ENTREVISTA CON ANDREAS SCHOLL

“La música debe ser un alimento para la vida, pero la vida no debe ser pasto de la música”
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por ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA

Le gustan Chet Baker, Antonio Carlos Jobim y Frank Sinatra, además de John Dowland, Georg Friedrich Haendel o Johann Sebastian Bach. Su voz es en este momento una de las más preciadas dentro de esa peculiar marca de distinción que constituye ser un contratenor, y probablemente sus grabaciones del Stabat Mater de Pergolesi, de la Pasión según San Mateo de Bach y de muchas de las arias de Haendel se cuenten entre las más hermosas y refinadas de las varias habidas y por haber.
Nacido en Alemania en 1967, Andreas Scholl era un joven que cantaba casi por mera afición hasta que se encontró por casualidad en un concierto con René Jacobs. Después de esto –y de mucho estudio y esfuerzo– sobrevinieron las grabaciones con Herreweghe, Christie o el propio Jacobs. Recién llegado a la cuarentena, se ilusiona del mismo modo dando voz a Senesino que interpretando sus propias canciones pop.
El 18 de agosto Scholl impartirá un recital en Santander, en el Palacio de Festivales de Cantabria. La Revista de Cultura QVORVM ha tenido oportunidad de hablar semanas antes con un Andreas Scholl realmente accesible, abierto y franco, que no vaciló en reclamar espacios para la vida y para la música. Su bien conocido aspecto juvenil no es una máscara.


Andreas Scholl estará pronto en nuestra ciudad, en el Festival Internacional de Santander, donde interpretará algunas de las arias más bellas Haendel y también algunas otras de compositores como Porpora o Lotti. Es la primera vez que usted viene, no a España, por supuesto, pero sí a Santander y al Festival. ¿Cuáles son sus expectativas?
Bien, creo que en principio la concepción del concierto en sí, tal como está planteado, condiciona un tanto el género y las expectativas del propio público. El hecho de que la gente acuda a una sala de conciertos específica en verano, y además en el seno de la programación de un festival –de un festival de verano, por más señas–, conlleva una serie de situaciones añadidas: se supone que se trata solamente de música, pero en realidad intervienen el tiempo, el calor, la sensación de vacación, la intención de compartir ampliamente una serie de experiencias emotivas y artísticas. Me gusta intervenir en este tipo de festivales porque el público está feliz, relajado, sin (pre)ocupaciones, y ello favorece que se disfrute en mayor medida de la música y que esta se integre más fácilmente en el sentir del auditorio.

Si puede hablarse de una característica específica en su trabajo es que usted, a diferencia de otros muchos artistas, nunca imparte el mismo recital en lugares diversos. ¿Cuáles son los criterios que sigue para confeccionar el programa propio de cada sala de conciertos?
En general, cada recital permite un tiempo suficiente para ser preparado. A diferencia de una ópera, que requiere de una inversión de tiempo realmente extraordinaria, un recital, por lo que tiene de íntimo, puede concebirse al modo de un pequeño regalo. El hecho de intentar hacer en cada recital algo distinto implica también mi propia pretensión de intentar aportar algo nuevo cada vez.

No es un secreto que usted compone sus propias canciones ya desde su primera juventud, e incluso que posee un estudio de grabación profesional en su propia casa. ¿Cabe la posibilidad de que en no mucho tiempo active usted su propio sello musical?
En octubre de este año tengo previsto regresar a Kiedrich, la ciudad donde crecí, después de casi veinte años de permanencia –primero como estudiante y luego como docente– en la Schola Cantorum Basiliensis; no obstante, mantendré algunas semanas anuales de docencia allí. Esto implica la posibilidad de dedicarme a un proyecto largamente acariciado relativo a un estudio de grabación en Kiedrich. Tiempo al tiempo.

