Segunda edición de los Sábados Musicales
por REGINO MATEO
Dio comienzo el pasado 17 de febrero la segunda edición del ciclo Sábados Musicales, surgida de un acuerdo de colaboración entre la Concejalía de Cultural de Ayuntamiento de Santander y el Ateneo y que celebra sus conciertos en el salón de actos que la veterana institución cultural mantiene abierto en la calle Pedrueca.
En esta edición, el programa presenta un variado cóctel de conciertos de cámara en los que conviven estilos clásicos y contemporáneos y sin más hilo conductor que la relación con Santander presente de una u otra manera en la totalidad de conciertos del ciclo y que responde a la necesidad de abrir un camino para intérpretes, compositores y agentes musicales que, en una región en la que ser cántabro se penaliza y hace casi imposible acceder de forma normalizada a los ciclos y escenarios al uso, han buscado en la Concejalía de Cultura santanderina un apoyo. Apoyo que, como decía sin más hilo director que el mencionado, se plasma en la celebración de estos Sábados Musicales.
Arrancó la serie con un recital atractivo, al menos sobre programa: un poco habitual dúo de guitarra y violín que, con el violinista Tobias Grossman y el guitarrista Gustavo Them reivindicaba la faceta de guitarrista de Niccolo Paganini (más popular por sus virtuosísticas y endiabladas composiciones para violín), además de incorporar obras de Granados, Villa-Lobos, Monti y Piazzolla.
Dos sonatas para guitarra y violín de Paganini abrieron el concierto y configuraron, sin duda, el mejor momento de la velada. Un tanto desaparecida la guitarra (el limitado volumen sonoro de este instrumento no permite demasiada brillantez en su competición con el violín) fue compensado con una equilibrada interpretación al violín de Grossman, que mostró su pericia técnica, la cuidada belleza de su sonido y sobre todo una dulce expresividad en el Larghetto cantabile de la Sonata número III y una viril y firme lectura en el Tempo di marcia de la Sonata número I.
Después de Paganini... a menos. El concierto sufrió en todo momento un lastre indudable. No se trataba de composiciones originales, sino de versiones y arreglos, muchos del propio guitarrista Them. Y si no tenemos nada que recriminar a Them como intérprete, ya que afrontó con corrección el programa, lo mismo que su compañero violinista, sí que es verdad que sus adaptaciones del resto de los compositores resultaron pobres, carentes de tensión e incluso en momentos determinados (el arreglo de la Danza Española nº 5 de Granados) hasta armónicamente inadecuadas.
Tal vez podríamos apartar de esa planicie musical la lectura que Them y Grossman hicieron de la Historia del Tango de Piazzolla. Se trata de una obra bellísima en la que el compositor argentino nos lleva de viaje (con flauta y guitarra en la partitura original) a los tres momentos decisivos de los paisajes y estéticas del tango. Puesto que la guitarra mantiene el pulso original y no resulta complejo transcribir una obra de flauta al violín (y eso a pesar de que Piazzolla trata la flauta de manera bien idiomática, esto es, aprovechando como no puede ser menos los recursos técnicos característicos del instrumento para el que compone), el resultado fue vivo y no exento de interés.
No pude asistir al recital de la soprano Carmen Iglesias del sábado 24 (coincidencia de fecha con el recital de Ainhoa Arteta comentado anteriormente), pero sí al tercero del ciclo, en el que el pianista Ananda Sukarlan subió de manera evidente el nivel musical e interpretativo con relación al primero de los conciertos.
Sukarlan es un pianista indonesio de nacimiento, holandés de formación y residencia y cántabro por matrimonio. Músico inteligente, para él la música contemporánea ha sido desde los inicios de su carrera una opción estética, tanto que se cuentan ya por centenares las obras para piano que le han sido dedicadas. No es un dato superfluo este de la elección de la literatura pianística contemporánea como camino propio: en general, los pianistas se enfrentan al nuevo repertorio con cierto recelo y muchas veces por compromiso o casualidad, de tal manera que es gratificante encontrar a un intérprete que estudia con tanta seriedad, rigor y espíritu de aventura los nuevos retos que se le proponen. Conocí a Ananda hace ya algunos años, cuando estrenó Maribel de Juanjo Mier en el Otoño Musical de la Universidad de Cantabria, y desde entonces he podido seguir en parte su trayectoria tanto en recital como en grabación. Y Ananda Sukarlan nunca defrauda. Valga como anécdota la siguiente: Sir Michael Tippet, uno de los grandes compositores británicos del XX, escuchó la versión discográfica que el pianista indonesio había realizado en su CD The Pentatonic Connection de su primera sonata para piano, y proclamó en la radio durante una entrevista que Sukarlan, a quien no conocía, era el primer pianista que demostraba haber entendido e interiorizado su creación.
