CIUDAD DE LEJOS


Ariadne auf Naxos en el Euskalduna (ABAO),
por ROBERTO BLANCO
Difícil es que defraude un espectáculo o una producción lírica de calidad, como es el caso de la Ariadne auf Naxos de Richard Strauss, cuando se presenta con un reparto adecuado y con un manifiesto interés en mostrar la excelente trama de Hugo von Hofmannsthal con un buen subtitulado y con la calidad de la producción que estrenara el Gran Teatre del Liceu hace seis años.
La puesta en escena que subió al escenario del Euskalduna como segundo título de la 57 Temporada de la ABAO con escenografía clásica de Tobias Hoheisel, no es que brille con especial belleza por su concepción, pero da pie a que la precisa dirección escénica de Uwe Eric Laufenberg funcione con facilidad y sin obstáculos, manteniendo un buen ritmo narrativo pese a la aparente sencillez de los decorados. Una puesta en escena que hacía patente la diferencia entre el mundo clásico y convencional de Ariadna y Baco por un lado, y el instintivo y emocional de Zerbinetta por el otro, mediante el vestuario y el movimiento de los personajes: Mientras Zerbinetta y los suyos gozan de total libertad de acción, simbolizando la creatividad artística sin límites, los intérpretes de la ópera propiamente dicha se movían rígidamente, reflejando las normas clásicas que les impedían una mayor libertad de movimientos.
De la primera parte de la ópera hay que destacar el cuidado trabajo de la soprano Michelle Breedt como Compositor, una intérprete muy completa que supo dar relieve a su personaje, y la autoridad teatral del Mayordomo interpretado por el eficaz actor Götz Argus.
Sin pausa entre prólogo y ópera, la exquisita trama de Hofmannsthal se resolvió con pocas sorpresas escénicas, pero realzadas por un colorido y una iluminación particularmente vistosos y eficaces. La Ariadne de Adrianne Pieczonka consiguió la progresión dramática necesaria para resolver su actuación con la sensibilidad y entereza que pide su parte, mientras que el Bacchus de Klaus Florian Vogt fue correcto, con una voz ajustada y una prestación adecuada pese a un timbre no demasiado bello.
En cuanto a la soprano rumana Valentina Farcas, a pesar de una emisión no demasiado cuidada, hizo una interpretación de calidad en el siempre difícil y exigente papel de Zerbinetta, aunque más a nivel actoral que canoro, con problemas especialmente en el temible registro agudo de “Grossmaächtige Prinzessin”. Pero estuvo perfectamente secundada por el grupo de cómicos, y el resto del amplio reparto se mantuvo a un nivel bastante apreciable.
Concertó y dirigió con suavidad y tacto pero también con autoridad, Stefan Anton Reck; imprimió ritmo y mantuvo el equilibrio entre los pupitres de la Kammerorchester Basel, conteniéndola para proteger a los solistas y consiguiendo bellos efectos en la armonía sin descuidar el ordenado barullo melódico que creara el genial Richard Strauss.

