CANTABRIA WORLD MUSIC

Sobre etiquetas, world music y Lila Downs

por JOSÉ MARÍA GUTIÉRREZ

Nunca acabaré de entender las etiquetas, en la misma medida en que todos los músicos huyen de ellas -¿hay alguno que no afirme que su estilo, aunque con determinadas influencias, es personal, indefinible e incomparable? ¿hay alguno que no sienta que es poner puertas a su creatividad?-. Aunque se necesiten para encajar los discos en una balda u otra de las tiendas o para que los periodistas intentemos promocionar de forma adecuada un artista o concierto, ¿se puede saber quién es el “encargado” de colocarlas aún a riesgo de que los propios protagonistas no se reconozcan en ellas? Una de las más extrañas -y extendidas- etiquetas es la de world music, como si fuera el único estilo “mundial” o el resto de géneros no fueran exportables. El término se usa para clasificar a la música folk o étnica desarrollada más allá de las potencias mundiales, más allá de “Occidente”, más allá del “Primer Mundo” como si la música también se dividiese en términos político-económicos. Es decir, música de Asia, África, América Latina, Oceanía, el Caribe, la aboriginal de Australia, la gitana de Europa o la indígena de Norteamérica. Pero si se sigue leyendo la letra pequeña de la “etiqueta”, describe esa música original, autóctona, folk, mezclada con algún o algunos otros géneros universales -¿más que el propio mundo?-, en referencia al jazz, pop, blues, rock...
El caso es que una de las más significativas representantes en la actualidad de la tan citada ya world music, la mexicana Lila Downs, mostrará todo su arte el 12 de mayo en Santander en un esperado recital en el Palacio de Festivales. La cantante de Oaxaca es capaz de aceptar esta etiqueta sólo si es en la medida que la asemeje a la música de Madredeus, Cesaria Évora o Marisa Monte.

Mestizaje vital y artístico
Downs pertenece a las dos riberas del Río Grande y es heredera, por tanto, de las culturas mexicana y norteamericana, lo que le ha aportado un mestizaje que traslada con maestría a su trabajo. Hija de madre mixteca y padre norteamericano, creció entre Tlaxiaco, Oaxaca y Minneapolis en una especie de doble realidad, entre lo tradicional y lo moderno, y estudió música y antropología social en la Universidad de Minnessota y Oaxaca. Ganadora de un Grammy Latino en 2005, su carrera se cimenta sobre un trabajo de recuperación y reinvención de la música tradicional mexicana, similar a lo que hace con el fado otra de las protagonistas de la primavera musical cántabra, la portuguesa Cristina Branco, que el pasado mes de marzo brindó un excepcional concierto en el Centro Cultural de Tantín. El canto indio mixteca, la ranchera, el corrido o el bolero adquieren en su voz -su más personal y potente arma artística- una nueva dimensión a través de la fusión con instrumentos y arreglos procedentes de otros estilos musicales como el jazz, el blues o la bossa nova; y de letras que hablan de la migración, la mujer y el mundo indígena, su gran preocupación. Defensora de que no debería existir una barrera entre el mundo mestizo y el moderno, se puede decir que Lila Downs aplica sus conocimientos de antropología social a la música o utiliza su trayectoria para intentar denunciar realidades o concienciar mentes que de otra manera encontrarían mucho menos eco. “Quiero crear conciencia de nuestras raíces a partir de mis experiencias. Me molesta que nos avergoncemos de lo que somos”, ha declarado en más de una ocasión. Sigue pensando que se puede rescatar la cultura indígena de su país y, al mismo tiempo, vivir una realidad moderna. Y no hay mayor ejemplo que su música. Junto con otros compañeros de las comunidades triquis, mixtecas y zapotecas de Oaxaca, defiende y piensa que todas las comunidades indígenas necesitan una autonomía política, cultural y legal, y un gran respeto de parte de todos. “Sus lenguas e ideas deben permanecer, deben ser respetadas, pero sin olvidarnos de lo que ocurre en el mundo, porque formamos parte de este todo”, aclara. Esta filosofía existencial y artística se ha plasmado en sus discos, de títulos aquí sí tan significativos como La frontera, Una sangre, El árbol de la vida y La Sandunga. El último, el que vertebrará su concierto del 12 de mayo en Santander, es La cantina, entre copa y copa, un trabajo que intenta revitalizar la ranchera, un género del que se ha alejado la gente y que tiene que ver, según sus propias palabras, “con las tripas, con el sentir y la desesperación, unidos a la cuestión histórica que ha vivido México”.

Fuera etiquetas
Al margen de la ya considerada heredera de Chavela Vargas, incluso por la propia y legendaria artista azteca, Cantabria vio recientemente la actuación de otro gran representante de la world music, el caboverdiano Teofilo Chantré, aunque si despojamos la acepción musical de la etiqueta y nos atenemos simplemente a la lingüística, se puede afirmar también -y con todas las letras- que Cantabria ha acogido en los últimos tiempos las músicas de -todo- el mundo, con artistas de primera talla internacional como Bruce Springsteen, Ennio Morricone, Black Eyed Peas, Pet Shop Boys, Marc Anthony, The Chieftains, Prodigy, Primal Scream, John Cale, Scorpions... Al calor de distintas programaciones, instituciones, festivales, aniversarios y festejos -profanos y sagrados-, el listado de artistas que nos están visitando es intenso y extenso, más que notable, a la altura de cualquier otra comunidad y capital de mayor envergadura, y desde luego suficiente para que se destierre ya, de una vez, otra etiqueta -o leyenda urbana-: esa que dice que en esta comunidad no hay conciertos. Y si no, al margen de estrellas galácticas, que se lo digan a los protagonistas de un interesante y sólido circuito independiente, a la decena de directos que hay cada fin de semana, a la nómina de más de cien grupos made in Cantabria censados en el circuito regional o a un público fiel que, eso sí, necesita crecer en número. Ya dije que no me gustaban las etiquetas...

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