Pureza CANELO, Elena DIEGO (eds.): El legado de Juan Ramón Jiménez en la poesía española contemporánea. Devenir-Ensayo, Madrid, 2007.
Comentar unas actas puede resultar algo ciertamente embarazoso ya que no hablamos de una obra unitaria, por mucho que el tema del libro actúe de hilo conductor. Por otra parte, sería poco propio de una reseña por su extensión, y al fin de poca utilidad para el lector, realizar un recuento y crítica de todos y cada uno de los trabajos allí presentados. Por ello, teniendo en cuenta que el libro se estructura en ponencias y comunicaciones y asumiendo el riesgo de resultar un tanto parcial, comentaremos más detenidamente las primeras, al fin y al cabo, eje vertebrador de estas Jornadas de Estudio sobre «El legado de Juan Ramón Jiménez en la poesía española contemporánea» organizadas por la Fundación Gerardo Diego y el Centro Cultural de la Generación del 27 y celebradas en Santander en octubre del año pasado.
El apartado de ponencias lo abre Luis Bagué Quílez con un trabajo que se encuentra muy en consonancia con sus últimas publicaciones, (v.gr. Poesía en pie de paz, que reseñamos en el pasado número de QVORVM) donde analiza la acogida de la obra de Juan Ramón, su influencia, las relecturas propuestas, en definitiva, el legado, la recepción de los poetas españoles que pertenecen a las últimas dos décadas del siglo XX. Prosigue Jesús Cabezón, quien realiza, mediante un collage de referencias y citas de diversos autores, una personal biografía del autor, a la vez que intercala sencillos, pedagógicos y ciertamente tímidos comentarios críticos, sin entrar en complejidades ni en cuestiones que requieran una excesiva profundidad o erudición.
Juan Cobos Wilkins, creador de la Fundación Juan Ramón Jiménez y crítico literario en el diario El País, nos relata su experiencia de ocho años trabajando en la Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón en Moguer, de manera amena gracias a un estilo narrativo y ligero. Pero el plato fuerte, a mi entender, nos lo sirve Francisco Javier Díez de Revenga cuando nos revela la otra faceta del poeta, la más humana y por ello más terrible y desmitificadora, encarnada en su relación con Gerardo Diego, una relación que no calificaría de amistad precisamente. Buceando en cartas y documentos nos encontramos con un personaje displicente y malhumorado. Sirvan de ejemplo las perlas que le dedica a don Gerardo: “no quiero colaborar en ningún sitio donde figure esa pandilla a la que pertenece Gerardo” o la más dura “De otros poetas como Gerardo Diego, por ejemplo, no hay ni que hablar, pues es solamente un aficionado”. Encuentra Revenga ciertas huellas de arrepentimiento en los últimos días del poeta, que sin embargo no desvelaremos a nuestros queridos lectores (no spoilers).
Las dos siguientes ponencias exudan cierta afectación académica en detrimento de la originalidad: Juan Antonio González Fuentes analiza el lenguaje de Espacio, con una correcta contextualización preliminar para abordar la génesis de la obra (básicamente el papel de James Joyce), así como su posterior evolución. Juan José Lanz, con su ponencia titulada El legado poético de Juan Ramón Jiménez y la modernidad, realiza un extenso y moroso recorrido al más puro estilo de los manuales de historia y crítica de la literatura sobre las etapas poéticas y el análisis de las obras del autor, eso sí, con un estilo de cierta vocación poética que en ocasiones resulta un tanto farragoso: “la conciencia hecha esencia, ha de venir a habitar necesariamente; el destino de la escritura [...] aparece diáfano al final de su trayecto: crear un universo a través de los nombres (en ellos) para que el dios-yo de lo absoluto conseguido habite en él.”
La siguiente ponencia corre a cargo de Lorenzo Oliván, quien nos propone considerar la afirmación realizada por Juan Ramón Jiménez durante una entrevista con Ricardo Gullón en la que aseguraba que “el simbolismo moderno en la poesía española comenzaba con su Diario de un poeta recién casado”.