Interiores de un emperador:
Adriano en Londres

por ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA

A finales del mes de octubre se ha clausurado la que sin duda puede calificarse como una de las grandes exposiciones de este año 2008: la dedicada al emperador Adriano en el British Museum de Londres. La exposición, magna en propósitos y logros, ha sabido perfilar con precisión una figura decisiva de la Historia de Occidente, y que cuenta además con especial significado por estas tierras nuestras, dado que se trata de un personaje que no sólo tenía evidente raigambre hispánica, sino que además hacía gala de ella. En efecto, Adriano, nacido en realidad en Roma (aunque algunas fuentes sugieren Itálica como ciudad natal), procedía de una familia bética, y la acuñación imperial de moneda se recrea en esta cuestión; una de las piezas más hermosas de la exposición del British es un espectacular áureo que presenta la efigie de Adriano en el anverso, y en el reverso una figura femenina con una rama de olivo en la mano, a modo de encarnación de Hispania. Y es que en el olivo está el ‘quid’ de Adriano, de su ascendencia y de su imperio. El comisario de la exposición, el conservador Thorsten Opper, subraya la ascendencia surhispánica de Trajano, padre adoptivo de Adriano, e igualmente pone énfasis en las raíces parentales del propio Adriano, cuya enriquecida familia dotó al Senado con varios miembros. Los productos mediterráneos, y en particular el aceite, proporcionaron una vida muelle a los béticos. Una molicie que permitió, a su vez, la excéntrica vida de Adriano –el primer emperador barbado, dicho sea de paso–, su desmedida afición a la caza, sus viajes y su gusto por lo griego –que le valió el apodo de Graeculus–, su tendencia a la literatura, la filosofía, la belleza… en combinación con un imparable cursus honorum y una mano firme en que se aunaron la violencia más implacable… y la ternura homosexual más desbordada.
La exposición arranca y muere en la literatura: desde las célebres ‘Memorias de Adriano’ de Marguerite Yourcenar, cuyo manuscrito se exhibe en una vitrina como idea desde la que iniciar el itinerario, hasta los reflexivos versos Animula, vagula, blandula… atribuidos al emperador, con los que se cierra la muestra; igualmente, las palabras de los escritores clásicos sirven de lúcida guía por las diferentes secciones de la exposición. Excediendo a la palabra, la imponente presencia de Adriano, representada por los fragmentos de una monumental estatua del emperador de casi cinco metros de altura recientemente hallada en Sagalassos (Turquía): cabeza, brazo y pie hercúleos, que verdaderamente sobrecogen.
Guerrero. Soñador. Visionario. Las diversas facetas del emperador, hasta las más peculiares, se muestran en esculturas varias: la célebre cabeza juvenil en bronce extraída del Támesis en el XIX, además de otras imágenes en las que Adriano aparece bien con atuendo griego, bien desnudo con tocado marcial (y poco imperiales atributos), bien con toda la artillería militar encima y aplastando a un bárbaro de reducido tamaño, bien con gesto implacable, bien meditativo y ya maduro. En todas ellas, una nota común: un peculiar pliegue en el lóbulo de su oreja. Un detalle anatómico que permite especular con una enfermedad coronaria del emperador (es un rasgo frecuente en enfermos de esta categoría), quien, por lo demás, murió de muerte natural, ajeno a dagas y venenos: todo un logro en el Imperio Romano.
La exposición explora otros aspectos interesantísimos: la inclinación de Adriano por la arquitectura es uno de ellos. Su huella en la restauración del Panteón se ha perpetuado posteriormente en algunos edificios más que notables: San Pedro del Vaticano, Santa Sofía, Santa María de las Flores, la mezquita Suleimaniye, el frustrado Halle des Volkes de Speer… o la propia cúpula de la ‘Reading Room’ del British Museum bajo la que se custodia la muestra adrianea.

Como era de esperar, no falta un espacio dedicado a la Villa Hadriana en Tívoli, con una magnífica maqueta y un fondo con enormes fotografías retroiluminadas. Desde la Villa Hadriana nos adentramos de forma natural en el universo de Antínoo. Una fascinante escultura del mítico efebo de Bitinia permite explicarse por qué todo un emperador pudo caer de rodillas ante él. En ese espacio, también, se exhibe la espléndida Copa Warren, con escenas homosexuales explícitas. Y frente a este entorno estrictamente masculino: el honor, la pudicia, la venerabilidad de Vibia Sabina, la esposa de Adriano, deificada a su muerte; la mujer de la que se dice que no llegó a consumar su matrimonio pero que, en cambio, mantenía relaciones lésbicas con alguna que otra amiga.
Entre todo ello, cascos, corazas maravillosamente labradas, vestigios de represión, de liderazgo político-militar y territorial (la ciclópea Muralla de Adriano del 122 que dejaba a los “bárbaros” al otro lado del Imperio), también de afectos paterno-filiales (el precioso camafeo de Trajano y Plotina, los retratos de Marco Aurelio y Lucio Vero niños)… y de reflexión sobre la muerte: un lugar en que reposar (el Castillo de Sant’Angelo) y unas palabras para la posteridad (Animula vagula blandula,/ hospes comesque corporis/ quae nunc abibis in loca/ pallidula rigida nudula/ nec ut soles dabis iocos).

