RESEÑAS SOBRE NOVELA Y CUENTO

Manuel MOYANO ORTEGA: Manfraque. Menoscuarto, Palencia, 2007 (III Premio Tristana de Novela Fantástica, Ayuntamiento de Santander, 2006).
La tercera edición del Premio Tristana de novela fantástica, patrocinado por el Ayuntamiento de Santander, ha ido a parar a un escritor de una ya sólida trayectoria en el actual panorama narrativo español; se trata de Manuel Moyano Ortega, quien en su novela Manfraque, además de la fantasía, incorpora alguno de los mejores rasgos de la narrativa de intriga y de terror: el principal de ellos, una trama bien perfilada y la capacidad para atrapar al lector desde las paginas de inicio. Para ello el autor ha elegido la estructura epistolar, la primera persona narrativa y la ambientación en uno de esos “burgos podridos” de la España interior tan explorados en la literatura de la generación de 1898, si bien aquí la acción se desarrolla hacia mediados del pasado siglo, según se desprende del comentario despectivo que el narrador lleva a cabo de cierta novela de Cela.
Aunque mucho noventayochismo destila este relato, que parte de un esquema bien conocido: al apartado pueblo mesetario de Manfraque llega el narrador, deseoso de evadirse de la reciente muerte de su esposa. Allí alquila una habitación en la casa de un enfermo terminal cuya esposa actúa como castiza y autoritaria patrona; va conociendo a las fuerzas vivas de la comunidad, presididas por las figuras del erudito local, el médico y el sacerdote, con los que mantiene ambivalentes relaciones. Sin embargo queda fascinado de inmediato la presencia de los “bubos”, una especie de seres humanos enanos y degradados que se ocultan en las inmediaciones del pueblo: “…la endogamia y el aislamiento se han conjurado con el agua envenenada para engendrar a lo largo de los siglos una raza de cretinos deformes y babeantes, proclives a la vagancia y a la promiscuidad. Son barbilampiños, prognáticos y narigudos, y los más altos de entre ellos apenas sobrepasan el metro de estatura”.
Ya tenemos el medio geográfico y la herencia biológica operando en un medio aislado del exterior; las cartas del narrador van revelando una sucesión de hechos violentos, de presencias inquietantes y descubrimientos inesperados que irán transformando su personalidad de una forma reflejada en las sucesivas cartas de modo implacable. Abundan pues sorpresas y golpes de efecto que conducen al lector a un final sorprendente, abierto, a mitad de camino entre las ficciones de Poe y Jorge Luis Borges. Concluye así una novela de lectura apasionante -el único reproche sería su brevedad- que podría dar lugar a sugestivas versiones cinematográficas.

por JOSÉ MANUEL CABRALES ARTEAGA
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Miguel IBÁÑEZ: El lobo veloz. La Sirena del Pisueña, Santander, 2006.
Tengo la consolidada sospecha de que el calificar reiteradamente, como hemos hecho algunos, la obra literaria de Miguel Ibáñez con el adjetivo “irónica”, añadiéndole después la coletilla “alejada radicalmente de cualquier atisbo de grandilocuencia”, en vez de reportarle lectores, atención crítica, consideración y prestigio a dicha obra, se los ha restado de forma significativa. Y también es bien cierto que el propio autor tiene alguna parte de culpa al respecto, pues su miedo a parecer que se toma en serio a sí mismo, y su radical aversión a ponerse en la escena literaria con ropajes circunspectos y altisonantes, parece claro que, dado el poco refinado contexto en el que nos estamos moviendo, no le está produciendo los réditos que sin duda merece.
Y digo que merece porque la literatura de Miguel Ibáñez tiene sus buenos quilates de interés, intención y calidad. Ya lo demostró con la poesía de corte narrativo que vio la luz no hace mucho tiempo en la editorial madrileña Devenir bajo el dickensiano título de Historias de dos ciudades, y lo sigue demostrando ahora con la aparición en la colección La Sirena del Pisueña del libro El lobo veloz.
El lobo veloz es un volumen al que adscribiríamos al género de los microrrelatos si fuéramos unos poco cuidadosos y rutinarios estudiosos de la “cosa literaria”. Pero como nos jactamos mucho de no serlo, nos vamos a cuidar de despachar el libro enmarcándolo dentro de los estrechos márgenes de unos condicionantes cerrados y absolutos. En este sentido El lobo veloz es un libro abarcador y “multigenérico” (si se puede emplear aquí esta fea palabra), en cuyas páginas se entremezclan con gran acierto las narraciones extremadamente breves, con el poema en prosa, con el aforismo, e incluso con la observación o la meditación de corte filosófico, aunque siempre insuflada ésta de un lirismo de muy buena ley, y por supuesto nada edulcorante o empalagoso.
Además, muy por el contrario de lo que al lector o al crítico menos atento pudiera parecerle, la escritura de Miguel Ibáñez es muy elaborada, está muy meditada y es muy consciente de sí misma, del difícil, casi imposible, papel que le toca desarrollar en esta nuestra presente contemporaneidad. Miguel Ibáñez es así un escritor plenamente de su tiempo, rabiosamente moderno. Es un autor que se sabe inmerso en la marea de la postmodernidad, y con mucho sentido y algún control de esa circunstancia, ante la brillante posibilidad de impostar los fuegos artificiales y seductores del pensamiento y la narrativa débil, ha optado por investirse de los ropajes descreídos e irónicos del escritor burgués e ilustrado, practicando una escritura de la inteligencia, y nunca, nunca de la “listeza”.
Con estos condicionantes, Miguel Ibáñez se nos ha mostrado en cada una de sus entregas, y especialmente en El lobo veloz, como un dotado cultivador del tramo corto o breve de la escritura, ya sea en poemas, en microrrelatos o en aforismos. Y es que el autor tiene en su poder todos los ingredientes verbales y culturales para obtener felices resultados en sus intentos con ese carácter: ironía, concisión, agilidad, precisión, melancolía, capacidad paródica, sentido de la paradoja..., y además sabe mezclarlos muy bien para lograr como resultado platos literarios sabrosos, alimenticios, que no repiten y que te ayudan a abordar el complejo terreno de la reflexión crítica y personal.
El lobo veloz es una muestra espléndida de todo lo dicho hasta aquí, y es un libro para tomarse muy, pero que muy en serio.

por JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES

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