RESEÑAS SOBRE POESÍA

Carlos ALCORTA: Sutura. Hiperión y Fundación Gerardo Diego, Madrid, 2007.
La última obra del poeta de Torrelavega Carlos Alcorta es un único poema, un largo poema en trece cantos, en que trata de cauterizar una herida entre el pasado y el presente, el niño y adolescente que fue con el hombre ya maduro.
La idea de la mirada se convierte en tema recurrente en el poemario, porque “quien aprende a mirar a prende a ser”, con esa mirada ingenua para descubrir lo oculto, lo secreto; una mirada que a veces se refleja en un espejo y provoca espejismos.
Al poeta le preocupa el tiempo, la temporalidad, “ese tiempo que queda por vivir” y que también implica memoria y olvido “porque aquello que olvidas te pertenece” y gracias al olvido seguimos viviendo.
El José Hierro del Libro de las Alucinaciones está presente en los paréntesis explicativos que el creador necesita para seguir avanzando en el poema.
Sutura, poemario narrativo, discursivo, es una reflexión sobre la existencia del que fue y es. No hay respuestas, sino preguntas retóricas que a todos nos conciernen en tanto el autor entiende que cuenta con un lector cómplice. Por otra parte, en el poemario se detecta una salvación por la palabra: “Sé que mi vida” –dijo ya Carlos Alcorta en una poética– “hubiera sido diferente de haber hallado refugio en la escritura, pues gracias a ella observo el mundo y a í mismo de otro modo, más preciso y hasta más benévolo”.
El poemario se cierra con una explosión de júbilo, una apuesta por la vida, una celebración de la existencia: “Este es tu tiempo./ Estás aquí. Son tuyas las palabras/ que entonan un canto de gratitud/ por la simple razón de estar presente./ Esta es tu victoria, tu recompensa./ Guarda por siempre bajo siete llaves/ la refulgente bala de plata que atraviesa,/ cuando el fervor se acalla, los muros del olvido”.
La Fundación Gerardo Diego ha editado, a su vez, un tríptico, el número 4 de su colección “Tertulia de Equis y Zeda”, con el título Ante mi poesía, que contiene tres poemas inéditos de Alcorta y así mismo el poema “Otoño”, perteneciente a un libro bastante anterior del mismo autor, Cuestiones personales.