Para los seguidores habituales del trabajo de Andreas Scholl en el ámbito de la música clásica, puede constituir toda una sorpresa la aparición de su último álbum, Scholl goes pop, aunque la relación entre usted y la banda de funck-rock “Orlando und die Unerlösten” no es nueva. En cualquier caso, usted siempre ha estado explorando diversas vertientes de la música: barroco, antiguas canciones populares o tradicionales, composiciones para laúd… Incluso en Scholl goes pop cada tema suena de forma realmente distinta. Creo que esto supone una novedad en un mundo cada vez más fragmentado, donde cada cual sólo parece capaz de abordar un único reto, donde el conocimiento está etiquetado y compartimentado. ¿Qué opina al respecto?
Bueno, mi relación con Orlando, que también es contratenor, comenzó hace realmente muchos años. Y en honor de la verdad he de decir que el fue el iniciador de este proyecto y que, además, fue absolutamente entusiasta con mis propuestas, aun cuando lo que yo pretendía no era precisamente dar cabida únicamente a mis propias canciones; esto es algo en lo que yo he insistido mucho, porque además no se trata en absoluto de presentarme como un gran compositor comparable a Vivaldi o Haendel –sería absurdo–, sino simplemente de dar a conocer mis composiciones, mi propio estilo, como una forma más de expresar mis inquietudes musicales. De modo que Orlando –que por cierto, es uno de mis mejores amigos– se hizo eco inmediatamente de todas estas ideas y aportó al mismo tiempo las suyas propias, y de ahí ha resultado una colaboración que lleva ya varios años circulando en forma de conciertos en directo y de grabaciones en DVD y CD. En realidad, tanto Orlando como yo mantenemos una enorme curiosidad por los más variados estilos musicales: el barroco, por supuesto, pero también la bossa-nova –que me toca muchísimo la sensibilidad–, el jazz… La curiosidad es lo que realmente aporta frescura a las ideas.

En idéntico sentido, ¿qué piensa de la mutua influencia entre la música y las demás artes? ¿Frecuenta la pintura o la literatura? ¿Hay, por ejemplo, algún libro que le haya inspirado en su particular experiencia musical? ¿Y la poesía (no olvidemos la vieja relación filosófica entre música y poesía)?
Es evidente que el arte tiene por fuerza un propósito, que no es otro que el de educar y acrecentar nuestro espíritu. La posibilidad de crear, de dar a luz cualquier obra de arte, de componer música, aparentemente proporciona una suerte de “poder” extraordinario, pero ese poder en realidad sólo lo es si es capaz de conmover a los demás. Para mí el arte tiene, como es lógico, un fuerte componente intelectual, pero ese componente intelectual debe revertir directamente en el corazón, transformándolo y estimulándolo. Tiene que haber algo que justifique que alguien coja un taxi para ir a un concierto, y tenga miedo de llegar tarde, y compre corriendo su entrada en la taquilla y se siente por fin, exhausto, a escuchar. En cada uno de mis recitales yo cojo un taxi para acudir a la sala de conciertos, bromeo con el conductor y me preparo para intentar provocar lágrimas, amor o una sonrisa, en todas y cada una de mis apariciones. Es fascinante ver cómo la gente entra a la sala de un modo y se va de otro bien distinto. Esto es, también, lo que me impulsa a intentar mostrar nuevas ideas cada vez. Mi padre murió hace siete semanas y pensé rendirle un homenaje a él y a mi madre, y cuando sentí la música sentí también mi alma abrirse y comencé a llorar. La música es y debe ser una llave directa a lo más profundo del alma, y pienso que cualquiera de las manifestaciones de la cultura participan de este mismo sentimiento.

¿Cómo aprecia usted la contribución por parte del cine a la aproximación de la música al público? Estoy pensando en películas como Farinelli, Tous les matins du monde, Le roi danse, Amadeus...
He de confesar que Farinelli en particular no fue una película que me gustara. Desde luego, la vi con mucho interés, entre otras cosas porque a mí, además de la música, me encanta el cine. Y de hecho hubo momentos interesantes en la película, pero acto seguido aquello decaía y se convertía en materia susceptible de la peor revista. De todos modos, es cierto que algunas de estas películas tienen la facultad de “transportar” al espectador y sumergirlo en el sentimiento de un universo musical. En realidad, pienso que estas cintas no debieran verse con la expresa intención de escuchar música, sino de dejarse de algún modo impregnar por ella: tú ves una película porque te gusta ir al cine, y en esa acción puede ocurrir que te dejes atrapar por su banda sonora.