Tras el trabajo de Ada Salas, donde analiza su poema favorito de Juan Ramón, Del fondo de la vida, termina el apartado de ponencias con la presentada por Alberto Santamaría, quien comienza con una divagación con pretensiones de épater le bourgeois que no termina de cuajar, sobre la realidad y la idiotez (como esencia) para llegar a la “realidad real” (sic) y de este modo a Juan Ramón. En conjunto, el texto resulta pesado y engorroso por las constantes reiteraciones de la misma idea y por la introducción de palabras como inorganicidad, propias de un autor acostumbrado a licencias poéticas.
Finaliza el volumen con una serie de comunicaciones donde repite alguno de los ponentes. En ellas se analizan, de modo sencillo y breve, determinados aspectos de la vida y de la obra del poeta, así como su recepción. No obstante, predominan en este apartado los análisis de poemas de Juan Ramón.
Este libro, que recoge las actas de las Jornadas celebradas con motivo del quincuagésimo aniversario del Premio Nobel concedido a Juan Ramón Jiménez, resulta, a la postre, desigual. En contenido y en forma, pues a pesar de contar con una impresión cuidada y un elegante diseño, aparecen erratas ya desde la primera página (Moger, gande); tan sólo la ponencia de Bagué cuenta con bibliografía; y no es coherente con unas normas de corrección y estilo (al hablar del Diario, en unas ocasiones aparece recién casado y en otras reciencasado). Sin embargo resulta un libro muy recomendable para todo aquel que quiera acercarse a Juan Ramón desde otros y diferentes puntos de vista.
por FRANCISCO LLANILLO
Luis RUIZ AJA: La Contracultura. ¿Qué fue? ¿qué queda? Mandala Eds., Madrid, 2007.
José RIBAS: Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad. RBA, Barcelona, 2007.
El apartado de ponencias lo abre Luis Bagué Quílez con un trabajo que se encuentra muy en consonancia con sus últimas publicaciones, (v.gr. Poesía en pie de paz, que reseñamos en el pasado número de QVORVM) donde analiza la acogida de la obra de Juan Ramón, su influencia, las relecturas propuestas, en definitiva, el legado, la recepción de los poetas españoles que pertenecen a las últimas dos décadas del siglo XX. Prosigue Jesús Cabezón, quien realiza, mediante un collage de referencias y citas de diversos autores, una personal biografía del autor, a la vez que intercala sencillos, pedagógicos y ciertamente tímidos comentarios críticos, sin entrar en complejidades ni en cuestiones que requieran una excesiva profundidad o erudición.
Juan Cobos Wilkins, creador de la Fundación Juan Ramón Jiménez y crítico literario en el diario El País, nos relata su experiencia de ocho años trabajando en la Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón en Moguer, de manera amena gracias a un estilo narrativo y ligero. Pero el plato fuerte, a mi entender, nos lo sirve Francisco Javier Díez de Revenga cuando nos revela la otra faceta del poeta, la más humana y por ello más terrible y desmitificadora, encarnada en su relación con Gerardo Diego, una relación que no calificaría de amistad precisamente. Buceando en cartas y documentos nos encontramos con un personaje displicente y malhumorado. Sirvan de ejemplo las perlas que le dedica a don Gerardo: “no quiero colaborar en ningún sitio donde figure esa pandilla a la que pertenece Gerardo” o la más dura “De otros poetas como Gerardo Diego, por ejemplo, no hay ni que hablar, pues es solamente un aficionado”. Encuentra Revenga ciertas huellas de arrepentimiento en los últimos días del poeta, que sin embargo no desvelaremos a nuestros queridos lectores (no spoilers).