por MARISA SAMANIEGO

Julio CEBALLOS: Cuaderno de Shangai. Versión en chino de Yuming Tu. La Sirena del Pisueña, Santa María de Cayón, 2007.
Un lector que acostumbre a leer la portada de un libro como primer signo textual encontrará en la de este primer poemario del cántabro Julio Ceballos indicios de gratas promesas. La contracubierta –refuerzo innovador para la sobria elegancia de La Sirena del Pisueña– nos muestra una panorámica de la torre Perla de Oriente de la ciudad de Shanghai, con el logotipo de la pasiega sirenita superpuesto, como si surcara las aguas del río Huangu. No sé si será deliberado, pero el detalle es toda una premonición de la dualidad temática que encontraremos en el libro: destierro urbano en Shanghai y evocación de la “tierruca”. Ya decía Juan de Salisbury que la “tierra extranjera” era una de esas realidades que “con la lectura, abren a muchos las cosas oscuras” (Policratus, VII). Pero la Cantabria de Ceballos, los paisajes de su hogar campurriano, los amigos que dejó atrás, los seres queridos, vertebran parte no pequeña de los contenidos de Cuaderno de Shanghai. Acaso la distancia no sea el olvido, acaso los fantasmas (“luchas con fantasmas/ a salvo de los fantasmas/ del mundo de los vivos”) se hagan más presentes a miles de kilómetros del hogar, como le pasó con su Dublín a Joyce –uno de los referentes del poeta, si atendemos a la sopa de letras de agradecimientos finales.
Pero aún otra sorpresa nos aguarda en la primera fase de lectura de portada: el texto se ofrece en versión bilingüe, china y española. No conozco muchos casos similares en el mercado editorial hispano, y ciertamente ninguno a este lado del Ebro. Aunque no me hallo en condiciones de juzgar la calidad de la traducción, obra del filólogo Yuming Tu, la emblemática biblioteca poética del Ayuntamiento de Santa María de Cayón añade así uno más a sus méritos, en lo que aporta de acercamiento al intercambio cultural con el gigante que despierta.
Adentrándonos ya en el intrincado tejido lírico de Julio Ceballos, advierto de que no es fácil condensar su poesía en pocas líneas. Son poemas personalísimos, de difícil clasificación genérica, que el autor no se molesta en parcelar bajo secciones, aunque sí se enmarcan, sin embargo, dentro de un diseño sugerente y cuidado: abren y (casi) cierran el libro distintos versos del mismo poema de José Hierro, “Falsos semidioses”, que entonan la sintonía dominante del destierro. El primer poema, “Signos”, vuelve a remitirnos a Hierro (late en todo momento, y no solo en el título, una deuda consciente con Cuadernos de Nueva York) y concluye afirmando que “las casualidades no existen”, afirmación que también cierra definitivamente el poemario.
“Desde una ciudad envuelta en nieblas/ en ruido de contaminación/ y en la vida de veinte millones de almas/ te escribo estas líneas”, nos confiesa confidencialmente el poeta en su segundo poema, “Seguro de vida”. Pero tampoco conviene tomar muy al pie de la letra la especificidad de su experiencia, pues “yo siempre escribo el mismo poema, hablo de la misma gente, todas las ciudades/ son la misma desde hace tiempo” (“Bonus track”). Algunos parecen poemas biográficos, con clave privada, o quizá seudobiográficos, acaso inspirados o soñados en una butaca de cine campurriano y recreados en la soledad de un rascacielos chino. Ciertamente hay abundante inspiración cinematográfica (Blade Runner, XPAT, In the Mood for Love,…), y pululan por estos versos personajes enigmáticos, de los que solo conocemos un rasgo o un nombre impronunciable (“Mian Tiao”), ambientados en un entorno vaporoso pero indiscutiblemente lírico. Ceballos hace gala en la mayoría de sus poemas de un incuestionable instinto para el ritmo – sea largo o corto (“Wo Auch Immer Sie Sein Mag”)– y una maestría para la combinación léxica sugerente. El verso hermético da paso en ocasiones a otro más explícito, incluso sapiencial, como la serie de “no haikus” titulada “Jueju”, y en ocasiones el poeta no se resiste a quitarse la máscara de fingidor, como en el emotivo poema dedicado a su padre.
Poesía, pues, enjundiosa y de un elevado poder evocador, que nos trae a la conciencia el recuerdo de nuestra condición efímera y contingente. Todos somos desterrados en alguna medida, pues se nos niega el acceso a los parajes que habitan en el recuerdo. En efecto, “lo único que le falta a este paisaje cuando se pone el sol/ es la nostalgia anticipada de su pérdida”.

