cuatro nombres que acaban de ser publicados en el tradicional formato, como siempre con portada de Sara Huete, con el que dan fin al proceso de la XXVI edición del certamen, una de las más redondas de su historia a la vista de los resultados.
En poesía, ha sido Juan Gómez Bárcena el premiado, ya conocido en el certamen por su premio en la modalidad de relato breve en 2003, acompañado por el accésit de un nuevo en la plaza, Martín Bezanilla. Quien haya prestado atención al panorama de los nuevos nombres en la poesía española, se habrá dado cuenta sin duda de que se está produciendo un cierto cambio de paradigma. No me atrevería aquí a señalar unos rasgos todavía imprecisos en los que la fusión entre la aventura urbana (más por el lenguaje ahora que por el paisaje y el paisanaje) característica de los poetas de la experiencia, una mirada irónica más mordaz y satírica que distante, un eco emocional que evita el romanticismo empalagoso, un regreso matizado de las estéticas irracionalistas, una presencia activa del pop y los condicionantes culturales anglosajones por delante de los continentales, podrían ser algunas de las líneas de trabajo en las que navegan los nuevos poetas. Así ocurre con Juan Gómez Bárcena, que en su poemario Doctrina de los ciclos, nos habla de amor desde un significante nada amoroso, en el que el propio lenguaje se ve como una herramienta oxidada, que nos obliga a explorar sus registros más desmitificadores y cotidianos (que verborrea o grisalla lleguen a ser percibidas como palabras líricas es no poco mérito del ganador). “Qué absurdo ser poeta / en esta lengua de sordos” es una cita que sirve para describir la intención, la poética, el mundo de Juan Gómez Bárcena, su necesidad de traducir a la palabra aquello que no cabe entre las letras.
Más lírico, podríamos decir que más emocional, se muestra Bezanilla en El desván de la almohada. De alguna manera, Martín parece romperse en quiebros sentimentales que rápidamente delimita y que le sirven a un tiempo para desnudar su alma y para ironizar con la propia desnudez, como si ese sentir sobre el papel le avergonzara un tanto. Se construye así un poemario coherente, a pesar de estar subdividido en varias secciones; algunas, como la que titula Inventario, formalmente arriesgadas, en que los universales poéticos, la fragilidad humana, la intemperie, el amor, la muerte, el tiempo, cobran vida bajo el control de una mirada dulce, casi infantil, que sólo una ironía devastadora puede controlar. “En esta guerra de desgaste, los sueños/ siempre salen vencedores/ -los ojos ceden ante el frío-./ Ayer ganaste tú”.
Una grata sorpresa la del relato ganador, El partido, escrito con madurez e intención por Pablo Escribano. Ahora que casi podríamos hablar de todo un sub género de narrativa “deportiva”, no poca dedicada a la fiesta nacional del balompié, Escribano nos muestra en párrafos autónomos, desarrollados a partir de una palabra o expresión clave que inicia en negrita el periodo, la construcción de un mundo emocional que convierte un partido de fútbol en el micro-universo de un jugador que se entrega, vive, reflexiona, ordena normas científicas y morales, se emociona y percibe el exterior sensible sólo a través del fútbol. Para elevar este episodio tal vez anecdótico, el monólogo interior trazado eleva a la categoría de gran aventura épica la experiencia del jugador, con bellas imágenes, una evolución atractiva, magnética, en la que la pasión crece hasta llevarnos a un último párrafo de final insospechado. Interesante, por cierto, el uso de los lugares comunes y zarrapastrosos de cierta prensa deportiva, que aportan una suave ironía radiofónica sobre el tono heroico que domina la narración.
La ciénaga, el relato con que consigue el accésit de relato Daniel Ruiz Jorge, presenta una estructura más clásica. El narrador adopta un enfoque externo a la acción, pero consigue un cuidado contraste entre esta mirada ajena y la exploración psicológica del personaje central, Jack Derreck, un malo orgulloso de serlo, un anti héroe de narrativa negra, más de cómic oscuro que de historia detectivesca, sobre el que Daniel Ruiz proyecta un análisis de conducta moral que nos podría recordar al estudio que sobre Raskolnikov realiza Dostoievski. Un lenguaje directo, sagaz, que apunta las descripciones más que recrearlas, para hablarnos de venganzas, violencias e incertidumbres morales.

por REGINO MATEO