Las dos siguientes ponencias exudan cierta afectación académica en detrimento de la originalidad: Juan Antonio González Fuentes analiza el lenguaje de Espacio, con una correcta contextualización preliminar para abordar la génesis de la obra (básicamente el papel de James Joyce), así como su posterior evolución. Juan José Lanz, con su ponencia titulada El legado poético de Juan Ramón Jiménez y la modernidad, realiza un extenso y moroso recorrido al más puro estilo de los manuales de historia y crítica de la literatura sobre las etapas poéticas y el análisis de las obras del autor, eso sí, con un estilo de cierta vocación poética que en ocasiones resulta un tanto farragoso: “la conciencia hecha esencia, ha de venir a habitar necesariamente; el destino de la escritura [...] aparece diáfano al final de su trayecto: crear un universo a través de los nombres (en ellos) para que el dios-yo de lo absoluto conseguido habite en él.”
La siguiente ponencia corre a cargo de Lorenzo Oliván, quien nos propone considerar la afirmación realizada por Juan Ramón Jiménez durante una entrevista con Ricardo Gullón en la que aseguraba que “el simbolismo moderno en la poesía española comenzaba con su Diario de un poeta recién casado”.
Tras el trabajo de Ada Salas, donde analiza su poema favorito de Juan Ramón, Del fondo de la vida, termina el apartado de ponencias con la presentada por Alberto Santamaría, quien comienza con una divagación con pretensiones de épater le bourgeois que no termina de cuajar, sobre la realidad y la idiotez (como esencia) para llegar a la “realidad real” (sic) y de este modo a Juan Ramón. En conjunto, el texto resulta pesado y engorroso por las constantes reiteraciones de la misma idea y por la introducción de palabras como inorganicidad, propias de un autor acostumbrado a licencias poéticas.
Finaliza el volumen con una serie de comunicaciones donde repite alguno de los ponentes. En ellas se analizan, de modo sencillo y breve, determinados aspectos de la vida y de la obra del poeta, así como su recepción. No obstante, predominan en este apartado los análisis de poemas de Juan Ramón.
Este libro, que recoge las actas de las Jornadas celebradas con motivo del quincuagésimo aniversario del Premio Nobel concedido a Juan Ramón Jiménez, resulta, a la postre, desigual. En contenido y en forma, pues a pesar de contar con una impresión cuidada y un elegante diseño, aparecen erratas ya desde la primera página (Moger, gande); tan sólo la ponencia de Bagué cuenta con bibliografía; y no es coherente con unas normas de corrección y estilo (al hablar del Diario, en unas ocasiones aparece recién casado y en otras reciencasado). Sin embargo resulta un libro muy recomendable para todo aquel que quiera acercarse a Juan Ramón desde otros y diferentes puntos de vista.
por FRANCISCO LLANILLO
Luis RUIZ AJA: La Contracultura. ¿Qué fue? ¿qué queda? Mandala Eds., Madrid, 2007.
José RIBAS: Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad. RBA, Barcelona, 2007.
Antecedentes e intenciones aparte, los dos libros tienen como tema los movimientos contraculturales en Occidente, en general, es el caso de La Contracultura. ¿Qué fue? ¿Qué queda? de Luis Ruiz Aja, a partir de ahora Luis, y en España, si no en Cataluña, si no en Barcelona, en particular, es el interés de Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad, de José Ribas, en adelante Pepe.
Uno de mis yoes, que se deja sentir en la lectura de ambas obras, y en el momento de comentarlos, es el de alguien que pertenece a una generación de desperdicios utópicos, militante forzoso de un escepticismo de emergencia para salvar la cara. Espero que acepten la ironía, trufada de alguna dosis de cinismo, virtudes socráticas, sobre las que el filósofo en carne viva y sobre las piedras de las plazas públicas acabó sentando las bases de la cultura occidental, y que a mí me sirven de frágiles mecanismos de autodefensa, a la vez que de instrumentos desmitificadores.
La contracultura quiso ser una revolución que trastocara los valores y, por tanto, que transformara radicalmente las pautas culturales, las formas de vida individuales y las relaciones sociales vigentes en Occidente. Al margen, nunca mejor dicho, de las ideologías dominantes, las de los dos bloques económicos-militares, con sus respectivos sistemas de producción y de defensa, equilibrio inestable, Guerra Fría, que se dio por terminados a finales de noviembre de 1989, con la caída del Muro de Berlín. Fin de la dialéctica Este-Oeste y ensanchamiento imparable de la ya muy abierta brecha Norte-Sur, a la que la contracultura fue muy poco sensible. Nada sensible.