por CARLOS VILLAR

Rafael FOMBELLIDA: Canción oscura. Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de Cantabria y Editorial Pre-Textos, Valencia, 2007 (Premio de Poesía “Gerardo Diego”, 2006).
Rafael Fombellida, un poeta consolidado en el panorama creativo de Cantabria, nos presenta un libro en tres partes, con un nuevo enfoque para explicar la realidad. El mundo poético de Fombellida se mueve impulsado por fuerzas internas. Hay en sus versos algo dinámico que no puede apresar la razón, sino la intuición. El subconsciente, el recuerdo y las imágenes vividas constituyen la materia de trabajo del poeta. Los poemas de este autor descubren al lector aspectos y resortes de la psicología humana y aportan al crítico nociones sugestivas acerca de los mecanismos de su creación literaria.
La palabra de Fombellida es rigurosa, seleccionada con cuidado, casi diríamos que en su afán de precisión, violenta el verso para conseguir explicar y luego rehacer y diseñar el vivir humano concreto. El escritor ha intentado dar salida a los estratos más profundos de su ser y expresar o combatir momentos vividos. Recuerdo las palabras de Fredo Arias de la Canal: “Los escritores desarrollan su actividad literaria por una necesidad interior de resolver un conflicto inconsciente a través del medio sublime de la escritura”.
Los versos que componen Canción oscura no se limitan a reflejar la realidad, sino que quieren explicarla e incluso contribuir a transformarla. Su estructura en tres partes, más las dedicatorias y notas ya es conocida para sus lectores –se asemeja a Deudas de Juego-. Pero ahora encontramos una distorsión de la realidad, no se trata simplemente de reproducirla, sino de poner al descubierto sus mecanismos profundos –ocultos en lo más hondo de la conciencia- y denunciarlos. Todo ello equivale a liberar el poder creador del hombre, tarea en la que incumbe a la poesía un papel privilegiado, como instrumento idóneo -según André Breton- para iluminar la vida auténtica. Pero se deberá crear al dictado de un pensamiento libre de toda vigilancia ejercida por la razón. En alguno de estos poemas, “El obediente”, “Higos por la merced”, se acude a la ensambladura fortuita de palabras. El lector no comprende racionalmente, pero puede recibir fuertes impactos que modifican su estado de ánimo y suscitan diferentes emociones. En casos eminentes, el lenguaje adquiere coherencia, pero sin duda lo que escribe Fombellida pertenece al Surrealismo, que inauguró un nuevo modo de leer que se extiende por todo el mundo. Gracias a este movimiento artístico, el lenguaje de la literatura se ha enriquecido insospechadamente. Hoy sigue presente no sólo en la literatura, sino en el cine, en ciertos vídeo-clips y en las más variadas manifestaciones culturales.
