Sobre la próxima aparición del disco de Giusseppe VERDI: Las Cuatro Piezas Sacras. Coro Nacional Dumka de Ucrania, Orquesta Sinfónica Nacional de Ucrania. Director: Mariano Rodríguez Saturio. Jornada de clausura del Año Jubilar Lebaniego. Catedral de Santander, 28 de abril de 2001.
Las celebraciones del penúltimo Año Jubilar Lebaniego (2000) llegaron a su término el 28 de abril de 2001 con un concierto extraordinario en la Catedral de Santander a cargo del Coro Dumka y la Orquesta Sinfónica Nacional de Ucrania a las órdenes del santanderino Mariano Rodríguez Saturio. Seis años después, cuando aún se mantiene fresco el recuerdo de los numerosos actos celebrados con motivo de otro Año Jubilar, está a punto de aparecer un disco que nos permitirá revivir aquella velada y admirar una vez más el magisterio de Rodríguez Saturio en un repertorio en el que parece hallarse muy a gusto, el de la música religiosa, pues este lanzamiento, que se ha retrasado por diversos motivos, sucede a otros aparecidos en los últimos meses en que, al frente de la Orquesta y Coro Europa Concentus Musicus o los Solistas de Hamburgo y la Coral Salvé de Laredo, nos brindaba la primera grabación mundial del Ave verum corpus de Franz Xaver Sussmayr y obras maestras como el Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi o la Theresienmesse de Franz Joseph Haydn, a las que ahora se suman las Cuatro piezas sacras de Giuseppe Verdi, cuya honda inspiración les ha procurado un lugar de privilegio en la historia de la música desde su estreno en París en 1898.
Estas piezas, que no fueron concebidas por su autor como un conjunto orgánico, sino individualmente tras sus últimos estrenos operísticos y sin ningún plan en mente, constituyen el testamento artístico de Verdi y han sido glosadas por infinidad de comentaristas que se han preguntado por el motivo que pudo llevar al operista, mundialmente reconocido, a probar suerte en el género de la música sacra; así, se han aventurado hipótesis de índole psicológica –evolución normal en un hombre que ve cercana la hora de su muerte- o se han hecho cábalas sobre la naturaleza de sus personalísimas creencias religiosas, pero en la explicación que resulta más convincente, Massimo Mila ha sugerido que el músico de Busseto perseguía consagrarse en el que siempre se ha considerado el estilo de más alta jerarquía y rendir el merecido homenaje a su admiradísimo Giovanni Pierluigi da Palestrina, de quien por aquella época estudiaba sus obras completas con gran dedicación. Rodríguez Saturio advierte su influencia en la escritura contrapuntística de las dos piezas a capella y así expone una página tan compleja y artificiosa como el Ave Maria con la debida austeridad sirviéndose de una orquesta bien empastada y un coro perfectamente conjuntado; idénticos derroteros toman los Laudi alla Vergine, escritos para un coro femenino a cuatro voces sobre un texto un fragmento atribuido a Dante Alighieri: aquí, el director respeta su milimétrico diseño vocal y su factura armónica con precisión y claridad y atiende el manejo de la polifonía con pulso firme y a la vez flexible; sin embargo, es en las páginas orquestales, Stabat Mater y Te Deum, donde Saturio nos ofrece los momentos de mayor interés: en el primero, el director santanderino entiende que ese “estilo operístico” del que muchos han hablado no es más que un vago referente y, lejos de cargar las tintas, capta y transmite su esencia dramática con sencillez, sin aparato, mientras que en el monumental Te Deum final extrae todo el potencial de coro y orquesta para, en palabras de Massimo Mila, invocar “los embriagadores fantasmas de la gloria, el viril entusiasmo de la acción y la batalla. Son los estandartes de las antiguas victorias que ondean en el toque de las trompas del ‘Tu, rex gloriae’...”. La espera ha merecido la pena y el esfuerzo de todos los que intervinieron en aquel memorable concierto tiene ahora una recompensa perdurable que todos los santanderinos deberían conocer.
