RESEÑAS SOBRE POESÍA

María ROSAL: Síntomas de la devastación. (XI Premio de Poesía “Alegría”, Ayuntamiento de Santander). Algaida, Sevilla, 2007.
Con su libro Síntomas de la devastación mereció María Rosal el XI Premio de Poesía “Alegría”, vinculado a la convocatoria de certámenes literarios en memoria de José Hierro que la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Santander convoca año tras año, por decisión de un jurado integrado por Amalia Iglesias, Ana Rodríguez de La Robla, Fernando Abascal, Juan Antonio González Fuentes y Enrique Martínez.
Síntomas de la devastación se convierte ahora, tras su reciente publicación por la Editorial Algaida, en el último de una larga serie de libros de poesía y de premios de María Rosal (Fernán-Núñez, Córdoba, 1961), a los que hay que añadir sus trabajos de investigación literaria, sus antologías centradas en las mujeres poetas o su presencia en diferentes recopilaciones de voces líricas.
Enfrentarnos a la lectura analítica del libro de María Rosal supone, en primer lugar, aventurarnos en un texto cerrado, una colección de poemas breves y muy breves que transita de manera obsesiva por el territorio de la desolación. El libro acentúa su carácter orgánico a través de una estructura narrativa clásica en la que los primeros poemas anuncian la llegada del dolor (“Nada hacía presagiar tanto desorden”) y los últimos fragmentos incluidos en el libro proclaman el final de la oscuridad y los primeros vestigios de esperanza (“Ahora / reconstruimos la soledad, el sueño, / amueblamos la náusea. Enterramos / espinas que ya florecerán”). Entre ambos surcos históricos, la caída vertiginosa, imparable, certera hacia el abismo.
Este carácter orgánico del libro, esta necesidad de un texto coherente más que de una colección de poemas sueltos, presente en toda la producción de María Rosal y proclamado en algunas de sus poéticas como su opción creadora, supone una de las mayores virtudes del texto. De alguna manera, con golpes duros y secos, con certeras pinceladas, los poemas van trazando un paisaje cenagoso en el que el lector necesariamente se hunde paso a paso. La sima emocional viene señalada con varios rasgos estilísticos que debemos anotar en esta reseña, como la utilización del verso libre pero abriendo paso a un predominio casi absoluto de versos de arte mayor (once y doce sílabas articulan las medidas mayoritarias) apoyados en un ritmo lento, cadencioso, que se suceden provocando una especie de cantilena que elude las músicas efectistas y prefiere un ritmo no evidente, introspectivo y oscuro. De igual manera, el juego obsesivo de los campos semánticas construye señas de identidad tremendistas en las que las vísceras amputadas, los muñones, los cuerpos desnudos en la morgue, la ira, las texturas blandas y viscosas, los colores metálicos o mortecinos, las soluciones médicas, el frío, el miedo... se apropian del centro de gravedad de todos y cada uno de los poemas y llevan a María Rosal a un espacio fronterizo entre lo vivo y lo muerto, a un tiempo de duda en el que tal vez los espejos no nos reconozcan sino como fantasmas. En este sentido, el uso de la retórica resulta igualmente circular, se centra en los usos simbólicos de una realidad en la que, al fin, cada objeto, cada animal, cada tiempo se sabe parte de la sutura.
Y sin embargo es este mismo carácter obsesivo, circular, orgánico, el mismo que nos aporta las llaves hacia una exhumación de los surcos oscuros de nuestras almas, de nuestra impotencia ante la enfermedad, ante la muerte, el que llega en algunos momentos a saturarnos de exceso. El lenguaje bordea tantas veces el filo del Apocalipsis que no puede evitar caídas duras que matan ciertos poemas, ciertas secciones del libro. Supongo que es posible viajar al dolor sin necesidad de que los pájaros defequen sobre nuestros corazones, sin que los dientes adquieran el sabor de las aguas estancadas y los inodoros, sin que se paseen sin rumbo las hienas, los cuervos y los buitres por las densas estepas de la nada. De la misma manera, no evita Rosal el uso no precisamente acertado de ciertos lugares comunes que, de pronto, nos sorprenden como torpes salidas a la situación propuesta ( “dispuesta ... / a no ser más el paño de sus lágrimas” , “Será un mal día, pero será el último” , “tu indocta afición a lo melodramático”), o la incorporación de términos clínicos – tac, resonancia, ADN– o propios de la cultura urbana y popular –las referencias a la película Ben-Hur-. Y lo hace de manera que nos resultan chocantes y nos rompen la sacralidad simbólica de la que la poeta había ido revistiendo su texto.
Un libro, en fin, desigual y un tanto decepcionante en el que una reflexión más pausada nos hace percibir demasiada inmediatez emocional, demasiada implicación personal en el sentimiento narrado. De alguna manera, María Rosal, que en sus poéticas reivindica el carácter de máscara con grietas de su lírica, de ocultamiento que a veces sólo vela parcialmente la subjetividad de la poeta, ha dejado aquí fuera de control esa implicación propia en las palabras. Falta distancia, una distancia necesaria para poder universalizar las emociones y, por ello, compartirlas con quien nos lee. Y a pesar del oficio, de las imágenes vivas, de la pericia rítmica, del edificio de la desolación que se nos levanta, Síntomas de la devastación se queda en eso, en un síntoma del libro que pudimos habernos encontrado.

