VANITY FAIR?

Aclaraciones y revisiones al hilo de Arte Santander

por FERNANDO ZAMANILLO


Yo doy por supuesto que la persona reflexiva que se pasea por entre un espectáculo de esta clase no ha de sentirse oprimido por su propia hilaridad ni por la de los demás… Pero la impresión general es melancólica, más que gozosa. Vuelto uno a su casa, se siente de un humor tranquilo, meditativo, inclinado más bien a la compasión, y se entrega a sus libros o a sus tareas.

William M. Thackeray, La feria de las vanidades


Antes de comenzar he de solicitar mis disculpas al paciente lector de estas líneas por iniciar mi escrito con unos párrafos entrecomillados tan extensos como los que a continuación siguen, mas ello tiene una explicación, para mí incuestionable e ineludible, que pasaré a detallar inmediatamente después.
“Entre las buenas cosas que se hacen en la feria (Arte Santander) de un tiempo a esta parte, se encuentra la muy dedicada atención a coleccionistas de arte actual, con el ánimo de invitarles a hacer sus inversiones en la diferenciada oferta de las galerías que en ella exponen. Por el contrario, y en la misma dirección, la experiencia ha demostrado innecesaria y, en consecuencia, improcedentemente gravosa, todo ello bajo mi particular punto de vista, la insistente celebración de encuentros y seminarios teóricos sobre los diferentes aspectos generales del arte actual y del coleccionismo en particular, que debieran ser suprimidos, pienso, ante la escasa asistencia de público que ha acudido en todas las ocasiones. También hay dos actuaciones destacables de Arte Santander: una es el proyecto denominado “Visiones Urbanas”, que se viene realizando desde hace tres años, por el que la manifestación artística que constituye en sí misma, la feria sale de su recinto para mostrarse además en los espacios más significativos de la ciudad, permaneciendo más tiempo fuera del natural del propio evento, durante todo el verano. Además de constituir un reclamo primordial de la misma, las imágenes que lo conforman se alzan asimismo como magníficos elementos decorativos de las plazas y mobiliario urbano. Y si algo hay que echar en falta de este proyecto, quizá sea una mayor atención a la escultura, definitiva o efímera, en forma de instalaciones, que se sumen a aquellas imágenes infográficas murales, abundando así en el acontecimiento artístico cultural del verano de Santander por excelencia. La otra manifestación digna de ser reseñada es el nuevo proyecto denominado “COTAUNO”, por el que las galerías cántabras que lo deseen, tienen la oportunidad de presentar sus artistas jóvenes emergentes en el piso inferior del Palacio de Exposiciones, en espacios acotados a modo de project room. Ello es digno del mayor elogio, por cuanto la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte, del Gobierno de Cantabria, reserva una generosa partida presupuestaria destinada a financiar la presencia de las galerías, pudiendo estas prolongarse con actuaciones más atrevidas”.
Este entrecomillado pertenece a mi anterior artículo en esta misma revista, en el que disertaba sobre la Feria de Arte de Santander, haciendo un breve y rápido repaso a su situación actual y estableciendo un balance final altamente positivo. Mas es necesario afirmar ya desde ahora que dicho balance lo había hecho basándome en las visitas privadas que realicé en las dos ediciones inmediatamente anteriores a la del pasado verano, en el que ya, por el contrario, mi experiencia de la feria se ha establecido como directo implicado en la misma, al participar en ella por primera vez la galería de arte que ha poco dirijo. Y en este entrecomillado, además, he querido destacar en cursivas las tres cuestiones que entonces me interesaban y que ahora me preocupan, (fíjense, digo bien, me interesaban, me preocupan), tras la respuesta que tuve no ha mucho tiempo por parte de una de las personas del cuerpo directivo de la feria y que no hace al caso citar aquí, ya que se manifestó de forma totalmente particular, en privado. Seguiré, pues, en el plano de lo subjetivo, es decir, desde mi particular punto vista, reflexionando públicamente sobre un evento que debe estar en el perfecto equilibrio de los asuntos empresariales y comerciales y de las actuaciones públicas culturales. Sin ambages ni encubrimientos por mi parte, ni tras disfraces culturales que no le corresponden por parte del hecho en sí. A la primera de las cuestiones se me replicó que, al contrario de lo que yo manifestaba entonces, los encuentros teóricos y críticos sobre arte y coleccionismo tenían una afluencia de público general y especialistas en particular más que suficiente, que justificaba por sí misma la celebración de los mismos, y que en nada, por supuesto, eran gravosos económicamente, pues solamente se pagaban hoteles y dietas, y en ningún momento sus cachés como conferenciantes. Retiro, pues, mis afirmaciones de entonces, pues nada tengo que objetar en contra de ello ante tan tajante contestación. Solamente me voy a permitir reservarme el beneficio de la duda, cuyo derecho no creo que nadie me vaya a discutir. Beneficio que se basa en la propia observación y en opiniones ajenas no precisamente carentes de criterio.