Cy Twombly en la Tate Modern
por YOLANDA NOVOA

La exposición retrospectiva de Twombly lleva por título Cycles and Seasons, por lo que no extraña que se estructure en base a ciclos temporales a la vez aislados y concatenados cronológicamente. Representados conceptualmente por distintas rooms, que forman la arquitectura artística del creador, ofrecen al espectador la oportunidad de investigar en estos espacios, descubriendo los detalles más íntimos de la pasión de Twombly: la pintura.
En las primeras salas de los años 50 aparecen caligrafías ininteligibles: rayados o esgrafiados sobre los lienzos y papeles, posiblemente influenciado por su trabajo de criptógrafo en el ejército tras ser reclutado en 1954. En esta época se instala en Roma y queda hechizado por el mundo clásico, por la luminosidad del Mediterráneo y los poemas de Mallarmé. Estas influencias quedan patentes en Olimpia, y Arcadia. También podemos apreciarlas en otros trabajos sobre papel, con varios elementos recurrentes: el horizonte, el blanco de las olas, signos incomprensibles, series de números… Parece que el artista no pudiera controlar el impulso de rayar automáticamente con el crayon, de arrojar masas de pintura, apretando el tubo directamente.

Instalado en Roma, las salas de los años 60 revelan otro ciclo vital y artístico, aunque conserve algunas constantes de los anteriores. Introduce en las obras un estallido de color y materia, una estética barroca plena de violencia y símbolos sexuales. Es una esplendida lección de expresionismo abstracto que se materializa en la serie Ferragosto, donde acrecienta la intensidad cromática y el grosor de las texturas. Es una representación de la fiesta: rojo de sangre, marrones escatológicos y marcas directas de las manos que acarician el lienzo en un impulso final de no querer finalizar el acto creativo, bailando, embriagándose, danzando con la pintura.
Años 70. Penetramos en otro recinto, donde la intensidad de la luz se reduce y recuerda que la vida contiene etapas tristes que influyen poderosamente en cualquier representación plástica y que la obra de un artista es su autentica radiografía. Entramos en silencio, como si se tratara de un templo religioso, para no interrumpir el ritual. La muerte de un ser querido (Nini Pirandello) queda plasmada en forma de poemas visuales de gesto contenido, con suaves veladuras y esgrafiados descendentes que tienden al pesimismo y la delicadeza.
Superado el ciclo anterior, Twombly demuestra su fascinación por el arte clásico al convertirlo en protagonista de su producción durante los años 80. La tragedia de los personajes mitológicos Hero y Leandro se convierte en objeto de la exquisita trilogía de lienzos que preside esta sala. El peligro de la profundidad marina se ve acentuado por misteriosas olas verdes y violáceas de bellísimas tonalidades, amplias pinceladas van descargando pigmentación hasta desembocar en una orilla tan blanquecina como inalcanzable. El artista rescata aquí los mitos clásicos para contemporaneizar sus tragedias, recurrentes a lo largo de la historia del arte.
La habitación estrella está compuesta por las dos series de las cuatro estaciones. Primavera., verano, otoño e invierno. Son cuadros de tamaños desmedidos que sugieren el esplendor de los ciclos naturales. El autor despliega todo su vigor expresivo en estas evocadoras creaciones, donde convierte manchas abstractas en formas naturales, inspirado por los poemas de Rilke. El pigmento, protagonista absoluto, impacta sobre la superficie y se desmaterializa, fluyendo en líquidos torrenciales. El concepto principal del ciclo vital alcanza la cima en estas obras, vida y muerte en un círculo perfecto.
La etapa que cierra la exposición conmemorativa del 80 aniversario de Twombly impacta por la enormidad de la escala. Las señales criptográficas de los años 50 se convierten en gigantescos rastros de vuelos ondulantes en el espacio. De las pinceladas, muy diluidas, surgen diminutas huellas. Y nuevamente recurre a los mitos clásicos, concretamente a la figura de Baco. Por ello impera el rojo monocromo, como connotación del vino, del placer, de la relajación sensual y las orgías, en estas últimas obras alumbradas en 2005.
La exposición podrá ser admirada en el Museo Guggenheim de Bilbao a partir del 28 de octubre.