Vayamos al recital del 3 de marzo. Preparó Sukarlan el terreno con una concesión a los oídos más tradicionales, ofreciendo su lectura de la Sonata en Mi Mayor HOB XVI/31 de Haydn. Eficaz, galante como el estilo requería, punzante en los movimientos rápidos y limpio en las exposiciones contrapuntísticas, planteó una lectura correcta, viva y deliciosa de la sonata, que sólo decayó un tanto en el movimiento lento (aunque confesaré que en general Haydn me aburre en sus movimientos lentos, qué le vamos a hacer). A partir de ahí, el Impresionismo y su revisión más contemporánea fueron los hilos conductores de un programa bello, interesante, arriesgado y coherente.
Por un lado, se enfrentó Sukarlan al siempre dificilísimo Maurice Ravel en el arranque de la segunda parte, donde interpretó obras tan complejas y populares como la Ondine del Gaspard de la Nuit, el Menuet sur le nom d’Haydn (broma inteligente y adecuada a la presencia del austriaco en la primera parte) o la delicada Pavane pour une infante defunte. A grandes rasgos, habría que resaltar la brillantez interpretativa de Sukarlan, vigor y precisión producto de una magnífica técnica que describe con apariencia de fáciles los terribles paisajes musicales de Ravel. Sin embargo, me faltó algo de misterio en el sonido, una exploración más interior, más hacia el fondo de las obras, más en busca del espíritu que de la forma y que restó intimidad y poesía a la Ondine o a la Pavana.
En el campo de las obras contemporáneas, fue el sábado la primera vez que se interpretaba de manera íntegra el Cuaderno para los niños de David del Puerto (Premio Nacional de Música en 2005). Como el propio Ananda explicó, no se trata de una obra infantil, de una obra para ser interpretada por los peques, sino de una sucesión de complejas estampas musicales que, a la manera de las Kinderszenen de Schumann o el Children’s Corner de Debussy, pretende seducir a los niños con piezas breves y soñadoras, alegres o rítmicas. Cada una de ellas va dedicada a uno o dos niños, hijos de intérpretes, amigos y compositores, entre los que están Alicia Sukarlan, hija del intérprete o Christian Panisello, hijo de Fabián Panisello, músico también y habitual de Santander con los Encuentros de Música y Academia de la Fundación Albéniz. Es una obra importante, si estamos acostumbrados a asistir a estrenos y composiciones que probablemente por su propia tendencia al vacío musical nunca pasarán de una anécdota momentánea, de un solo concierto, este Cuaderno ha nacido para perdurar en el repertorio. Sus pequeñas estampas son limpias, bien construidas, dulces, de cierto tono post-impresionista y en algunos casos, como Rayo de sol en la ventana, Mañana de invierno con patos salvajes o Playtime for a two realmente bellas. Bravo por David del Puerto y bravo por Ananda Sukarlan que nos hizo testigos de excepción de esta puesta de largo.
Dos obras de Santiago Lanchares cerraron el concierto. Sutil, delicada e igualmente en una estética arraigada en el post-impresionismo, me gustó la Escena de amor del ballet Cástor y Pólux. Más convencional y de alguna manera gratuita me pareció una obra dedicada al propio Sukarlan, Anandamanía. Es cierto que resulta difícil enjuiciar una obra tan difícil en una primera escucha, pero no lo es menos que en algunos gustos, y entre ellos el mío, los juegos malabares sobre el piano no tienen demasiado interés. Lanchares ha propuesto a Ananda Sukarlan con esta obra todo un tour de force, un desafío hacia el más difícil todavía como los que encontramos en tantas páginas de Liszt, Busoni, Ravel, y un largo etcétera. Páginas en las que uno termina asombrado, sin respiración, deslumbrado por el ejercicio de dedos a que se obliga el pianista, pero preguntándose: ¿dónde estaba la música?
En cualquier caso, un recital de gran clase, que antecede a las demás citas programadas en el ciclo y en las que, como dije, intérpretes y compositores cántabros estarán bien presentes: En Tuba Dos, el cellista Alberto Gorrochategui, el piano a cuatro manos de Rosa Goitia y Javier Laboreo, los hermanos Alejandro y María Saiz San Emeterio, las obras de Antonio Noguera, etcétera. Un ciclo que merece la pena apoyar para que crezca, se consolide y afirme un camino propio.
por REGINO MATEO
Dio comienzo el pasado 17 de febrero la segunda edición del ciclo Sábados Musicales, surgida de un acuerdo de colaboración entre la Concejalía de Cultural de Ayuntamiento de Santander y el Ateneo y que celebra sus conciertos en el salón de actos que la veterana institución cultural mantiene abierto en la calle Pedrueca.
En esta edición, el programa presenta un variado cóctel de conciertos de cámara en los que conviven estilos clásicos y contemporáneos y sin más hilo conductor que la relación con Santander presente de una u otra manera en la totalidad de conciertos del ciclo y que responde a la necesidad de abrir un camino para intérpretes, compositores y agentes musicales que, en una región en la que ser cántabro se penaliza y hace casi imposible acceder de forma normalizada a los ciclos y escenarios al uso, han buscado en la Concejalía de Cultura santanderina un apoyo. Apoyo que, como decía sin más hilo director que el mencionado, se plasma en la celebración de estos Sábados Musicales.
Arrancó la serie con un recital atractivo, al menos sobre programa: un poco habitual dúo de guitarra y violín que, con el violinista Tobias Grossman y el guitarrista Gustavo Them reivindicaba la faceta de guitarrista de Niccolo Paganini (más popular por sus virtuosísticas y endiabladas composiciones para violín), además de incorporar obras de Granados, Villa-Lobos, Monti y Piazzolla.
Dos sonatas para guitarra y violín de Paganini abrieron el concierto y configuraron, sin duda, el mejor momento de la velada. Un tanto desaparecida la guitarra (el limitado volumen sonoro de este instrumento no permite demasiada brillantez en su competición con el violín) fue compensado con una equilibrada interpretación al violín de Grossman, que mostró su pericia técnica, la cuidada belleza de su sonido y sobre todo una dulce expresividad en el Larghetto cantabile de la Sonata número III y una viril y firme lectura en el Tempo di marcia de la Sonata número I.
Después de Paganini... a menos. El concierto sufrió en todo momento un lastre indudable. No se trataba de composiciones originales, sino de versiones y arreglos, muchos del propio guitarrista Them. Y si no tenemos nada que recriminar a Them como intérprete, ya que afrontó con corrección el programa, lo mismo que su compañero violinista, sí que es verdad que sus adaptaciones del resto de los compositores resultaron pobres, carentes de tensión e incluso en momentos determinados (el arreglo de la Danza Española nº 5 de Granados) hasta armónicamente inadecuadas.
Tal vez podríamos apartar de esa planicie musical la lectura que Them y Grossman hicieron de la Historia del Tango de Piazzolla. Se trata de una obra bellísima en la que el compositor argentino nos lleva de viaje (con flauta y guitarra en la partitura original) a los tres momentos decisivos de los paisajes y estéticas del tango. Puesto que la guitarra mantiene el pulso original y no resulta complejo transcribir una obra de flauta al violín (y eso a pesar de que Piazzolla trata la flauta de manera bien idiomática, esto es, aprovechando como no puede ser menos los recursos técnicos característicos del instrumento para el que compone), el resultado fue vivo y no exento de interés.
No pude asistir al recital de la soprano Carmen Iglesias del sábado 24 (coincidencia de fecha con el recital de Ainhoa Arteta comentado anteriormente), pero sí al tercero del ciclo, en el que el pianista Ananda Sukarlan subió de manera evidente el nivel musical e interpretativo con relación al primero de los conciertos.
Sukarlan es un pianista indonesio de nacimiento, holandés de formación y residencia y cántabro por matrimonio. Músico inteligente, para él la música contemporánea ha sido desde los inicios de su carrera una opción estética, tanto que se cuentan ya por centenares las obras para piano que le han sido dedicadas. No es un dato superfluo este de la elección de la literatura pianística contemporánea como camino propio: en general, los pianistas se enfrentan al nuevo repertorio con cierto recelo y muchas veces por compromiso o casualidad, de tal manera que es gratificante encontrar a un intérprete que estudia con tanta seriedad, rigor y espíritu de aventura los nuevos retos que se le proponen. Conocí a Ananda hace ya algunos años, cuando estrenó Maribel de Juanjo Mier en el Otoño Musical de la Universidad de Cantabria, y desde entonces he podido seguir en parte su trayectoria tanto en recital como en grabación. Y Ananda Sukarlan nunca defrauda. Valga como anécdota la siguiente: Sir Michael Tippet, uno de los grandes compositores británicos del XX, escuchó la versión discográfica que el pianista indonesio había realizado en su CD The Pentatonic Connection de su primera sonata para piano, y proclamó en la radio durante una entrevista que Sukarlan, a quien no conocía, era el primer pianista que demostraba haber entendido e interiorizado su creación.