Fombellida es un espectador agudo de la vida, las artes y la cultura. Literariamente, destaca por su estilo elegante, en el que las metáforas y los símiles son manejados para hacer plástica la idea. Sus temas se centran en la vida humana y sus meditaciones giran sobre el hombre y su entorno. El poeta realiza un arte puro. Si la tradición decimonónica valoraba el arte por lo que tuviera de humano o de real, ahora se nos invita a valorar las puras calidades formales. De ahí que se tienda a la deshumanización, hacia un relegar las emociones humanas en pro de la pura emoción estética.
Un poema donde predomina el color y sus significados -estudiados por la poesía psicoanalítica- es “Schwarz ist die nacht” El arte ha de ser plena claridad. El placer estético tiene que ser un placer inteligente. El poeta empieza donde el hombre acaba; su quehacer es la pura creación verbal: la poesía es, en este libro, el álgebra superior de las metáforas. Otras formas de estructuración en el poema conciernen al tiempo. A veces, hay un desorden que se debe al intento de reproducir los caprichosos mecanismos de la memoria, que no siempre ordenan sus evocaciones. Otras veces, puede percibirse la influencia del montaje cinematográfico, con su técnica del flash-back. Las razones pueden ser más complejas.
Algunos versos recogen un pensamiento total o parcialmente incontrolado, en el que se hilvanan percepciones, recuerdos, asociaciones libres de ideas, pulsiones subconscientes. Y a ello corresponde un lenguaje hecho de elipsis, de sintaxis desestructurada o de juegos verbales. Se trata, pues, de un poderoso recurso para explorar la conciencia e incluso la subconsciencia.
Hay un progresivo enriquecimiento metafórico y la utilización de todos aquellos recursos que potencian la expresión y la tensión artística. Por otro lado, se exploran todas las posibilidades de la frase, desde la muy corta -a veces, inarticulada- hasta la más larga y compleja, y no se retrocede ante violentas rupturas sintácticas, en busca de nuevos efectos: “Mas de momento te impresiona el fluido/ vértigo en fuga que, inviolado, cede/ su cuota de alimento al mundo avaro/agregándose a fuerzas superiores/ que enlazan un candente despertar/ con el largo, infinito adormecerse.”
Esta poesía muestra una extraordinaria complejidad que reserva al lector sorpresas y dificultades. Y es importante insistir en que supone un nuevo concepto de lector y exige nuevas formas de lectura. El lector ya no puede limitarse a ser un receptor pasivo, tiene la obligación de colaborar activamente y de forma creadora para recomponer e interpretar lo que, a menudo, se le da como un rompecabezas o una sucesión de enigmas. Al principio, tal trastorno de los hábitos de lectura puede resultar complicado; pero no cabe duda: el esfuerzo requerido es fuente de nuevos placeres, lo que Manuel Alvar llamó la fruición estética.
Como dice Sigmund Freud, “la hazaña literaria, como tal, procede de las mismas fuerzas psíquicas que son responsables de todos esos logros durante el día. Probablemente estamos demasiado inclinados a exagerar el carácter consciente, hasta de la producción intelectual y artística”.
Rafael Fombellida siempre da lo mejor de si mismo, lleva su poesía un paso más allá de sus anteriores libros. Y no lo olvidemos: el riesgo mayor es no correr riesgos.

