ELEGANCIA SONORA Y VISUAL

Marlango demostró su madurez en la presentación de The electrical morning en Santander, gracias a un concierto singular, hipnótico, intenso y sugerente

por JOSÉ MARÍA GUTIÉRREZ


Tenían una deuda con Santander. No habían quedado del todo contentos de su concierto en el Palacio de Festivales en enero de 2006, condicionado por una serie de circunstancias externas previas y su paso por el Summer Festival de ese mismo año fue diferente a lo habitual y, en cualquier caso, no comparable con lo que hacen sobre las tablas de un teatro. Por eso Marlango quiso que el inicio de la gira de su tercer disco, The electrical morning, recalase en la capital cántabra en lo que fue su segunda parada, tras Jaén. Bueno, por eso, y por la insistencia de Alejandro Pelayo por regresar a casa, disfrutar la comida de su madre, ir a los bares de los amigos y compartir con el resto de los miembros del grupo las delicias de los sobaos pasiegos... El caso es que Marlango regresaba al escenario del Centro Cultural de Tantín (CASYC), donde muchos les conocieron en directo allá por septiembre de 2004, cuando la música era para Marlango casi más un divertido juego que la realidad –no menos divertida– en que se ha convertido ahora tras el éxito de sus dos primeros discos y sus respectivas giras. El grupo de la cantante y actriz Leonor Watling, el pianista Alejandro Pelayo y el saxofonista Óscar Ybarra –convertido en sexteto en directo– ha alcanzado con The electrical morning una madurez, solidez y confianza ya apuntadas, pero ahora totalmente reforzadas y que han terminado de despojar a su líder de la etiqueta de “la actriz que canta”. Quizás en no demasiado tiempo, le cuelguen la de “la cantante que hace películas”. Al tiempo.
Ya convertidos en un nombre de minorías mayoritarias –su paso a la multinacional Universal así lo confirma– y poniendo las bases para facturar un sonido genuinamente propio, Marlango no puede sustraerse de la atracción pública de Leonor Watling, cara y alma visible del conjunto. Petrificada muy cerca del micro, su atractivo estatismo –sólo roto por algunos bailes que parecen sacados de una pequeña caja de música–, su más que sutil y delicada expresividad, su expresiva inocencia, no se sabe si sugieren una gran timidez o un divismo ausente e ingrávido por exigencias del guión. Su voz ha crecido, tiene cuerpo, se adapta a las exigencias de unos temas variables en estilos –jazz, pop, smooth, crooner, cabaret...– e interpretaciones y no pierde nunca una elegante dulzura en forma de caricia sonora. Su cara angelical, sus pícaras sonrisas y el vertiginoso escote que regaló a sus fans en Santander completaron el atractivo de la musa.
Como parecía evidente, los temas de The electrical morning –que sugiere ese momento electrizante en que se funde la noche con el día y se combinan las decadentes y soñadoras energías de los noctámbulos con las renovadas de los madrugadores– nutrieron el esqueleto del concierto del pasado 11 de octubre. Así, sonaron la intrigante Shout, deudora de Polly Jean Harvey, las melódicas Sink Down To Me y Walkin' In Soho, la movida Dance, Dance, Dance, la diferente Hold me tight, que es su primer single y la canción que más les gusta, aunque quizás menos les identifique; Mind the gap, I do, Who is me, el inexplicable –con palabras– Not without you... Brillantes temas en definitiva, que hipnotizan por la ausencia de estridencias innecesarias, que utilizan los silencios como una parte más del lenguaje y que te implican por la presencia de letras suficientemente amplias –y hasta ambiguas– para verte reconocido en ellas. Canciones que sonaron consistentes en el teatro de Caja Cantabria a pesar de su escaso rodaje en directo –era tan sólo el segundo concierto de la gira–, aunque se echó algo de menos al bueno de Óscar Ybarra y su trompeta, que han perdido protagonismo en este tercer disco.
Cosa que no sucedió cuando interpretaron algunas de las canciones de Automatic imperfection, muy calurosamente acogidas por el público. Shake The Moon, una verdadera demostración de recursos frescos y espontáneos, fue uno de los momentos álgidos, como It's all right o Enjoy the ride. También hubo momento para las pequeñas escapadas en castellano que se permite Leonor en forma de versiones, como sucedió, por ejemplo, con el popular Vete de Los Amaya.
A la excelencia del concierto también contribuyeron la elegancia de la puesta en escena de los músicos y su estética cinemática; y las llamativas luces horizontales con que esta vez compensaron la contención de espectacularidad que suele rodear a sus directos para que el público no pierda atención sobre lo que verdaderamente les importa, su música. Y contribuyeron también los esfuerzos del cántabro Alejandro Pelayo, no por demostrar su innegable calidad sobre las teclas, sino por vencer su timidez extrema. Lo de jugar en casa aumenta encima la responsabilidad, pero esta vez hizo hasta silbar a los asistentes al ritmo de su piano; no se olvidó de saludar a los muchos familiares y amigos presentes entre los espectadores; y respondió con gracia a las traviesas incitaciones de Leonor desde el micrófono, más de las habituales.
Fue un concierto especial, diferente, hipnótico, el mejor de los que han ofrecido en Santander, con más sonoridades e instrumentos. Marlango, en pleno crecimiento y superando las pruebas que se han –y les han– marcado en el camino, no entiende de términos medios, despierta amores y odios a partes iguales por la singularidad de su música, que les ha convertido en referente de la diferencia en la música española. Es lo que tiene crear sin límites. Pero en Santander los amores fueron mayoritarios, como lo demostró el público entregado que abarrotó el teatro de Tantín y agotó las entradas en apenas día y medio. El grupo envolvió con las caricias que supone su música; dio calor con la voz sedosa de su líder; transportó con sus plácidas melodías a una nirvana irreal en donde se pierde el sentido del tiempo y el lugar; excitó con el piano y las fugaces pero intensas apariciones de la sección de vientos; e hizo dudar irremediablemente entre la explosión inmediata o la contención hasta el orgasmo.

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