ENGLISH TRANSLATIONS
Santanderinos en el Instituto Cervantes de Londres

por JESÚS ALBERTO PÉREZ-CASTAÑOS

ENGLISH TRANSLATIONS ha sido un recentísimo proyecto cultural que ha reunido el trabajo creativo de artistas, escritores y músicos de Cantabria. Se presentó en el Instituto Cervantes de Londres el martes 9 de septiembre en una celebración gozosa y entusiasta. Un evento global que ambicionaba tener repercusión mediática en una ciudad saturada de arte. La presentación del trabajo colectivo de seis pintores, cuatro poetas, dos fotógrafos y dos músicos cántabros desde un nivel de tanta exigencia, resultó un reto de fascinantes logros. Todo ello no hubiera sido posible, sin la ayuda y coordinación de la Autoridad Portuaria de Santander, entidad que está realizando un importantísimo apoyo a la cultura y el arte en Cantabria.
La ceremonia de apertura de ENGLISH TRANSLATIONS concitó un numeroso público que siguió con atención la programación establecida. Este acto de presentación en el Instituto Cervantes de Londres contó también con la presencia de su Director, el novelista Juan Pedro Aparicio, la Jefa de Actividades Culturales, Olvido Salazar y otros responsables del Centro. Acudió igualmente una representación de la Embajada de España, en la persona de su Canciller y sus primeros secretarios.