por LOURDES ROYANO

Alejandro GAGO: Antología (1949-2006). Icaria, Barcelona, 2007.
Toda antología presupone una labor de análisis, un trabajo de selección y organización de materiales, el resultado de haber aplicado un cedazo más o menos espeso a la obra de un autor, y por ello entraña una crítica en sí misma. En el libro que nos ocupa, se han filtrado y recopilado cerca de sesenta años de la creación poética de un autor que ya forma parte de la historia de la poesía en Cantabria. Alejandro Gago (Santander, 1927) escapa de las sombras a las que parecía relegado gracias a esta iniciativa conjunta entre la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Santander y Juan Antonio González Fuentes. Gago, más conocido por ser el fundador en 1951 de la revista poética y la colección de libros El gato verde, es además de poeta, autor de cuentos, artículos periodísticos e incluso de una obra teatral. Pero es su poesía, que ya ha sido recogida en diferentes antologías nacionales y regionales, la que ahora nos interesa.
La presente Antología (1949-2006), publicada en la editorial Icaria de Barcelona, nos propone una lectura inversa: de los trabajos más recientes del poeta (una plaquette del 2006, Ligeramente ácido) hacia su génesis (Por la misma senda, 1949). Esa huida hacia el pasado que nos propone González Fuentes, es además un reflejo de lo que nos vamos a encontrar en el libro. El tiempo es un recurso constante en la obra de Gago (Prisionero del tiempo, 1951), pero no es el único que habita estos poemas. Ya desde el comienzo del libro -después del prólogo del antologista, un laudatorio texto de Julio Maruri y un poema de Gerardo Diego dedicado al autor- nos encontramos con temas que pronosticamos habituales en el resto de la obra: la vejez, el recuerdo, el paso del tiempo, la cercanía de la muerte, la brevedad de la vida, todo ello mediante metáforas e ideas siempre sencillas y en ocasiones tópicas: los pájaros que anuncian la muerte, los años que se marchitan, la ausencia de una verdad o de un sentido de las cosas... Es esta una de las características de la poesía de Alejandro Gago que más llama la atención: la constancia temática y reincidente a lo largo de los años. Otro de los recursos que merece la pena señalar (en Sombra creciente, 2005) es la propuesta más o menos atinada de establecer un diálogo poético mediante la herramienta de la intertextualidad: “no es verdad que el camino/ lo hagamos al andar./ El caminar es sólo/ un ir hacia la muerte/ por un camino hecho/ antes de caminar; ni las vidas son los ríos/ ni la muerte es el mar”. Este diálogo vuelve a aparecer en Los pasos detenidos (1960): “Voy descubriendo caminos en la tarde”. Los poemas extraídos de Sombra creciente -que remiten a una infausta experiencia personal con el Alzheimer- contienen así mismo la invocación a un dios que nunca responde (“¿por qué somos elegidos para el dolor?”), idea que se reitera en los demás libros. El tono pesimista y desesperanzado de Pasajero de un sueño (2003) (“¿Ha merecido la pena?”) se desarrolla en la concepción calderoniana de la vida como un sueño (“¿Estoy despierto?/ ¿O lo estoy soñando? / Un sueño dentro de otro sueño / para soñar que estoy despierto”), siempre dentro de un locus amoenus. El sueño como antítesis de la realidad aparece del mismo modo en la plaquette Versos a Lucía (Nanas) (1999), con cierto aire de cancionero tradicional. Continuando con el viaje a la semilla nos encontramos con poemas extraídos de Agua de la mar (1999), poesía de corte marinero y Elegía a Angelines (1992) -con una estructura a base de citas de Lorca, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Machado, y el mismo Gago-, plaquette que retoma la idea del silencio de Dios y de la muerte. Las circunstancias personales del autor vuelven a quedar reflejadas en Llanto por un hecho cotidiano (1978) -que recrea las sensaciones y sentimientos ante la pérdida de su hijo-, donde emplea los mismos recursos y temas de los que venimos hablando (“la muerte es sueño dentro de otro sueño”).
Por no extendernos más de lo conveniente, baste decir que en el resto del libro no hay mayores sorpresas: el hombre, diminuto en la inmensidad del Universo, continúa inquiriendo una respuesta a un dios lejano que no responde; el tiempo fluye sin remedio (“las olas se llevan el tiempo de mi esperanza”); los pájaros aparecen indefectiblemente en cada una de las páginas del libro (“los años son los pájaros que nadie llama”); los tópicos son constantes: el ubi sunt, el carpe diem (“el rayo sólo pasa una vez”), el sueño, la eternidad, el destino; todo ello para terminar -comenzar, en realidad- con su primer libro, que contiene toda la esencia de lo que Gago iría desarrollando a lo largo de estos casi sesenta años: Por la misma senda (1949), centrado en las sensaciones del autor ante el fusilamiento de su padre durante la Guerra Civil.