Tras el fracaso de las tesis del materialismo dialéctico, que no de las del histórico, en cuyo nombre se hizo una revolución proletaria donde no había proletarios, que instaló con ansias de eternidad la provisional dictadura del proletariado, y ante la evidencia de que el potencial revolucionario de los trabajadores había sido prácticamente desactivado por las artimañas del capitalismo, que se retroalimenta de sus contradicciones, ¿quiénes podrían ser los agentes de la revolución, ya que no estructural, es decir, económica, sí cultural, es decir, superestructural, revolución intelectual y existencialmente liberadora?
Con instrumentos de análisis marxistas y freudianos, en sus obras Eros y civilización, El hombre unidimensional y El final de la utopía -final no por imposible, sino porque, supuestamente, se daban las condiciones objetivas propicias para que se hiciera realidad la utopía de la desalienación, de la libertad-, Marcuse aventura una respuesta: los grupos marginales, sobre todo los jóvenes estudiantes, aún no atados a la sociedad con el yugo del trabajo, a quienes se les presentaba la responsabilidad de construirse un mundo a la medida de sus ideales y no debían desaprovecharla. Y así, la rebelión surgió, sobre todo, en las universidades. Una especie de rizar el rizo, una rebelión de pequeños burgueses –burguesitos- contra la burguesía reinante, que no tardaría en fagocitarlos. Total, se quedó en revuelta.
En España, que ya estaba lo suficientemente marginada internacionalmente, había que luchar, no sólo contra la represión, sino también, y en primera instancia, contra la opresión, mientras en el resto de Europa y en América del Norte se las tenían que ver con la sobrerepresión, descubrimiento freudiano. Caso aparte fue el de Cataluña, en especial el de Barcelona, a la sazón en puente contracultural con Ibiza, feudo hippie. La revista Ajoblanco, que fundó y dirigió Pepe Ribas, fue uno de los medios de difusión contracultural fundamental. Su nutrió, en parte, de otros movimientos que se esparcían por España, con sus propios medios, pero con radios de influencia más limitados, y por tanto, con menos voz, que Ajoblanco se encargó de amplificar.
Soy consciente de que esta descripción, por ser necesariamente breve, es también insuficiente, muy insuficiente. Abre muchos huecos que quedan sin llenar. Para llenarlos han escrito sus libros Pepe y Luis. Cada uno lo ha hecho desde una situación diferente, como no podría haber sido de otro modo, por una mera cuestión de tiempo, de edades: Luis nació en el arranque de la década que con sus recuerdos recorre Pepe en su libro.
Luis observa el fenómeno cultural paradójicamente conocido como Contracultura con el apasionamiento del estudioso, a la vez que con la suficiente objetividad que permite no haber estado inmerso en ella. A falta de experiencias contraculturales propias, ha investigado sobre sus propuestas, sobre sus formas de expresarlas existencialmente, sobre sus impulsos intelectuales, sobre por qué fracasó o, cuando menos, por qué se quedó lejos de hacer valer sus ideales. Y de paso cumplió con la obligación académica de escribir una tesina.
Pepe vivió los años 20 de su biografía en coincidencia con los 70 del siglo y los acontecimientos contraculturales que en Cataluña tuvieron más presencia y relativa mayor capacidad de actuación. Y se mojó, fundó un medio de inspiración y expresión contraculturales, la revista Ajoblanco, que aspiraba a orientar la transición por los caminos que habían abierto los movimientos que hacían el amor y no la guerra, que entre el ser y el tener, optaban por ser. Caminos a los que se les pusieron obstáculos, se llenaron de baches, hasta acabar con el indicador de carretera cortada.
