Recuerdo, reflexiones y balance en torno a los cinco años transcurridos desde la desaparición de José Hierro.
por ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA
Transcurridos cinco años desde la desaparición de José –Pepe– Hierro en el 21 de diciembre de 2002, parece que se suscita una necesidad de reflexión; reflexión que pasa inevitablemente por el recuerdo, por la memoria del poeta que nos abandonó, pero también por todo lo ocurrido –y lo no– precisamente en el trecho temporal legado por su ausencia.
Friedrich Nietzsche, en una de sus lapidarias y descarnadas definiciones, hablaba acerca de las frías aguas del cálculo egoísta. Expresión que ahora nos viene muy al pelo cuando miramos hacia atrás y desgranamos el maremágnum de loas y homenajes, lecturas y relecturas, reediciones de ediciones ya existentes y súbitas resurrecciones de proyectos más que viejos, entre otras muchas manifestaciones, por supuesto interesadas, en la figura de Pepe Hierro. Manifestaciones todas ellas, sin duda por pura casualidad, acontecidas en los meses inmediatamente posteriores a la desaparición del poeta, abigarradas al calor de lo reciente del suceso, y que, no sé si por desgracia o por fortuna, pero en todo caso por acción del tiempo inexorable, van resultando cada vez más espaciadas, menos numerosas, menos grandilocuentes: menos presentes, en suma. En España no se sabe –o no se quiere– mirar a largo plazo, no hay proyectos sostenidos. En España, si se supiera latín, regiría el ausoniano collige, virgo, rosas; pero como latín ya no se gasta, pues hay que decirlo como Nietzsche lo decía, apelando a la imagen de las frías –heladas– aguas del cálculo egoísta, o lo que es lo mismo, al agudo sentido del momento propicio, del oportunismo, capaz de anegar los propósitos más nobles –y eso cuando lo son, que por supuesto no siempre. La captura intencionada de centenarios, sesquicentenarios o pluricentenarios para avivar hechos dormidos no me parece del todo mal; cualquier argucia es buena para rescatar algo valioso del olvido. Lo que resulta triste en grado mayúsculo es que se hayan realizado esfuerzos tantos para recuperar una memoria que aún no se había perdido, a veces esgrimiendo la bandera de una amistad o un desvelo inexistentes –no me atrevo a decir que en propio beneficio–, mientras que, llegado el momento de actuar porque el reloj así lo indica, los paladines aquellos convirtiéronse en humo, en polvo, en sombra, en nada. ¿Qué se fizieron?
Así pues, cinco años después de la desgraciada partida de uno de nuestros poetas más poetas –ruego se me perdone la parcialidad– los innúmeros amigos, estudiosos, conocedores y plañideros de Pepe Hierro han ido diluyéndose poco a poco… y no queda sino un erial desolador y desolado. Las obras completas de José Hierro siguen durmiendo un sueño plácido en ese limbo que –Vaticanus dixit– ya no existe; no contamos con un solo estudio, extenso e intenso, a la par que riguroso, de auténtica referencia, sobre la obra del poeta; y la Fundación José Hierro en Cantabria, entendida como activo centro de aglutinación poética, documental y de estudio, es una entelequia. En tal sentido, la Fundación Gerardo Diego, afincada en nuestra ciudad en la que antaño fuera casa de Don Marcelino Menéndez Pelayo, supone el ejemplo más cercano de una institución que, animada por un espíritu que en principio pudiera y debiera ser bastante similar, se ha consagrado a conservar, difundir y ensalzar el legado del poeta que con fervor custodia. Si bien es cierto que en el caso de Hierro existe el llamado Centro para la Poesía que, ubicado en Getafe, lleva ya su nombre y es dirigido por su nieta –tras la muerte de Margarita Hierro–, no parece que ambas deban ser iniciativas excluyentes si se perfila una adecuada distribución de funciones.
Pero además tampoco debe soslayarse otra cuestión. Y es que, el entorno de las letras, por lo general tan solipsista, es muy dado a organizar actividades para acabar mirándose el ombligo delante de unos cuantos iniciados, olvidando un hecho sin precedentes en la historia –la historia venal, estadística– de la literatura española: que Cuaderno de Nueva York ha sido uno de los grandes best-seller de España desde su misma aparición. A pesar de que en España la poesía no se lee. Esto por fuerza significa algo, y nos pone en la pista de que estamos ante una figura que no puede dejarse apagar. Los compradores de Cuaderno de Nueva York no necesitaron de crípticas serenatas entonadas por supuestos expertos sobre los versos de Pepe Hierro. Quizá haya que plantearse que entre esos compradores del Cuaderno hay grandes lectores de la obra de Hierro, pero también lectores que se acercaron a Pepe por primera vez a través de ese libro y carecen de una perspectiva. Quizá haya que plantearse que la recuperación y celebración de un gran poeta –por ejemplo Pepe Hierro– puede tornarse también una labor sostenida y silenciosa, las más de las veces anónima. Pero no por ello desechable.