por FRANCISCO LLANILLO

Philip LEVINE: Una verdad sencilla y otros poemas. La Mirada Creadora, Santander, 2007.
La poesía norteamericana viene recibiendo en los últimos años, sobre todo por parte de los poetas españoles más jóvenes, una recepción abierta, extensa, que provoca que haya un ensanchamiento de las tradiciones. De esta forma, la poesía española comienza a intoxicarse, derramarse, dejándose caer sobre “otras tradiciones”. Ejemplos hay muchos y si nos referimos a la poesía norteamericana el gran nombre hoy no es otro que John Ashbery. Sin embargo, sería un error quedarnos en un nombre. Ello implicaría volver los pasos hacia una tradición monolítica. Hay otros nombres muy presentes hoy: de Wallace Stevens a Louis Glück, por ejemplo, pasando por William Carlos Williams, Allen Ginsberg, A. R. Ammons, Diane Di Prima, Mark Strand o Philip Levine. Precisamente de Levine se acaba de editar en la editorial “La Mirada Creadora” la primera colección importante y amplia de sus poemas bajo el título Una verdad sencilla y otros poemas. Ya anteriormente, la colección cántabra “Ultramar” había editado en 2006 algunos de estos poemas bajo el título Cuatro poemas. Aquello fue el germen de este proyecto. De la mano de la editorial cántabra y del buen hacer del traductor Eduardo López Truco aparece, pues, esta edición de un poeta poco conocido en España pero portador de una poética honda, trabajada y sugerente. Ha publicado Levine dieciséis títulos de poesía, el más reciente Breath, en 2004. Entre los reconocimientos figura el Premio Nacional de poesía en 1979 por Ashes y en 1992 por What work is, obteniendo en 1995 el Premio Pulitzer por The simple truth.
Si algo sorprende del libro que ahora se edita, Una verdad sencilla, es la proximidad en el sentido espacial del término. La mayoría de los poemas hacen referencia explícita a hechos relativos a la historia de España del siglo XX. Sea como fuere, como bien indica el traductor, “resulta llamativo que este tema se haya convertido para él en una manera útil de abordar su visión del mundo y comprender su experiencia en él”. Así, desde un lenguaje coloquial y un tono elegíaco en ciertos momentos, que lo aproximan a algunos poetas de la generación del 50, van discurriendo los poemas del libro. Poemas de un raro realismo que se mueve entre Raymond Carver y Federico García Lorca, que a veces lo lanza hacia un cierto tono machadiano. Curiosamente Carver y Levine comparten ese amor literario hacia la figura de Machado. Así, hallamos en el libro poemas como “Por un duro”, donde la experiencia de una España de posguerra lo lanza a una reflexión más amplia y elevada: “Por un duro tenías una noche al resguardo./ (Un duro era una moneda de cinco pesetas/ con el perfil de Franco, la narizota respingona/ como si él solo hubiera recibido/ el aliento de Dios. En el 65/ sólo él recibía el aliento de Dios.)”. Presencia de la historia de España que está igualmente patente en el poema “Sobre el asesinato del teniente José del Castillo por el falangista Bravo Martínez, 12 de julio de 1936” o en “Francisco, te traeré claveles rojos”, donde escribe: “He venido una vez más aquí a ver,/ en el gran cementerio/ de Barcelona, tras su fortaleza,/ las tumbas de mis caídos./ Dos domingueros ya mayores/ nos guían al bajar la colina./ “Durruti”, dice el hombre, “estuve de su parte”. La mujer le hace callar”. O más allá de la historia cruda y triste de España, habla también de posibles encuentros literarios, por ejemplo en “Sobre el encuentro de García Lorca y Hart Crane”: “Los dos/ genios poéticos vivos/ se encuentran, y ¿qué pasa? Una visión/ se aparece ante un hombre corriente que mira/ un río asqueroso”. Sin embargo no sólo “lo español” ocupa el libro. Recorren el libro otra serie de poemas donde desde la finura de un sólido lenguaje poético, desde un realismo plural de ciertas resonancias a Robert Lowell que erige tensas reflexiones. Lo anecdótico finalmente queda trascendido. Un ejemplo importante y paradigmático es el poema titulado “El poema de la tiza”, donde el encuentro casual con un sujeto aparentemente perturbado que le habla a una tiza acaba por tornarse quizá como paradigma de todo proceso creativo. El sujeto que le habla a la tiza es quizá el alter ego de todo poeta. “De camino a la parte baja en Broadway/ me topé está mañana a un tipo alto/ hablándole a un trozo/ de tiza que tenía en su mano derecha”. El poema se desarrolla a un ritmo narrativo ágil y sugerente describiendo hábilmente al extraño personaje. En el proceso descriptivo comienzan a mezclarse imágenes de suma exquisitez: “El feldespato, el calcio, conchas de ostra,/ sabía qué criaturas dieron/ el espinazo para ser el polvo/ del tiempo aprisionado/ en perfectas barritas,/ conocía la tristeza de las aulas/ en diciembre, cuando la luz cae/ temprano y las palabras de la pizarra escapan/ de su gramática y sentido” (p. 71). Y será precisamente este escaparse de su sentido lo que se le ofrezca al poeta como espacio para la escritura, para el poema. “Entonces acabó el poema,/ como pasa con todos, y dejó caer/ su mano izquierda abruptamente/ y me ofreció su tiza. Incliné la cabeza,/ sabiendo lo importante que era un regalo como este./ Escribí gracias en el aire,/ donde siempre podrán oírse/ bajo el rígido llanto de las conchas del mar”. Esta quizá sea la verdad sencilla que late tras los poemas.
Un libro, pues, de una gran sugerencia de temas y escrituras, de un poeta de enorme calidad en sus imágenes y procesos, que deseo y espero comience a ser conocido más ampliamente por el público poético español. No cabe duda: este es un gran principio, una verdad sencilla.