Los libros de Luis y Pepe, pues, comparten objeto, pero no objetivo. Y esta diferencia es la que los hace complementarios. Pepe cuenta la peripecia de Ajoblanco, indisociable de su peripecia personal. Las cuenta de un modo prolijo, con gran profusión de nombres, encuentros y situaciones que se repiten una y otra vez, procurando en el lector una sensación de vértigo, biográfico e histórico. Entre los nombrados no faltan alusiones a los mentores de la contracultura, que la contracultura también cuenta con maestros y con modelos a seguir. Que tampoco la espontaneidad se da en estado puro. Es en el libro de Luis donde se da cumplida explicación a las alusiones de Pepe: que si Marcuse, que si lo underground, que si Keruac, que si los hippies, que si el anarquismo, que si las comunas, etc.
Puedo sugerir un método reversible para la lectura de ambos libros. Uno sucesivo: primero leer el libro de Luis de un tirón e informarse del qué, el por qué y el para qué de la contracultura; después, leer el libro de Pepe de un tirón y conocer el cómo Ajoblanco, y él mismo, quisieron ser contraculturales guiados por aquellos qués, por qués y para qués, aplicados a la realidad española, en general, y a la catalana, en particular.
La otra forma de lectura, simultánea: no con los dos libros, uno en cada mano, a la vez, y con un ojo en las páginas del libro de Luis y el otro en las del libro de Pepe, sino con Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad en las manos y, a la vez, para ampliar información puntual, al paso de la lectura, tener a mano La contracultura. ¿Qué fue?, ¿qué queda?
Esta segunda pregunta del título, ¿qué queda?, es una buena pregunta, o sea, una pregunta bien hecha. Y necesaria. Se dice que de la Contracultura derivó la llamada “movida madrileña”, pase de pecho que se lució ya a toro pasado, más para celebrar y ponerse a tono, que para modificar las notas de un concierto que estaban componiendo otros, con el Viejo Profesor encargado de esgrimir, para entretener, la batuta del despiste. También se dice que quedaron los movimientos ecologistas, feministas, pacifistas, homosexuales, etc. Y es verdad, como también lo es que se encontraron con su negación dialéctica; los Ministerios de Medio Ambiente, las Direcciones Generales de la Mujer, los Ministerios de Cultura, etc, con las que han de vérselas, para atajar barrabasadas, unas veces; otras veces, para entrar por el aro.
También se tienen a los movimientos por otra globalización como herederos de los contraculturales. Me permito cuando menos una observación. Los movimientos por otra globalización son solidarios, además de reivindicativos. Los movimientos contraculturales fueron reivindicativos, pero escasamente solidarios, más allá de una solidaridad de puertas adentro. Permítanme que justifique lo que acabo de decir con un hecho que a los españoles nos debería haber cogido, y seguir cogiéndonos muy de cerca, y que a mí, desde entonces, me toca muy por dentro, y es por esto por lo que lo destaco, sin que sea el único. En 1975, con Ajoblanco en pleno lanzamiento, el Gobierno español hizo entrega del Sahara Occidental, con los saharauis y sus recursos dentro, a Marruecos y Mauritania, propiciando una guerra de 15 años y un exilio en campos de refugiados de 32 años, hasta el momento. Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad dedica a semejante barbaridad dos párrafos sueltos de apenas tres líneas cada uno y un pie de página, con el distanciamiento de una noticia de agencia.
Quizá la respuesta a qué queda de la contracultura se encuentre en las entrevistas, que se incluyen en el libro de Luis, a personajes que fueron conocidos contraculturales, y reconocidos después por sus servicios, cuando salieron de las trochas libertarias para transitar por vías con pasos de cebra, que separan, semáforos que permiten y prohíben, y stops, que detienen, que regulan la circulación democrática. Desde Luis Racionero hasta Pepa Roma, que también escribe el prólogo, pasando por Antonio Escohotado, Fernando Díaz, Fernando Sánchez Dragó y el propio Pepe, que asume el déficit de solidaridad, son entrevistados por Luis.
Son estas entrevistas que harían buena la consideración crítica del Premio Nobel de Literatura del año 2002, el húngaro Imre Kertész, según la cual, además del pecado original, del que el hombre es inocente, existe el pecado histórico, del que dice no saber definir muy bien, para aventurar que quizá consista en echar a perder todas las revoluciones. Y digo que la harían buena, si no fuera porque al menos una revolución no la echaron a perder quienes la hicieron, y que los demás a lo sumo sólo la han incordiado de vez en cuando: la revolución burguesa, la madrastra de todas las revoluciones. Nunca ha permitido que las cenicientas y los príncipes se encontraran, porque también puso a los príncipes a su servicio. Los cuentos son historias, pero la Historia no es un cuento.
En fin, por todo ello echo en falta en las obras de Luis y Pepe, con más fundamento en la de Pepe, que vivió lo que cuenta, un componente irónico, matizado con un toque de cinismo. Lo que apercibe mi lectura en Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad es que en el libro sí queda, volcada de los diarios de Pepe, toda la ingenuidad de aquel entonces. Y es que si el tratamiento que Luis le aplica a la Contracultura es el del investigador, Pepe la venera con el fervor del creyente. Lo que no sé es si eso es bueno o regular. Supongo que malo no es.
por FERNANDO LLORENTE
Uno de mis yoes, que se deja sentir en la lectura de ambas obras, y en el momento de comentarlos, es el de alguien que pertenece a una generación de desperdicios utópicos, militante forzoso de un escepticismo de emergencia para salvar la cara. Espero que acepten la ironía, trufada de alguna dosis de cinismo, virtudes socráticas, sobre las que el filósofo en carne viva y sobre las piedras de las plazas públicas acabó sentando las bases de la cultura occidental, y que a mí me sirven de frágiles mecanismos de autodefensa, a la vez que de instrumentos desmitificadores.
La contracultura quiso ser una revolución que trastocara los valores y, por tanto, que transformara radicalmente las pautas culturales, las formas de vida individuales y las relaciones sociales vigentes en Occidente. Al margen, nunca mejor dicho, de las ideologías dominantes, las de los dos bloques económicos-militares, con sus respectivos sistemas de producción y de defensa, equilibrio inestable, Guerra Fría, que se dio por terminados a finales de noviembre de 1989, con la caída del Muro de Berlín. Fin de la dialéctica Este-Oeste y ensanchamiento imparable de la ya muy abierta brecha Norte-Sur, a la que la contracultura fue muy poco sensible. Nada sensible.
Tras el fracaso de las tesis del materialismo dialéctico, que no de las del histórico, en cuyo nombre se hizo una revolución proletaria donde no había proletarios, que instaló con ansias de eternidad la provisional dictadura del proletariado, y ante la evidencia de que el potencial revolucionario de los trabajadores había sido prácticamente desactivado por las artimañas del capitalismo, que se retroalimenta de sus contradicciones, ¿quiénes podrían ser los agentes de la revolución, ya que no estructural, es decir, económica, sí cultural, es decir, superestructural, revolución intelectual y existencialmente liberadora?
Con instrumentos de análisis marxistas y freudianos, en sus obras Eros y civilización, El hombre unidimensional y El final de la utopía -final no por imposible, sino porque, supuestamente, se daban las condiciones objetivas propicias para que se hiciera realidad la utopía de la desalienación, de la libertad-, Marcuse aventura una respuesta: los grupos marginales, sobre todo los jóvenes estudiantes, aún no atados a la sociedad con el yugo del trabajo, a quienes se les presentaba la responsabilidad de construirse un mundo a la medida de sus ideales y no debían desaprovecharla. Y así, la rebelión surgió, sobre todo, en las universidades. Una especie de rizar el rizo, una rebelión de pequeños burgueses –burguesitos- contra la burguesía reinante, que no tardaría en fagocitarlos. Total, se quedó en revuelta.
En España, que ya estaba lo suficientemente marginada internacionalmente, había que luchar, no sólo contra la represión, sino también, y en primera instancia, contra la opresión, mientras en el resto de Europa y en América del Norte se las tenían que ver con la sobrerepresión, descubrimiento freudiano. Caso aparte fue el de Cataluña, en especial el de Barcelona, a la sazón en puente contracultural con Ibiza, feudo hippie. La revista Ajoblanco, que fundó y dirigió Pepe Ribas, fue uno de los medios de difusión contracultural fundamental. Su nutrió, en parte, de otros movimientos que se esparcían por España, con sus propios medios, pero con radios de influencia más limitados, y por tanto, con menos voz, que Ajoblanco se encargó de amplificar.