por REGINO MATEO


Límites. Obra poética de Fernando Abascal, Guillermo Balbona, Marián Bárcena, Marcos Díez Manrique, Maribel Garrido, Juan Antonio González Fuentes, Rosario de Gorostegui, Ana Rodríguez de La Robla, Gloria Ruiz. Imágenes de María Gorbeña. Jornadas celebradas en el Palacete del Embarcadero entre el 14 y el 16 de noviembre. Autoridad Portuaria de Santander, Santander, 2007.
LÍMITES fue un proyecto plural que, conjugando la música, la poesía y la fotografía, se realizó en el Palacete del Embarcadero durante los días 14, 15 y 16 de noviembre, con motivo de la celebración de su 75 Aniversario. Nueve poetas leyeron sus composiciones acompañados por la música del rabel y la guitarra flamenca. Se proyectó durante las tres sesiones una selección de fotografías de María Gorbeña sobre los “límites” de la luz reflejándose en el agua, en el mar y su corpórea fluctuación de esencia y magma. Toda esta programación se recogió en un libro-catálogo del mismo nombre –Límites–, fiel representación de unas jornadas que concitaron la presencia de un público muy interesado en comprobar cuál era el panorama actual de la poesía última que se realiza en Cantabria.
Límites, pues, presenta el trabajo conjugado de varios artistas elegidos por su versátil capacidad de interpretar aquellos principios conceptuales tan apreciables en los creadores contemporáneos: el lenguaje del estupor frente a los avatares vitales, la interrogación conceptual permanente y la búsqueda de referentes propios donde asilarse ante los contradictorios impulsos que asolan los mundos del arte y la cultura.
El Palacete del Embarcadero siempre ha acogido actividades múltiples, y esa pluralidad de funciones es fuente inspiradora para elaborar un ejercicio literario intenso y sensible. Se constata que los poetas han tomado la referencia “límite”, como sinónimo de “demarcación”: territorio o comarca, zona o término, donde ejercitar la pasión de escribir y hablar de un paisaje de sentimientos, extrayendo de él, observaciones inusitadas sobre la raíz última de la palabra. Fernando Abascal utiliza una esclarecedora mirada para verificar la gravedad y presencia de los elementos, examina el paisaje como un inserto en la membrana de la memoria (“...sustancia entregada hacia lo alto, el hueso más solo…”). Marián Bárcena da crédito al instinto más inmediato, cuando percibe el entorno como una llama de exquisita ternura (“Aire mío que vas en la conspiración de los felices”). Marcos Díez Manrique sabe utilizar el horizonte de lo específico y personal, para desbrozar los límites de propia existencia (“Me despierto de golpe, los ojos como platos y una lucidez de cuchillo afilado: veo que moriré algún día...”). Ana Rodríguez de la Robla, crea un arco de luz límpida sobre los signos de la oscuridad, la noche se esclarece en su significado de poema, de palabra cerrada y recóndita anatomía (“…escuchar la voz del trigo y la amapola, ser la sombra del jinete que callado galopa en la memoria de los dedos...”). Maribel Fernández Garrido describe el tiempo con un temblor de símbolos epidérmicos, ajustados a la necesidad de inventariar cada uno de los espejismos que envuelven los sentidos (“Empujo, me arqueo, busco hasta dónde pueden crecer mis puentes”). Gloria Ruiz susurra al oído las certezas y dudas de una piel sensible, aquellas que son vívidas como nubes o presagios en el último confín de la inocencia (“Así era yo y en las noches buscaba el sortilegio de la luna y me inventaba amores, incapaz como era de vivirlos”). Juan Antonio González Fuentes, empecinado en observar rutas inconclusas, busca heterónimos para sobreponerse a la distancia del desafecto; meteorólogo de tiempos aciagos, pocos describen como él la prosa escéptica de lo inalcanzable (“Esta luz severa, la forma conocida de un camino triste que se hace silueta y sombra en una habitación vacía”). Rosario de Gorostegui evoca el mar como si fuera un cuerpo donde reconocer la añoranza, una entidad ausente que posee evocaciones de ausencias (“Reconoceré tus pasos cuando el mar inunde la memoria y se aleje creyendo que te lleva...”). Guillermo Balbona ha encontrado un raro mapa emocional, ha descubierto tierras ignotas circundadas por sombras que ocultan pérdidas y tálamos (“La desolación de la altura y el vértigo a la espera de una caída infinita”).
El volumen incluye igualmente un portafolio con las imágenes de María Gorbeña. También se recogen algunas fotos que reflejan las lecturas de poemas y las intervenciones musicales de Chema Puente al rabel y voz, acompañado de la técnica hecha sabiduría en la guitarra de Ramón Fernández, cuyas actuaciones resultan un ejercicio de emoción y sinceridad. Los Poemas de García Lorca, León Felipe, Gerardo Diego y José de Rio Pick sonaron en las Jornadas con un nuevo vigor y presencia cuando fueron interpretados por estos dos artistas.

por JESÚS ALBERTO PÉREZ-CASTAÑOS

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