por ALBERTO SANTAMARÍA

ALIENDOS. Haikus para un mundo sostenible. Coordinación de Guillermo López, Irene Sainz y Mario Corral. Consejería de Medio Ambiente de Cantabria y CIMA, Santander, 2007.
Nos vamos acostumbrando a comprobar cómo determinados organismos institucionales vienen acompañando sus políticas específicas con patrocinios de iniciativas culturales que de otra manera no encontrarían apoyo para su puesta en escena. En este caso es el Centro de Investigación del Medio Ambiente de Cantabria quien ha auspiciado la edición de un compendio de haikus de diversos poetas que desarrollan sus trabajos en nuestra Comunidad Autónoma. El resultado de este libro es más que interesante, habida cuenta del esfuerzo que han desarrollado los autores para circunscribirse a la formulación ortodoxa de esta composición literaria de origen japonés (estrofa de tres versos con cinco, siete y cinco sílabas, más la alusión a un contexto estacional y contraste referencial).
Sostengo el quizá vano convencimiento de que después de leer una sucesión de haikus, a uno le entran ganas de salir corriendo o estrangular a alguien. Resulta terriblemente cargante esa fórmula llena de sensibilidad que acaba sacando un conejo rosa de la chistera o mejunje del poema, a modo de imagen alusiva de índole filosófica. Seguramente es un mal que me afecta y tendré que medicarme con un tratamiento menos estereotipado (leer cualquier cosa de William Carlos Williams, un poquito de René Char o quizás hasta al mismísimo Li Tai Po, incluso para los más impresionables, una buena película de Russ Meyer), pero no soy el único a quien se le atraganta tanta versificación zen.
Sin embargo, no es el caso de esta antología, donde la elección de los autores está meditada y muy bien escogida. A pesar de ello, algunos haikus, adolecen de exceso de buenas intenciones o de humor y parecen un retruécano versificado que abusa de agudeza visual. Otros son sencillamente maravillosos, con ese punto ácido de sorpresa y delirio tan propio de los monjes poetas. Los hay que incorporan imágenes, recortes y composiciones icónicas que aportan dimensiones plásticas de resultados muy sugerentes.
Lo cuidado de la edición imprime al libro un carácter de objeto precioso, y su lectura se disfruta, sobre todo cuando, desde alguno de los poemas, uno encuentra respuestas perfumadas solamente atisbadas durante la infancia, la única patria común, el auténtico territorio de la libertad.
Otrosí. La presentación de este libro, en una tarde-noche desapacible, en la sede del CIMA en Torrelavega, constituyó una singular experiencia pedagógica: el inspirado conferenciante aleccionó al público asistente, entre divertido y boquiabierto.