Soy consciente de que esta descripción, por ser necesariamente breve, es también insuficiente, muy insuficiente. Abre muchos huecos que quedan sin llenar. Para llenarlos han escrito sus libros Pepe y Luis. Cada uno lo ha hecho desde una situación diferente, como no podría haber sido de otro modo, por una mera cuestión de tiempo, de edades: Luis nació en el arranque de la década que con sus recuerdos recorre Pepe en su libro.
Luis observa el fenómeno cultural paradójicamente conocido como Contracultura con el apasionamiento del estudioso, a la vez que con la suficiente objetividad que permite no haber estado inmerso en ella. A falta de experiencias contraculturales propias, ha investigado sobre sus propuestas, sobre sus formas de expresarlas existencialmente, sobre sus impulsos intelectuales, sobre por qué fracasó o, cuando menos, por qué se quedó lejos de hacer valer sus ideales. Y de paso cumplió con la obligación académica de escribir una tesina.
Pepe vivió los años 20 de su biografía en coincidencia con los 70 del siglo y los acontecimientos contraculturales que en Cataluña tuvieron más presencia y relativa mayor capacidad de actuación. Y se mojó, fundó un medio de inspiración y expresión contraculturales, la revista Ajoblanco, que aspiraba a orientar la transición por los caminos que habían abierto los movimientos que hacían el amor y no la guerra, que entre el ser y el tener, optaban por ser. Caminos a los que se les pusieron obstáculos, se llenaron de baches, hasta acabar con el indicador de carretera cortada.
Los libros de Luis y Pepe, pues, comparten objeto, pero no objetivo. Y esta diferencia es la que los hace complementarios. Pepe cuenta la peripecia de Ajoblanco, indisociable de su peripecia personal. Las cuenta de un modo prolijo, con gran profusión de nombres, encuentros y situaciones que se repiten una y otra vez, procurando en el lector una sensación de vértigo, biográfico e histórico. Entre los nombrados no faltan alusiones a los mentores de la contracultura, que la contracultura también cuenta con maestros y con modelos a seguir. Que tampoco la espontaneidad se da en estado puro. Es en el libro de Luis donde se da cumplida explicación a las alusiones de Pepe: que si Marcuse, que si lo underground, que si Keruac, que si los hippies, que si el anarquismo, que si las comunas, etc.
Puedo sugerir un método reversible para la lectura de ambos libros. Uno sucesivo: primero leer el libro de Luis de un tirón e informarse del qué, el por qué y el para qué de la contracultura; después, leer el libro de Pepe de un tirón y conocer el cómo Ajoblanco, y él mismo, quisieron ser contraculturales guiados por aquellos qués, por qués y para qués, aplicados a la realidad española, en general, y a la catalana, en particular.
La otra forma de lectura, simultánea: no con los dos libros, uno en cada mano, a la vez, y con un ojo en las páginas del libro de Luis y el otro en las del libro de Pepe, sino con Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad en las manos y, a la vez, para ampliar información puntual, al paso de la lectura, tener a mano La contracultura. ¿Qué fue?, ¿qué queda?
Esta segunda pregunta del título, ¿qué queda?, es una buena pregunta, o sea, una pregunta bien hecha. Y necesaria. Se dice que de la Contracultura derivó la llamada “movida madrileña”, pase de pecho que se lució ya a toro pasado, más para celebrar y ponerse a tono, que para modificar las notas de un concierto que estaban componiendo otros, con el Viejo Profesor encargado de esgrimir, para entretener, la batuta del despiste. También se dice que quedaron los movimientos ecologistas, feministas, pacifistas, homosexuales, etc. Y es verdad, como también lo es que se encontraron con su negación dialéctica; los Ministerios de Medio Ambiente, las Direcciones Generales de la Mujer, los Ministerios de Cultura, etc, con las que han de vérselas, para atajar barrabasadas, unas veces; otras veces, para entrar por el aro.
También se tienen a los movimientos por otra globalización como herederos de los contraculturales. Me permito cuando menos una observación. Los movimientos por otra globalización son solidarios, además de reivindicativos. Los movimientos contraculturales fueron reivindicativos, pero escasamente solidarios, más allá de una solidaridad de puertas adentro. Permítanme que justifique lo que acabo de decir con un hecho que a los españoles nos debería haber cogido, y seguir cogiéndonos muy de cerca, y que a mí, desde entonces, me toca muy por dentro, y es por esto por lo que lo destaco, sin que sea el único. En 1975, con Ajoblanco en pleno lanzamiento, el Gobierno español hizo entrega del Sahara Occidental, con los saharauis y sus recursos dentro, a Marruecos y Mauritania, propiciando una guerra de 15 años y un exilio en campos de refugiados de 32 años, hasta el momento. Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad dedica a semejante barbaridad dos párrafos sueltos de apenas tres líneas cada uno y un pie de página, con el distanciamiento de una noticia de agencia.
Quizá la respuesta a qué queda de la contracultura se encuentre en las entrevistas, que se incluyen en el libro de Luis, a personajes que fueron conocidos contraculturales, y reconocidos después por sus servicios, cuando salieron de las trochas libertarias para transitar por vías con pasos de cebra, que separan, semáforos que permiten y prohíben, y stops, que detienen, que regulan la circulación democrática. Desde Luis Racionero hasta Pepa Roma, que también escribe el prólogo, pasando por Antonio Escohotado, Fernando Díaz, Fernando Sánchez Dragó y el propio Pepe, que asume el déficit de solidaridad, son entrevistados por Luis.
Son estas entrevistas que harían buena la consideración crítica del Premio Nobel de Literatura del año 2002, el húngaro Imre Kertész, según la cual, además del pecado original, del que el hombre es inocente, existe el pecado histórico, del que dice no saber definir muy bien, para aventurar que quizá consista en echar a perder todas las revoluciones. Y digo que la harían buena, si no fuera porque al menos una revolución no la echaron a perder quienes la hicieron, y que los demás a lo sumo sólo la han incordiado de vez en cuando: la revolución burguesa, la madrastra de todas las revoluciones. Nunca ha permitido que las cenicientas y los príncipes se encontraran, porque también puso a los príncipes a su servicio. Los cuentos son historias, pero la Historia no es un cuento.
En fin, por todo ello echo en falta en las obras de Luis y Pepe, con más fundamento en la de Pepe, que vivió lo que cuenta, un componente irónico, matizado con un toque de cinismo. Lo que apercibe mi lectura en Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad es que en el libro sí queda, volcada de los diarios de Pepe, toda la ingenuidad de aquel entonces. Y es que si el tratamiento que Luis le aplica a la Contracultura es el del investigador, Pepe la venera con el fervor del creyente. Lo que no sé es si eso es bueno o regular. Supongo que malo no es.
por FERNANDO LLORENTE
3 comentarios:
alguien ha leido los dos libros? me los recomendáis?
Querido amigo: Gracias por tu interés. Creo que si ese tema te atrae, ambos libros pueden estar bien por cuanto procuran un panorama -otro más- de una época fundamental en tal materia. Ya sabes que precisamente en los 70 se fraguaron nuevos conceptos y perspectivas en torno a la cultura. Pienso, pues, que sí son recomendables, con independencia de que participes o no de sus tesis.
Un saludo.
si t interesa el tema, son de lectura obligada, ya que son de los pocos libros sobre contracultura que existen escritos por españoles y en los últimos años (la literatura sobre contracultural suele ser extranjera, y/o bien de aquella época). SIn embargo Luis hace un análisis objetivo y desapasionado, tras estos 40 años q se cumplen del 68 y pepe echa la vista atrás y nos cuenta lo que vivió
Publicar un comentario