A la segunda, la de mejorar la extensión expositiva cultural de la feria con esculturas e intervenciones artísticas en espacios abiertos de la ciudad, se me respondió con el consabido “ya hemos pensado en ello, pero nuestro presupuesto no nos alcanza para acometer una idea de ese tipo”. ¿No sería más sincero, me pregunto yo, decir de un modo directo que no es un objetivo natural de una feria comercial, sino más propio de otro tipo de eventos artísticos, tales como un encuentro o un festival de arte, sea anual, sea bienal? Aquí yo hago autocrítica rechazando mi propia idea, pues seguramente me equivoqué al mezclar objetivos tan diferentes como los de una feria comercial con los de un evento cultural puro. Una feria comercial de galerías de arte es solamente eso, una reunión de galerías de arte que tiene como único fin comerciar con las obras de los artistas que representan, además de establecer vínculos comerciales entre ellas dentro del marco propio de su actividad expositiva, tales como fomentar y dinamizar la red de exposiciones, intercambios de artistas, etc. Todo lo que se salga de estos límites es invadir el terreno de otros modelos de acción cultural genuinos. Hará bien esta feria de arte, pues, en seguir con el modelo ya experimentado de Visiones Urbanas, exclusivamente publicitario o de reclamo de la feria.
El tercer y último párrafo entrecomillado, el referido al proyecto COTAUNO, es de todo lo que expuse en mi anterior artículo el que verdaderamente me inquietó y me sigue inquietando, pues me parece que ya en su estreno del pasado verano ha obtenido el certificado de operatividad y garantía sin ningún tipo de discusión, oposición o mera crítica. Si mi memoria no me falla, lo expuse en mi anterior escrito, se nos dijo a los participantes del evento que esta sección nueva estaría dedicada a la presentación de proyectos especialmente diseñados para la ocasión de artistas jóvenes emergentes, una especie de lo que en otras ferias se denomina cutting-edge, término que en música pop representa a un sello discográfico de artistas alternativos, que no tienen excesivo éxito y que, en nuestro caso, denominaría por extensión y figuradamente a aquellos artistas desconocidos o, como ya he dicho, emergentes y alternativos, que son pioneros e innovadores en el comienzo de su andadura. Ítem más, creí entender que los stands de esta sección adoptarían el formato de project room. Y no fue así. Sí, no fue así, me digo y me repito. En realidad, COTAUNO fue una extensión cántabra de la feria del piso superior, como queriendo contentar a todo el mundo; como un arriba y un abajo bien avenidos, más modernos, menos diferenciados, menos conflictivos. Una solución que buscaba acallar polémicas pasadas y que pretendía resolver la asistencia de economías más frágiles y delicadas, pero de cuyas ventajas de financiación también nos beneficiábamos algunas galerías que participábamos en la feria del piso superior, la genuina. A fin de cuentas, la de abajo, downstairs, que decía la famosa serie inglesa de televisión, no era más que un mal remedo de la de upstairs. Remedo o remiendo, más bien, no dejaba de ser un chasco en la mayoría de los casos, pues o bien constituía una extensión de los stand del piso superior, con exposiciones individuales de artistas más que conocidos o iniciados, o bien fueron exposiciones nada alternativas, excepto en un par de casos. Para ese viaje no hacían falta no tantas, sino esas alforjas.
Estos son, pues, los tres puntos que seguiré destacando entre las sombras de una feria que en los últimos tiempos ha alumbrado con más brillo que en tiempos pasados, pero que, siempre según mi particular punto de vista, si quiere sobrevivir a los tiempos de mediocridad en que estamos inmersos, ha de recuperar también valores artísticos que son perennes, que no por no estar en la más rabiosa actualidad son menos válidos, recogiendo también a aquellas galerías de nuestra tierra o foráneas que aún pueden mostrar arte de calidad, de modo que no se vean marginadas solamente por no estar en la primera línea de fuego de no se sabe qué vanguardia o innovación. Marginar solamente a aquellas que son corredurías de artistas y de obras que se encuentran en segundo y tercer plano, en reventa, en fin. Esta es la única manera de que nuestra feria se distinga de otras tantas, que ya van siendo poco a poco demasiadas, todas parecidas, todas iguales, siempre con las mismas galerías, como si estas se repitieran en un circuito interminable que nunca alcanza el centro, que lo rodea cansina y desesperadamente y al que a todos nos gustaría llegar. No hace falta que revele aquí cuál es este centro. Parece que me contradigo y no es así, sino que trato de ahondar en las contradicciones de la misma feria Arte Santander: los falsos visos de evento cultural, las apariencias engañosas, los intereses creados, las piñas de galeristas y coleccionistas, el clientelismo y los falsos compradores que quieren quedar bien con todo el mundo a base de administrar al céntimo presupuestos de compra bajísimos, pretendiendo por ello rebajar hasta límites inaceptables el valor de las obras. Mas este es un capítulo del que prometo hablar más adelante, pues verdaderamente merece la pena.
Nos ha tocado vivir en una región en la que somos pocos habitantes y no siempre bien avenidos. Nuestra particular feria de las vanidades que, entiéndase bien, no es sólo Arte Santander, sino la del día a día, en la que hay luces y sombras que las resaltan, claroscuros fuertes y también colores mortecinos; gozos y lamentos, quejas por doquiera que te encuentres; ánimos pocos, envidias muchas… Voy a ella, estoy en ella, pero siempre me retiro melancólico a mis lecturas y quehaceres diarios, sea en soledad, sea en buena compañía.

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