En el mercado actual de la música clásica, ser un contratenor es ser una superestrella, lo que constituye una especie de sueño dorado, con sus ventajas y esclavitudes. Y me viene a la cabeza aquello que decía el poeta Novalis: “El mundo se vuelve sueño, el sueño se vuelve mundo”. ¿Qué puede hacer usted para mantenerse en el mundo real, a salvo de las absorbentes exigencias que implica su vida profesional?
No sabe hasta qué punto me hace feliz esta pregunta, cómo se la agradezco. Siendo –supuestamente– una estrella de la música se piensa que eres casi sobrenatural, y el público te aborda expresándote sus sentimientos acerca de tu labor, y te sientes satisfecho de haber intentado comunicar algo y haberlo logrado y por supuesto debes ser cortés con quienes te lo manifiestan porque es lo justo, pero en ocasiones resulta muy cansado, porque parece que no tuvieras otra vida que esa. La música debe ser un alimento para la vida, pero la vida no debe ser pasto de la música. En ocasiones, puede ocurrir que ser capaz de transmitir los sentimientos que destila el arte conlleva inmediatamente la consideración de ser un genio: un genio que de forma automática se convierte en un monstruo, en alguien sin vida propia. Es el precio que hay que pagar, un altísimo coste personal: un coste que se traduce en una espantosa falta de humanidad. Pero la vida auténtica está en la familia, en tu novia, en tus hijos, en tus amigos. Esa es la auténtica y más bella realidad. Algunos piensan: “soy tan grande que debo estar siempre presente, siempre dispuesto”. Qué equivocación. Yo estuve anoche en la boda de una amiga, y fue tan hermoso. Pero hay ocasiones en que apenas tengo tiempo para dedicar a la alegría o la melancolía o cualquier otro tipo de emoción, y eso es muy duro.

Y finalmente, y excúseme por lo amplio de la cuestión, ¿cómo evaluaría brevemente el entorno de la música clásica en la actualidad? Me refiero a las oportunidades para los músicos, a las condiciones de grabación, a la recepción por parte de la audiencia, a la concepción y contenidos de las temporadas y programaciones musicales…
Siempre me he sentido atraído por los modos de difusión de la llamada “música alternativa”, interpretada por esos tipos con melena y barbas, con su peculiar vestimenta, que no precisan de un sistema organizado de festivales o conciertos para gozar de la música. La música sucede en todas partes. La gente acude al cine de una manera mucho más libre a como acude a una sala de conciertos: llega, se sienta, ve, disfruta. Ningún concierto de música clásica hoy se concibe del mismo modo en que está concebida una sala cinematográfica. Recuerdo una serie de conciertos en varios Hard Rock Cafe: música rock, techno… con un público de veinte años. No existía un compromiso con la música como el que parece implicar Henry Purcell, pero aquellos jóvenes disfrutaban en verdad de lo que estaban escuchando. Pienso entonces que se trata de cambiar el modo de presentación de las cosas. Insisto en que la música está y puede estar en todas partes, y por tanto no existen formas fijas de acceder a ella, sino que debe existir un propósito más elevado: tener en cualquier caso la oportunidad de escuchar. Recuerdo ahora también una serie de festivales de música clásica en Copenhague, de precios económicos, al aire libre, donde la música clásica podía disfrutarse a lo largo de la tarde entera. Por otra parte, tampoco creo que deba marcarse una diferencia entre el Ombra mai fù o cualquier otro tipo de música. Sólo quiero subrayar la posibilidad de tomar en consideración otras propuestas para facilitar la difusión: la convencional sala de conciertos no debería constituir la única o preferente vía de transmisión de la actividad musical.

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