La celebración se inició con la actuación del rabelista Chema Puente, acompañado a la guitarra flamenca por Ramón Fernández. Los asistentes pudieron comprobar la resolución interpretativa de los músicos, que mostraron la facultad de la tonada tradicional de Cantabria, por ser percibida en toda su dimensión sensible y evocadora. El talento y la acompasada voz de Chema Puente, junto con la guitarra de Ramón Fernández, concluyó en una cerrada ovación de un público emocionado.
Alternados entre las canciones, recitaron cuatro de los más interesantes poetas que escriben en Cantabria: Ana Rodríguez de la Robla presentó un conjunto de textos frágiles y poéticos cuya armónica construcción y equilibrada estructura semántica, constituyen uno de los más fascinantes recorridos por el esplendor que se aloja en la palabra. Narraciones escritas desde una distante melancolía que se establece, como posicionamiento conceptual ante la declinación inevitable del tiempo y su fugaz travesía por la belleza. Reflexión establecida, a modo de periplo vital de recorrido casi geográfico, por un paisaje narrativo inmerso a su vez en un ámbito de magnífica trascendencia.
Fernando Abascal Cobo es un minucioso orfebre que observa los detalles que conforman la estructura lírica de la ausencia y su elaboración en un discurso directo y escueto. Uno de los escritores más precisos a la hora de deslindar el rastro de la errancia y el territorio del desconsuelo. Capaz de otear la escasa firmeza de la realidad cuando la memoria se sustenta sobre aguas fluctuantes. A él pertenecen algunos de los poemas más conmovedores de la poesía cántabra contemporánea. Guillermo Balbona presentó en este proyecto un conjunto de poemas de compleja configuración, cuyo destino es materializarse en un emotivo monólogo, donde aparecen inquietantes versos de enigmática claridad, en un soberbio trabajo poético que se realiza con sensibilidad y firme traslación expresiva. La amplia gama de recursos formales que posee al posicionarse en la distancia del poema y su soledad, le hacen parecer un hábil francotirador.
Juan Antonio González Fuentes, en el comienzo de su intervención, realizó una afortunada y descriptiva metáfora para explicar la construcción de sus poemas, al acudir al símil del famoso dripping del pintor Jackson Pollock. La plasticidad tan determinante que se aposenta en su prosa y las insólitas imágenes utilizadas al modo pictórico, como derramados y estarcidos, demuestran el conocimiento argumental del texto que posee y su finalidad última de reconstruir el mundo, de rehacer la palabra aunque ésta se sustente en el silencio y su muda presencia de naufragio. La evocación de un lenguaje simbólico rubrica su original dependencia a la alegoría y la paráfrasis, con fascinantes resultados. Durante la casi hora y media que duró el recital, fuimos conscientes de apurar un tiempo especialmente hermoso, una magnífica oportunidad para exteriorizar la vitalidad e interés de la cultura realizada en Cantabria en un marco excepcional.
Finalizadas las actuaciones, se pudo visitar la amplia exposición que ocupaba el vestíbulo, las escaleras, pasillos y salas de éste noble edificio. En el amplio vestíbulo situado en la planta baja, se dispuso un espléndido trabajo de Yolanda Novoa, que llenó de hermosa fragilidad aquella estancia. Una construcción de 2 metros por 2,20 m realizada sobre un bastidor cúbico de madera blanca, desde el cual se derramaba una cascada de gútulas y lamas construidas en papel policopy mate. A su vez, estaban impregnadas de aguadas magentas muy diluidas que dejaban surcos y sedimentos y se interferían entre si con veladuras y transparencias mágicas. Soporte que a su vez mostraba imágenes de las dos “Gracias” (Aglaya y Eufrósine), símbolos de la creatividad, de la alegría, de la vida. El título de la obra: De latir, mi corazón se ha parado.
En una sala contigua, la obra de Ángel Izquierdo estaba representada por cuatro cuadros dispuestos conjuntamente en línea. Ofreciendo la estimulante singularidad de apreciar un trabajo expandido y continuo, donde la engañosa percepción de las imágenes construidas digitalmente, es resultado de un proceso visual altamente técnico y sofisticado. Imágenes esquivas que se afianzan en un entramado de líneas cruzadas y superposiciones que aportan soluciones sensoriales y sígnicas en un contexto de irrealidad y color de resultados vibrantes. En el mismo lugar cinco magníficas fotos de Javier Vila establecían la motivación del viaje como elemento conductor de sus imágenes, llenas de inmediatez y soltura gráfica. Una de ellas positivada en un rotundo tamaño de 3,30 m. de largo por 75 cms. de alto, fijaba su potencia descriptiva enalteciendo elementos iconográficos, que hacía de ella más un breve relato costumbrista que una fotografía al uso. Proceso que ahonda en la dialéctica fotografía y literatura, correspondencia fascinante en un trabajo artístico. Sobre el vano de la escalera principal, presidiendo el vestíbulo, colgaba-flotaba una soberbia pieza de Rafael Leonardo Setién titulada Las bodas químicas. Un vestido de novia ataviado con una máscara anti-gas a modo de espantado rostro, se sostenía en el vacío por invisibles hilos y oscilaba como una aparición fantasmagórica, en una representación extraordinariamente romántica de la pureza vulnerada, de la inocencia exenta de culpa, en un entorno agobiante y contaminado. Acompañaban a esta obra 16 dibujos magníficos situados en una de las salas de la primera planta, igualmente simulacros de máscaras, sombras, cabezas y rostros de preciosa factura, láminas de un imposible libro que hablara de la desolación. En una vitrina situada también en el vestíbulo, se exhibía una pequeña colección de pequeñas esculturas de máscaras anti-gas, labradas sobre ¡pastillas de jabón! Material inusual pero perfectamente adaptado para mostrar todas las posibilidades estéticas de lo cotidiano y un guiño desacralizador a los materiales divinos en el arte.
Damian Rodríguez Verloop, es uno de los jóvenes pintores que han escogido la pintura como traducción de un mundo personal pleno de tensiones y alegorías vitales. Desarrollos emblemáticos, utilizados a modo de sensible análisis que se representan por el uso del color en superficies compactas, rotas en ocasiones para provocar perfiles y desgastes acuosos, con inclusiones de caracteres propios de la escritura, descrita a su vez como erosiones de un pincel o heridas sobre el lienzo. Ricardo Cavada presenta seis cuadros de inquietante plenitud compositiva. Territorios de color donde el artista estructura lindes que separan y orientan otras superficies cromáticas, plenas de matices y transparencias, unas veces clarificadas en aguas de impronta diluida y carácter lírico, otras en densidades profundas que hace parecer a la pintura como un sedoso tejido de brillo aterciopelado. Se disfrutan éstas obras con el deleite de contemplar raras piezas de gran perfección técnica. Es este pintor un capaz artífice de la belleza, todas sus obras son resultado de la habilidosa capacidad que posee para transformarse en inexcusables razones para el gozo contemplativo.
En cuanto a Bruno Ochaíta, ocupó un extenso espacio en la escalera entre las plantas segunda y tercera, donde un total de 22 fotos de diverso tamaño, se expande en una instalación de más de seis metros que a su vez parten de un vinilo de dos metros de alto, prototipo del cuerpo del fotógrafo de cintura abajo. El hallazgo fortuito de objetos y escenas que se encuentra al paso, aporta ocasiones para fotografiar aquello con que se tropieza. El suelo y los pies de fotógrafo, es la perspectiva destacable entre un sinfín de cosas que pululan ofreciendo su más descarada realidad, asuntos que su estimulante juventud interpreta como auténticos tesoros al descubierto. Por último, en la tercera planta, Joaquín Martínez Cano, estableció a través de un conjunto de cuadros, soluciones sorprendentes de enigmática verosimilitud. En ellos los relieves y la pintura establecen un diálogo de formas e imágenes. Un entramado óptico de colores y claroscuros que simulan sutiles matices reveladores de una retina inquisitiva. Una personalísima manera de vislumbrar la realidad entre sombras y planos coloreados, resaltes aludidos en una ficción que al ser escrutada nos deja ver su auténtica naturaleza abstracta, de belleza rotunda.