por DARÍO FERNÁNDEZ
Las celebraciones del penúltimo Año Jubilar Lebaniego (2000) llegaron a su término el 28 de abril de 2001 con un concierto extraordinario en la Catedral de Santander a cargo del Coro Dumka y la Orquesta Sinfónica Nacional de Ucrania a las órdenes del santanderino Mariano Rodríguez Saturio. Seis años después, cuando aún se mantiene fresco el recuerdo de los numerosos actos celebrados con motivo de otro Año Jubilar, está a punto de aparecer un disco que nos permitirá revivir aquella velada y admirar una vez más el magisterio de Rodríguez Saturio en un repertorio en el que parece hallarse muy a gusto, el de la música religiosa, pues este lanzamiento, que se ha retrasado por diversos motivos, sucede a otros aparecidos en los últimos meses en que, al frente de la Orquesta y Coro Europa Concentus Musicus o los Solistas de Hamburgo y la Coral Salvé de Laredo, nos brindaba la primera grabación mundial del Ave verum corpus de Franz Xaver Sussmayr y obras maestras como el Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi o la Theresienmesse de Franz Joseph Haydn, a las que ahora se suman las Cuatro piezas sacras de Giuseppe Verdi, cuya honda inspiración les ha procurado un lugar de privilegio en la historia de la música desde su estreno en París en 1898.
Estas piezas, que no fueron concebidas por su autor como un conjunto orgánico, sino individualmente tras sus últimos estrenos operísticos y sin ningún plan en mente, constituyen el testamento artístico de Verdi y han sido glosadas por infinidad de comentaristas que se han preguntado por el motivo que pudo llevar al operista, mundialmente reconocido, a probar suerte en el género de la música sacra; así, se han aventurado hipótesis de índole psicológica –evolución normal en un hombre que ve cercana la hora de su muerte- o se han hecho cábalas sobre la naturaleza de sus personalísimas creencias religiosas, pero en la explicación que resulta más convincente, Massimo Mila ha sugerido que el músico de Busseto perseguía consagrarse en el que siempre se ha considerado el estilo de más alta jerarquía y rendir el merecido homenaje a su admiradísimo Giovanni Pierluigi da Palestrina, de quien por aquella época estudiaba sus obras completas con gran dedicación. Rodríguez Saturio advierte su influencia en la escritura contrapuntística de las dos piezas a capella y así expone una página tan compleja y artificiosa como el Ave Maria con la debida austeridad sirviéndose de una orquesta bien empastada y un coro perfectamente conjuntado; idénticos derroteros toman los Laudi alla Vergine, escritos para un coro femenino a cuatro voces sobre un texto un fragmento atribuido a Dante Alighieri: aquí, el director respeta su milimétrico diseño vocal y su factura armónica con precisión y claridad y atiende el manejo de la polifonía con pulso firme y a la vez flexible; sin embargo, es en las páginas orquestales, Stabat Mater y Te Deum, donde Saturio nos ofrece los momentos de mayor interés: en el primero, el director santanderino entiende que ese “estilo operístico” del que muchos han hablado no es más que un vago referente y, lejos de cargar las tintas, capta y transmite su esencia dramática con sencillez, sin aparato, mientras que en el monumental Te Deum final extrae todo el potencial de coro y orquesta para, en palabras de Massimo Mila, invocar “los embriagadores fantasmas de la gloria, el viril entusiasmo de la acción y la batalla. Son los estandartes de las antiguas victorias que ondean en el toque de las trompas del ‘Tu, rex gloriae’...”. La espera ha merecido la pena y el esfuerzo de todos los que intervinieron en aquel memorable concierto tiene ahora una recompensa perdurable que todos los santanderinos deberían conocer.
por DARÍO FERNÁNDEZ
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