por JESÚS ALBERTO PÉREZ-CASTAÑOS

Premios José Hierro de Poesía y Relato para jóvenes. Ayuntamiento de Santander, Santander, 2007.
Para quienes amamos la lectura y creemos que la literatura en general y la poesía en particular se encuentran entre los principales activos culturales de Cantabria, siempre es una buena noticia la concesión de los Premios José Hierro. Unos premios en los que muchos de quienes hoy escribimos encontramos nuestra primera oportunidad, unos premios que cada año nos recuerdan que existen valores entre nuestros jóvenes, que queda mucho por decir, y que un relevo generacional importante en cantidad y calidad va velando sus armas. Cuatro nombres (los cuatro masculinos, por cierto, contradiciendo aquellas primeras impresiones que en los ochenta, en plena fiebre de las diosas blancas, parecían reservar para manos femeninas la escritura y que parecían augurar unos Hierro con nombre de mujer) de escritores jóvenes que dominan el lenguaje, saben perfectamente qué quieren comunicar y cómo hacerlo, cuatro nombres que acaban de ser publicados en el tradicional formato, como siempre con portada de Sara Huete, con el que dan fin al proceso de la XXVI edición del certamen, una de las más redondas de su historia a la vista de los resultados.
En poesía, ha sido Juan Gómez Bárcena el premiado, ya conocido en el certamen por su premio en la modalidad de relato breve en 2003, acompañado por el accésit de un nuevo en la plaza, Martín Bezanilla. Quien haya prestado atención al panorama de los nuevos nombres en la poesía española, se habrá dado cuenta sin duda de que se está produciendo un cierto cambio de paradigma. No me atrevería aquí a señalar unos rasgos todavía imprecisos en los que la fusión entre la aventura urbana (más por el lenguaje ahora que por el paisaje y el paisanaje) característica de los poetas de la experiencia, una mirada irónica más mordaz y satírica que distante, un eco emocional que evita el romanticismo empalagoso, un regreso matizado de las estéticas irracionalistas, una presencia activa del pop y los condicionantes culturales anglosajones por delante de los continentales, podrían ser algunas de las líneas de trabajo en las que navegan los nuevos poetas. Así ocurre con Juan Gómez Bárcena, que en su poemario Doctrina de los ciclos, nos habla de amor desde un significante nada amoroso, en el que el propio lenguaje se ve como una herramienta oxidada, que nos obliga a explorar sus registros más desmitificadores y cotidianos (que verborrea o grisalla lleguen a ser percibidas como palabras líricas es no poco mérito del ganador). “Qué absurdo ser poeta / en esta lengua de sordos” es una cita que sirve para describir la intención, la poética, el mundo de Juan Gómez Bárcena, su necesidad de traducir a la palabra aquello que no cabe entre las letras.
Más lírico, podríamos decir que más emocional, se muestra Bezanilla en El desván de la almohada. De alguna manera, Martín parece romperse en quiebros sentimentales que rápidamente delimita y que le sirven a un tiempo para desnudar su alma y para ironizar con la propia desnudez, como si ese sentir sobre el papel le avergonzara un tanto. Se construye así un poemario coherente, a pesar de estar subdividido en varias secciones; algunas, como la que titula Inventario, formalmente arriesgadas, en que los universales poéticos, la fragilidad humana, la intemperie, el amor, la muerte, el tiempo, cobran vida bajo el control de una mirada dulce, casi infantil, que sólo una ironía devastadora puede controlar. “En esta guerra de desgaste, los sueños/ siempre salen vencedores/ -los ojos ceden ante el frío-./ Ayer ganaste tú”.
Una grata sorpresa la del relato ganador, El partido, escrito con madurez e intención por Pablo Escribano. Ahora que casi podríamos hablar de todo un sub género de narrativa “deportiva”, no poca dedicada a la fiesta nacional del balompié, Escribano nos muestra en párrafos autónomos, desarrollados a partir de una palabra o expresión clave que inicia en negrita el periodo, la construcción de un mundo emocional que convierte un partido de fútbol en el micro-universo de un jugador que se entrega, vive, reflexiona, ordena normas científicas y morales, se emociona y percibe el exterior sensible sólo a través del fútbol. Para elevar este episodio tal vez anecdótico, el monólogo interior trazado eleva a la categoría de gran aventura épica la experiencia del jugador, con bellas imágenes, una evolución atractiva, magnética, en la que la pasión crece hasta llevarnos a un último párrafo de final insospechado. Interesante, por cierto, el uso de los lugares comunes y zarrapastrosos de cierta prensa deportiva, que aportan una suave ironía radiofónica sobre el tono heroico que domina la narración.
La ciénaga, el relato con que consigue el accésit de relato Daniel Ruiz Jorge, presenta una estructura más clásica. El narrador adopta un enfoque externo a la acción, pero consigue un cuidado contraste entre esta mirada ajena y la exploración psicológica del personaje central, Jack Derreck, un malo orgulloso de serlo, un anti héroe de narrativa negra, más de cómic oscuro que de historia detectivesca, sobre el que Daniel Ruiz proyecta un análisis de conducta moral que nos podría recordar al estudio que sobre Raskolnikov realiza Dostoievski. Un lenguaje directo, sagaz, que apunta las descripciones más que recrearlas, para hablarnos de venganzas, violencias e incertidumbres morales.

por REGINO MATEO

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