Ellos fueron los artistas, los músicos, los poetas que dieron voz a la cultura de Cantabria en Londres. Un proyecto cuya trascendencia se mide por el entusiasmo que despertó y la atención que nos prestaron. Su valoración responde a la necesidad cada vez más urgente de mostrar fuera de nuestra Comunidad Autónoma, una cultura de calidad que es apreciada en su justa medida.

Turandot en el Euskalduna (ABAO),
por ROBERTO BLANCO

Pretender presentar Turandot en un marco fastuoso sin que haya lugar a concesiones que aludan al orientalismo arqueológico o a falsas chinerías es un gran riesgo, pero zambullirse en la obviedad es todavía peor. Es lo que ha conseguido Nuria Espert con su producción que clausuraba la 56 temporada de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO).
El elemento ceremonial no debe ser sólo decoración, sino raíz de la sustancia dramática, que en esta Turandot quedó empañado por una regia al menos discutible: los movimientos escénicos no permitieron el fluido desarrollo de los sucesivos cuadros, creando una sensación de sofoco que acabó convirtiendo en carnavalesco el rito cruel e imperativo de la principessa di gelo; el temible verdugo Pu-Tin-Pao era aquí una escultural mujer, pero sobre todo sorprendió el suicidio de la protagonista mientras el coro canta las glorias del amor.

Antonello Allemandi se apropió de la Orquesta Sinfónica de Euskadi dispuesto a extenuar los sonidos y hacerlos tronar en excesivos fortissimi, como si la representación tuviera lugar en la Arena de Verona, eclipsando lo que ocurría en escena y tapando a sus cantantes en casi todo momento. De ellos, Marco Berti –cantó Gioconda en Santander hace dos años- construyó un Calaf de voz bella y poderosa, mejor en las partes heroicas que en los momentos más íntimos, como en el “Non piangere Liù”, y su esperado “Nessun dorma”, con su agudo final engullido por la orquesta, no fue especialmente brillante.
Víctima también del exceso orquestal fue Latonia Moore, una Liù insegura al principio, con voz ligeramente velada pero con adecuada proyección, que finalmente recogió la mayor ovación.
El trío de ministros Ping, Pang y Pong (Marco Moncloa, Jon Plazaola y Mikeldi Atxalandabaso) actuó con buen movimiento escénico y estuvo correctamente acertado. En cuanto a la protagonista, la elogiada Adrienne Dugger, no parece que Turandot sea su papel: su voz no tuvo la capacidad de expandirse con fuerza y dulzura a la vez, su agudo rozaba el grito, con desajustes tímbricos continuos, y su excesivo vibrato acabó incomodando a los oyentes.

Finalmente, el Coro de Ópera de Bilbao, aunque bien empastado, acabó atronando la sala en su duelo particular con la orquesta.

No hay comentarios: