MÚSICA FRESCA

Jóvenes intérpretes en la Fundación Botín

por REGINO MATEO

La presencia de las hermanas Lucía y Almudena Díez Pérez en la Fundación Marcelino Botín el pasado 19 de noviembre, con un programa clásico y atractivo integrado por las Siete variaciones sobre un tema de La Flauta Mágica de Beethoven, la preciosa Sonata Arpeggione de Schubert, la Sonata para violonchelo y piano de Debussy y los arreglos que realizara Maurice Marechal para la misma combinación instrumental de las Canciones españolas de Manuel de Falla, supuso la continuidad de un ciclo de música de cámara que viene suponiendo no sólo un oasis de placer para los aficionados a la música sino casi la única oportunidad de los nuevos valores interpretativos (cántabros o no) para ofrecer su trabajo en esta ciudad que un día llegamos a llamar “Atenas del Norte”.
Me refiero, claro está, al Ciclo de Jóvenes Intérpretes que, junto a los ciclos temáticos con que la Fundación nos regala año tras año, se han venido asentando como la casi única programación estable de música de cámara con continuidad, calidad y criterio. Hubo un tiempo en el que hablar de cultura en Santander era centrarse en tres grandes áreas: música, pintura y poesía. La música hoy ha prácticamente desaparecido por razones que nos obligarían a un análisis largo que prefiero posponer para mejor ocasión (aunque escribo estas líneas un 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, una patrona de la música cuyo nombre es –según doctrina de la propia Iglesia Católica- fruto de la tradición piadosa y no de la realidad histórica: una santa que no existió para una ciudad donde la música apenas existe).
Queda por confirmar el camino del ciclo de música abierto por la Concejalía de Cultura en los dos últimos años, al que faltan aún definición y rodaje. Y reconocer el trabajo de la Asociación de Amigos del Festival, un tanto diluida en los últimos tiempos pero que sigue optando por un repertorio clásico con intérpretes de primera magnitud.
Pero quieren ser estas líneas más que otra cosa un acto de gratitud al trabajo de la Fundación Botín. En este sentido, y en lo que a los jóvenes intérpretes se refiere, habría que recordar que este espacio musical es en la práctica el único con el que nuestros jóvenes músicos cuentan para expresar sus inquietudes, para comunicar sus avances en el duro y áspero camino de la formación musical, para enfrentarse al juicio del público y la crítica, para absorber el siempre cálido premio del aplauso.
No deja de ser paradójico que ahora que nuestros dos conservatorios han consolidado su oferta docente, que cada vez más cántabras y cántabros encuentran su vocación profesional en la interpretación musical y apuestan por formación superior y especializada en los mejores centros internacionales, que contamos con un largo listado de intérpretes de calidad en la casi totalidad de las opciones instrumentales, sigamos sin contar con una Orquesta de Cantabra (hay dinero al parecer para convertir toda Cantabria en un museo de no sabemos muy bien qué pero museo al fin, pero no para generar otras infraestructuras culturales), sin contar con ciclos estables de música, sin contar en muchos casos con medios básicos para la realización de conciertos y desatendiendo tanto los aspectos didácticos (¿esperamos que los nuevos aficionados a la música surjan por generación espontánea o es que preferimos que no surjan?) como los aspectos digamos esencialistas de la música (abominamos de la música de cámara por “poco comercial” y nos limitamos a programar música-espectáculo centrada en la ópera y el repertorio sinfónico más convencional).
Es por eso que, hoy que los dedos no me han dejado escribir una crítica de concierto y se me han marchado por otros derroteros, quiero evocar dos fuertes sensaciones. La primera y fundamental, el placer de encontrarnos de nuevo con el gran repertorio tratado con emoción y sensibilidad por dos intérpretes nacidas en Madrid pero santanderinas de formación. Un excelente para la labor de las Lucía Díez Pérez y Almudena Díez Pérez. La segunda, la gratitud profunda a la Fundación Botín por su generosa apuesta a favor de la Música, así, con mayúscula. Ojalá esa música verdadera sonara también en programas que cuentan con muchos más medios pero desde luego con mucha menos voluntad.

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