Cinco años después, en todo caso, por encima de vindicaciones o de olvidos, de lecturas o reescrituras, aquel verso del poeta, José Hierro, sigue más que nunca en pie: “Dirán que he muerto, y yo no muero”.
por ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA
Transcurridos cinco años desde la desaparición de José –Pepe– Hierro en el 21 de diciembre de 2002, parece que se suscita una necesidad de reflexión; reflexión que pasa inevitablemente por el recuerdo, por la memoria del poeta que nos abandonó, pero también por todo lo ocurrido –y lo no– precisamente en el trecho temporal legado por su ausencia.
Friedrich Nietzsche, en una de sus lapidarias y descarnadas definiciones, hablaba acerca de las frías aguas del cálculo egoísta. Expresión que ahora nos viene muy al pelo cuando miramos hacia atrás y desgranamos el maremágnum de loas y homenajes, lecturas y relecturas, reediciones de ediciones ya existentes y súbitas resurrecciones de proyectos más que viejos, entre otras muchas manifestaciones, por supuesto interesadas, en la figura de Pepe Hierro. Manifestaciones todas ellas, sin duda por pura casualidad, acontecidas en los meses inmediatamente posteriores a la desaparición del poeta, abigarradas al calor de lo reciente del suceso, y que, no sé si por desgracia o por fortuna, pero en todo caso por acción del tiempo inexorable, van resultando cada vez más espaciadas, menos numerosas, menos grandilocuentes: menos presentes, en suma. En España no se sabe –o no se quiere– mirar a largo plazo, no hay proyectos sostenidos. En España, si se supiera latín, regiría el ausoniano collige, virgo, rosas; pero como latín ya no se gasta, pues hay que decirlo como Nietzsche lo decía, apelando a la imagen de las frías –heladas– aguas del cálculo egoísta, o lo que es lo mismo, al agudo sentido del momento propicio, del oportunismo, capaz de anegar los propósitos más nobles –y eso cuando lo son, que por supuesto no siempre. La captura intencionada de centenarios, sesquicentenarios o pluricentenarios para avivar hechos dormidos no me parece del todo mal; cualquier argucia es buena para rescatar algo valioso del olvido. Lo que resulta triste en grado mayúsculo es que se hayan realizado esfuerzos tantos para recuperar una memoria que aún no se había perdido, a veces esgrimiendo la bandera de una amistad o un desvelo inexistentes –no me atrevo a decir que en propio beneficio–, mientras que, llegado el momento de actuar porque el reloj así lo indica, los paladines aquellos convirtiéronse en humo, en polvo, en sombra, en nada. ¿Qué se fizieron?
Así pues, cinco años después de la desgraciada partida de uno de nuestros poetas más poetas –ruego se me perdone la parcialidad– los innúmeros amigos, estudiosos, conocedores y plañideros de Pepe Hierro han ido diluyéndose poco a poco… y no queda sino un erial desolador y desolado. Las obras completas de José Hierro siguen durmiendo un sueño plácido en ese limbo que –Vaticanus dixit– ya no existe; no contamos con un solo estudio, extenso e intenso, a la par que riguroso, de auténtica referencia, sobre la obra del poeta; y la Fundación José Hierro en Cantabria, entendida como activo centro de aglutinación poética, documental y de estudio, es una entelequia. En tal sentido, la Fundación Gerardo Diego, afincada en nuestra ciudad en la que antaño fuera casa de Don Marcelino Menéndez Pelayo, supone el ejemplo más cercano de una institución que, animada por un espíritu que en principio pudiera y debiera ser bastante similar, se ha consagrado a conservar, difundir y ensalzar el legado del poeta que con fervor custodia. Si bien es cierto que en el caso de Hierro existe el llamado Centro para la Poesía que, ubicado en Getafe, lleva ya su nombre y es dirigido por su nieta –tras la muerte de Margarita Hierro–, no parece que ambas deban ser iniciativas excluyentes si se perfila una adecuada distribución de funciones.
Pero además tampoco debe soslayarse otra cuestión. Y es que, el entorno de las letras, por lo general tan solipsista, es muy dado a organizar actividades para acabar mirándose el ombligo delante de unos cuantos iniciados, olvidando un hecho sin precedentes en la historia –la historia venal, estadística– de la literatura española: que Cuaderno de Nueva York ha sido uno de los grandes best-seller de España desde su misma aparición. A pesar de que en España la poesía no se lee. Esto por fuerza significa algo, y nos pone en la pista de que estamos ante una figura que no puede dejarse apagar. Los compradores de Cuaderno de Nueva York no necesitaron de crípticas serenatas entonadas por supuestos expertos sobre los versos de Pepe Hierro. Quizá haya que plantearse que entre esos compradores del Cuaderno hay grandes lectores de la obra de Hierro, pero también lectores que se acercaron a Pepe por primera vez a través de ese libro y carecen de una perspectiva. Quizá haya que plantearse que la recuperación y celebración de un gran poeta –por ejemplo Pepe Hierro– puede tornarse también una labor sostenida y silenciosa, las más de las veces anónima. Pero no por ello desechable.
Cinco años después, en todo caso, por encima de vindicaciones o de olvidos, de lecturas o reescrituras, aquel verso del poeta, José Hierro, sigue más que nunca en pie: “Dirán que he muerto, y yo no muero”.
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