Vayamos al recital del 3 de marzo. Preparó Sukarlan el terreno con una concesión a los oídos más tradicionales, ofreciendo su lectura de la Sonata en Mi Mayor HOB XVI/31 de Haydn. Eficaz, galante como el estilo requería, punzante en los movimientos rápidos y limpio en las exposiciones contrapuntísticas, planteó una lectura correcta, viva y deliciosa de la sonata, que sólo decayó un tanto en el movimiento lento (aunque confesaré que en general Haydn me aburre en sus movimientos lentos, qué le vamos a hacer). A partir de ahí, el Impresionismo y su revisión más contemporánea fueron los hilos conductores de un programa bello, interesante, arriesgado y coherente.
Por un lado, se enfrentó Sukarlan al siempre dificilísimo Maurice Ravel en el arranque de la segunda parte, donde interpretó obras tan complejas y populares como la Ondine del Gaspard de la Nuit, el Menuet sur le nom d’Haydn (broma inteligente y adecuada a la presencia del austriaco en la primera parte) o la delicada Pavane pour une infante defunte. A grandes rasgos, habría que resaltar la brillantez interpretativa de Sukarlan, vigor y precisión producto de una magnífica técnica que describe con apariencia de fáciles los terribles paisajes musicales de Ravel. Sin embargo, me faltó algo de misterio en el sonido, una exploración más interior, más hacia el fondo de las obras, más en busca del espíritu que de la forma y que restó intimidad y poesía a la Ondine o a la Pavana.
En el campo de las obras contemporáneas, fue el sábado la primera vez que se interpretaba de manera íntegra el Cuaderno para los niños de David del Puerto (Premio Nacional de Música en 2005). Como el propio Ananda explicó, no se trata de una obra infantil, de una obra para ser interpretada por los peques, sino de una sucesión de complejas estampas musicales que, a la manera de las Kinderszenen de Schumann o el Children’s Corner de Debussy, pretende seducir a los niños con piezas breves y soñadoras, alegres o rítmicas. Cada una de ellas va dedicada a uno o dos niños, hijos de intérpretes, amigos y compositores, entre los que están Alicia Sukarlan, hija del intérprete o Christian Panisello, hijo de Fabián Panisello, músico también y habitual de Santander con los Encuentros de Música y Academia de la Fundación Albéniz. Es una obra importante, si estamos acostumbrados a asistir a estrenos y composiciones que probablemente por su propia tendencia al vacío musical nunca pasarán de una anécdota momentánea, de un solo concierto, este Cuaderno ha nacido para perdurar en el repertorio. Sus pequeñas estampas son limpias, bien construidas, dulces, de cierto tono post-impresionista y en algunos casos, como Rayo de sol en la ventana, Mañana de invierno con patos salvajes o Playtime for a two realmente bellas. Bravo por David del Puerto y bravo por Ananda Sukarlan que nos hizo testigos de excepción de esta puesta de largo.
Dos obras de Santiago Lanchares cerraron el concierto. Sutil, delicada e igualmente en una estética arraigada en el post-impresionismo, me gustó la Escena de amor del ballet Cástor y Pólux. Más convencional y de alguna manera gratuita me pareció una obra dedicada al propio Sukarlan, Anandamanía. Es cierto que resulta difícil enjuiciar una obra tan difícil en una primera escucha, pero no lo es menos que en algunos gustos, y entre ellos el mío, los juegos malabares sobre el piano no tienen demasiado interés. Lanchares ha propuesto a Ananda Sukarlan con esta obra todo un tour de force, un desafío hacia el más difícil todavía como los que encontramos en tantas páginas de Liszt, Busoni, Ravel, y un largo etcétera. Páginas en las que uno termina asombrado, sin respiración, deslumbrado por el ejercicio de dedos a que se obliga el pianista, pero preguntándose: ¿dónde estaba la música?
En cualquier caso, un recital de gran clase, que antecede a las demás citas programadas en el ciclo y en las que, como dije, intérpretes y compositores cántabros estarán bien presentes: En Tuba Dos, el cellista Alberto Gorrochategui, el piano a cuatro manos de Rosa Goitia y Javier Laboreo, los hermanos Alejandro y María Saiz San Emeterio, las obras de Antonio Noguera, etcétera. Un ciclo que merece la pena apoyar para que crezca, se consolide y afirme un camino propio.
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