JAZZ TRÍO

Sobre Play Strindberg, de F. Dürrenmatt, en el Palacio de Festivales de Cantabria

por ALBERTO IGLESIAS

¿Cómo comenzar a escribir un par de páginas sobre “teatro”? Tal vez preguntándome cómo comenzar. Es una posibilidad, desde luego. Y una vez que el motor se pone en marcha... Aunque también podría empezar robando una frase de algún reconocido experto. Tampoco estaría mal. Por ejemplo: “El teatro es como un jardín, las cosas tienen que crecer en él de acuerdo con las leyes de la naturaleza y ayudadas por la modesta habilidad de los jardineros”. No sé si sería ésta una frase adecuada para comenzar una breve reflexión sobre el arte escénico, pero “burla burlando...”. En el teatro, igual que en la vida, las preguntas acaban siendo devoradas por las respuestas. Al menos tenemos esa esperanza. Muchas de las respuestas a las preguntas que el teatro plantea llegan en forma de silencio o de aplauso nacido de la emoción y el interés del público. El público es el otro al que comunicar, al que amar. El teatro comienza cuando existe una respuesta del público a cuanto sucede en escena. Observando con mi catalejo madrileño el horizonte escénico, veo que hacia el norte se desplaza un espectáculo que bien podría servirme de eje para esta breve, insisto, reflexión. Play Strindberg, texto de Friedrich Dürrenmatt, dirigido en esta ocasión por Georges Lavaudant y coproducido por el Teatro de La Abadía y el Palacio de Festivales de Cantabria. Sobre la escena tres nombres conocidos: Nuria Espert, José Luis Gómez y Lluís Homar.
Mi relación con esta obra comienza una mañana soleada de noviembre. Salgo de mi casa y camino hacia la Abadía a escuchar al director, Lavaudant, que tiene la gentileza, una semana antes del estreno, de encontrarse con un grupo de “interesados” para comentar aspectos de su puesta en escena. Me llama la atención una frase, su planteamiento de trabajo en realidad. Dice que ha concebido el trabajo de los actores como si de un trío de jazz se tratara. Las palabras cumplen la función de las notas y el texto es manejado como un pentagrama. Esto, añade, es posible gracias a la experiencia y el buen hacer de los tres grandes intérpretes con que cuenta.
Tardé mucho tiempo en poder ver a Gómez sobre la escena. Creo que fueron su espectáculo sobre Cernuda y su maravilloso monólogo sobre Azaña mis primeras tomas de contacto con su sabiduría. Pero el trabajo de este maestro que más me impresionó fue su revisión del Informe para una academia, de Kafka. Y aquí las manos de Sanchis Sinisterra y de Samuel Beckett fortalecieron el aplauso del público. A Nuria Espert había tenido ocasión de verla en Masterclass, en Quién teme a Virginia Woolf, donde compartía protagonismo con Adolfo Marsillach, y, más recientemente, en La Celestina que dirigió Robert Lepage. Homar apareció un día gritando a su criado Matti (que interpretaba Pedro Casablanc, actualmente metido en la piel de Marat cada tarde en el teatro María Guerrero) con palabras que había escrito Bertolt Brecht. Si no recuerdo mal (esta ciénaga que tengo por memoria...) sustituía en la función a José Luis Gómez. También hubo un Hamlet/Homar y este año pasado un magnífico Hombre de Teatro. Homar le dio a las palabras del protagonista de la obra de Thomas Bernhard el aliento para el que fueron escritas.
Dürrenmatt, según Eric Bentley, reconocido crítico y estudioso de la escena, es uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX. Sin duda. Aquí tenemos entonces un valiente encuentro entre dos grandes escritores: August Strindberg y Friedrich Dürrenmatt. Strindberg no creo que tuviera ocasión de negarse a la cita. Yo me acerqué al primero tras la lectura de Los Físicos. Al final de esta obra Dürrenmatt plantea una serie de reglas de dramaturgia que me han sido bastante útiles. Otra de sus obras que acostumbro a releer es El cooperador. Lecturas recomendables ambas, en mi humilde opinión. En el caso de Play Strindberg, se apoya en Danza Macabra. De ésta toma el planteamiento y el argumento e introduce con maestría elementos del lenguaje dramático más próximos a Beckett y a Ionesco, dos grandes amarguras. Cito textualmente del programa de mano: “De un drama burgués nace una comedia sobre el drama burgués”. Ionesco, que fue un hombre que se sumía en grandes depresiones, sabía bastante sobre la necesidad de reírse de uno mismo. “Lo cómico es trágico y la tragedia del hombre, risible”, aventura Ionesco. “Trágico es lo humano. Cómico, lo inhumano”, escribe Dürrenmatt.
El trabajo del actor es un viaje. El actor vive la vida velozmente sobre las tablas. Gran parte de su vida la dedica a hablar las palabras de otros y a expresar las emociones de otros. Ese es el juego al que jugamos desde niños. Luego viene el vacío. Y cuando llega nos damos cuenta que es un vacío similar al de otros hombres y mujeres. Personas que representan papeles en la vida. Personas que no tienen la valentía o la querencia de cambiar de papel de vez en cuando. Atrapados en la vida como actores en una obra de teatro. Esta no es una idea nueva, pero me parece una buena forma de explicar mis sentimientos hacia Play Strindberg.
Echo la vista atrás. Burla burlando... La ley universal de la mecánica: adelante, siempre adelante. Y esta breve reflexión sobre el “teatro” va de la vida a la escena y de la escena a la vida. Nombres, datos, que son tardes, noches, un vino, una charla, una mano que se posa sobre tu mano... Obras, actores, que son refugio también. ”Así descubrimos que el teatro mitiga nuestra soledad sin imponernos el fastidio de una compañía”.
Tras ver a estos grandes actores juntos, en trío, tocando las palabras como músicos inmersos en una partitura escrita en su memoria, uno se reconcilia con ese teatro que busca, más allá de lo anecdótico, lo social o lo político, la esencia de las relaciones humanas (...porque las obras de teatro son redes con que se apresan las conciencias...). “El escritor pertenece al hombre entero”, escribió Dürrenmatt en sus Problemas Teatrales, y es de ese teatro que nos hace crecer como seres humanos del que habla en su apuesta el Teatro de La Abadía. La pena es que, como escribe Odette Aslan, “el actor no experimenta la necesidad de dilucidar para los lectores esa gestación oscura y dolorosa que le lleva hasta el límite de sí mismo, o incluso más allá de ese límite”. Tenemos que conformarnos entonces, como espectadores, a recibir el regalo y sospechar el misterio que se abre al sentarnos en nuestras butacas semioscuras.
Play Strindberg comienza el año 1900, cuando Strindberg escribe su Danza Macabra y continúa en 1968, fecha en la que Dürrenmatt revisita la obra. Cada día nace un buen actor, un director, un dramaturgo con talento, un nuevo espectador que busca desentrañar el misterio. El teatro, como la música, es tiempo. Y el tiempo lo cura todo, dicen. ¿Cómo no aplaudir aquello que nos sana? Aunque tengamos la sospecha de que su tarea es abrir heridas. El teatro, como la música, es armonía. Una armonía que golpea desde lo más profundo del vientre del tiempo. El teatro, como la música, es silencio. Y los silencios hablan tanto en la música como en el teatro, tanto en el teatro como en la vida. Eso es lo único que nos exige La Abadía a cambio de su regalo: una hora y media de silencio. Parece un trato lleno de ventajas.

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